Literalmente, metafísica significa detrás o más allá de la física. El término, presuntamente, lo acuñó Andrónico de Rodas, editor de la primera edición crítica de la obra aristotélica, en el siglo I a.C. para referirse a los libros de Aristóteles concernientes a la filosofía primera. Lo hizo así porque fueron publicados después de los relacionados a la física. Este término, al principio meramente clasificatorio, acabó por usarse para denominar a los estudios que trascendían el saber puramente físico o natural.
Franciscus Patricius fue el primero en defender la tesis de que el origen del término era meramente bibliotecario. A su vez, Johann Gottlieb Buhle, ya más modernamente, ha defendido esta misma tesis. Sin embargo, Reiner apunta que muchos conocedores de la obra de Aristóteles como Bonitz, Jaegger, Hamelin o Heidegger (entre otros) han aceptado acríticamente la tesis de Buhle.
Aún con todo, la tesis de Buhle puede ser criticada. No en vano, en su día Kant ya se mostró receloso de asignar el origen del término a una mera cuestión de azar (en este caso bibliotecario). Puesto que Aristóteles siempre asignaba un adjetivo concreto para acuñar cada una de las materias que investigaba, resulta extraño que no hiciese lo mismo con sus estudios sobre la filosofía primera y, en consecuencia, que él mismo la denominara metafísica. En cualquier caso, la interpretación filológica vigente hoy en día es la del origen meramente clasificatorio.
Aristóteles distinguió entre "anterior" y "más conocido (para nosotros)". Lo primero hace referencia a las causas universales de las cosas pero alejadas de los sentidos. Lo segundo, a las cosas más cercanas a los sentidos. Pese a que desde el punto de vista epistemológico, lo segundo es anterior es anterior a lo primero, en el orden real es lo primero lo que antecede a lo segundo. Esta distinción aristotélica permite a Reiner, en concordancia con muchos autores medievales, defender su tesis de que el término no fue producto del azar; el término en sí revelaba una coherencia íntimamente ligada a la obra del autor.
Sea como fuere, y sea cual sea la opinión dominante, ninguno de estos argumentos, ni a favor ni en contra, consigue llegar a ser concluyente. La disputa, en ausencia de evidencias más fuertes, sigue abierta.
Ir a Metafísica II: Aristóteles y la tradición medieval
Ir a Metafísica III: La edad moderna
Ir a Metafísica IV: Los dos últimos siglos
Franciscus Patricius fue el primero en defender la tesis de que el origen del término era meramente bibliotecario. A su vez, Johann Gottlieb Buhle, ya más modernamente, ha defendido esta misma tesis. Sin embargo, Reiner apunta que muchos conocedores de la obra de Aristóteles como Bonitz, Jaegger, Hamelin o Heidegger (entre otros) han aceptado acríticamente la tesis de Buhle.
Aún con todo, la tesis de Buhle puede ser criticada. No en vano, en su día Kant ya se mostró receloso de asignar el origen del término a una mera cuestión de azar (en este caso bibliotecario). Puesto que Aristóteles siempre asignaba un adjetivo concreto para acuñar cada una de las materias que investigaba, resulta extraño que no hiciese lo mismo con sus estudios sobre la filosofía primera y, en consecuencia, que él mismo la denominara metafísica. En cualquier caso, la interpretación filológica vigente hoy en día es la del origen meramente clasificatorio.
Aristóteles distinguió entre "anterior" y "más conocido (para nosotros)". Lo primero hace referencia a las causas universales de las cosas pero alejadas de los sentidos. Lo segundo, a las cosas más cercanas a los sentidos. Pese a que desde el punto de vista epistemológico, lo segundo es anterior es anterior a lo primero, en el orden real es lo primero lo que antecede a lo segundo. Esta distinción aristotélica permite a Reiner, en concordancia con muchos autores medievales, defender su tesis de que el término no fue producto del azar; el término en sí revelaba una coherencia íntimamente ligada a la obra del autor.
Sea como fuere, y sea cual sea la opinión dominante, ninguno de estos argumentos, ni a favor ni en contra, consigue llegar a ser concluyente. La disputa, en ausencia de evidencias más fuertes, sigue abierta.
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