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lunes, 23 de febrero de 2009

Zeitgeist

Quien me conoce sabe que no soy muy amigo de eso que comúnmente se denomina teorías de la conspiración. Ya sabéis, ocurre algo, se desconocen las causas y se inicia una investigación según indicios que encajan con el sentido común. Todo parece encajar hasta que alguien propone una hipótesis alternativa, mucho más enrevesada y que lo complica todo. Un buen ejemplo de esto era cuando eras pequeño y se te "olvidaba" hacer los deberes y tú recurrías a la explicación del perro y su insaciable gula por la celulosa (¿alguien recurrió a esa explicación alguna vez?). Independientemente de que fuera mentira o no, resultaba poco creíble. Otro ejemplo más reciente puede ser el de Pe Drojota y su particular versión del 11-M.

En general, puede decirse que las hipótesis explicativas que caen bajo el paraguas "teorías de la conspiración" adolecen todas ellas del mismo racimo de problemas: inflación causal (caso del perro), inflación teleológica o inflación por descuido (caso del 11-M). Seguramente el primer teórico que habló de todas estas cosas fue Guillermo de Occam. Y lo que dijo aún sigue vigente. Su navaja, pese al paso de los siglos, aún no se ha oxidado. Algo sólo posible para un temperamento adelantado su época, que diría aquel. O un hiperbóreo, que diría el otro.

Sea como fuere, últimamente dudo de estas ideas. No es que los conceptos estén mal cuando más bien se trata de una cuestión de aplicación de los mismos. Pues, pensando en estas cosas, creo haberme dado cuenta de que no existen inflaciones ontológicas más que desde perspectivas concretas. Al menos las cosas no están claras siempre desde un punto de vista neutral. La navaja de Occam es un criterio pragmático de decisión, pero desgraciadamente no es el único. El peso de la tradición muchas veces ejerce de losa cohercitiva sobre nuestros párpados, haciéndonos creer que interpretamos un suceso bajo el filo de la famosa navaja cuando, en realidad, sólo estamos siendo presa del adiestramiento.

Vean el siguiente documental: Zeitgeist, de Peter Joseph. Probablemente sea un caso claro de inflación teleológica. Pero piensen en una cosa: ¿Qué relato hubieran creído antes de conocer nada (imagínense una tabula rasa), la visión heredada o Zeitgeist? Da que pensar.



PS: Ahora no vayan a creerse a pies juntillas lo que Peter Joseph tiene que contarles. Que les conozco...

miércoles, 11 de febrero de 2009

La gran revelación

Ayer vi por segunda vez Los Cronocrímenes, el invento de Nacho Vigalondo. La peli es cojonuda, o al menos buena, no se puede negar, pero si se la quiere disfrutar, mejor dejar la filosofía a un lado. Si dejas los prejuicios lógico-metafísicos que acarrean los viajes en el tiempo y te centras únicamente en la coherencia de la peli tomada aisladamente de todo lo demás, la cosa gana enteros. A mis compis de piso ayer les pasó lo que a mí cuando la vi en el cine: no se abstrayeron del intento filosófico de dar una coherencia al bucle infinito que los viajes en el tiempo provocan. Y, claro, la peli les dejó una sensación agridulce porque cuando Héctor 1 mira por los prismáticos por primera vez, ve a un Héctor, por llamarlo de alguna manera, 0. Quien haya visto la peli entenderá esto. La cosa es que la peli conforma un bucle causal que se prolonga indefinidamente hacia atrás, y también indefinidamente hacia delante. Es un problema causal, no hay que entenderlo temporalmente, pues la línea temporal es la misma (la explicación del espejo en la peli ahí cojea). En este sentido, lo que me mola de la peli es el determinismo que provoca, que hace que todo encaje durante el visionado de la cinta.

¿Porqué os hablo de todo esto? No lo sé, puede que sea porque estos días he estado a vueltas con Kripke, con su Naming and Necessity, y el visionado de Los Cronocrímenes me ha llevado a poner a prueba su teoría de los designadores rígidos. Aquí Los Cronocrímenes funciona a modo de situación contrafáctica o de experimento mental. Pero bueno, tampoco voy a decir más, pues a muchos filósofos les parecerá que Los Cronocrímenes violan (o no satisfacen) ciertas condiciones metafísicas (de lo metafísicamente posible), y a otros les parecerá que lo que violan son nada más y nada menos que el reino de lo lógicamente posible. También habrá filósofos que pensarán que toda la camada de Héctors es perfectamente compatible con la noción de designador rígido. Por eso, de momento, prefiero callarme.

Sea como fuere, tampoco os iba a aburrir con todo eso. Lo que voy a hacer es presentaros un corto perpetrado por las huestes de La Hora Chanante, contando como escudero real a Nacho Vigalondo (ese era el nexo...). Me imagino que habrá bastantes que ya lo habréis visto. Bueno, la cosa estará al 50%. Así que para los que no, disfrutad, y para los frikis, taluego.



miércoles, 13 de agosto de 2008

viernes, 18 de julio de 2008

Machete

He tardado demasiado tiempo en ver Grindhouse. Y no es que haya tenido escrúpulos acerca del contenido de las dos películas; eso seguro que no. Es más una cuestión de desidia, de saber que Planet Terror y Death Proof forman un conjunto (Grindhouse) y que se las hace justicia visionándolas conjuntamente. Bueno, y que el conjunto dura casi cuatro horas. Sí, la desidia viene condicionada por este último detalle.

En cualquier caso, sea como fuere, a la vejez viruelas, más vale pájaro en mano que ciento volando y a quien madruga Dios ayuda, como decía, he visto Grindhouse. Y reconozco que no me hubiera tragado esa flojez que es Death Proof seguida de esa gran película que es Planet Terror si no fuera por esa obra maestra, ese inconmensurable ejercicio de estilo, esa prestidigitación absoluta de los elementos visuales básicos, ese relato imperecedero acerca de la condición humana, ese TODO que es el trailer de Machete. CINE, señores.



Después de verlo, te das cuenta de que lo mejor de la sesión Grindhouse estaba al principio. Supongo que en la realidad sería parecido.

PS: ¿Es que Tarantino no puede dejar de ser Tarantino aunque sea sólo una vez? Death Proof me parecio infinitamente más floja que Planet Terror. Pese a los buenos diálogos, la peli no tiene ese aspecto roño y cutre que se le presupone. Por momentos parece una peli de Almodovar a la americana. Ojo, no es que Death Proof sea mala; es que Planet Terror es muy buena.

jueves, 29 de mayo de 2008

Aquí huele a caquita

Cada vez tengo más claro que jamás volveré a pasarlo mal con una película de ese género denominado cine de terror. Puedo afirmar y afirmo que sólo me he cagado en mi asiento con El Resplandor, de Dios alias Stanley Kubrick. Y no tenía más de seis o siete años entonces. Fue idea de mi padre, aunque eso ya es otra historia (también fue idea suya, y también es otra historia, ver cuando tenía esa misma edad, y durante unas navidades, 2001: Una odisea del espacio en Antena 3. Ahora ya sabéis quién tiene la culpa de todo). Si ahora volviera a verla, no me daría miedo, aunque eso no signifique que no la valoraría como una muy buena película. Del resto de películas que he visto en mi vida, la sensación más parecida al terror que he sentido con ellas ha sido el suspense y la intriga. Y sobra decir que de las presuntamente terroríficas, si me han parecido buenas, es porque me han hecho gracia.

Quiero pensar que esto es normal. Que nos hacemos mayores y distinguimos lo real de lo imaginario. Que a medida que la vida nos va enseñando lecciones aprendemos a no temer a las cosas que antes desconocíamos. Que una sociedad bombardeada constantemente por noticias de corrupción, guerras y asesinatos es una sociedad que ha perdido toda sensibilidad. Que un mundo en el que los Os y los 1s permiten la interconexión de mi ordenador con uno de Tegucigalpa es un mundo en el que toda pregunta puede ser contestada en un número finito de pasos por medio de un algoritmo. Bueno, quiero pensar todo esto y así autoconvencerme de que el hecho de que las películas de terror no me acojonen tiene su razón de ser en mi mayoría de edad, mi experiencia, mi insensibilidad y en el principio de bivalencia. Pero no amigos, eso es una absoluta gilipollez (innegable lo del principio de bivalencia). Si las películas de terror no me acojonan es porque las películas de terror son una puta mierda. Y tengo pruebas, pruebas de que soy sugestionable.


Cambiemos de tema y en vez de hablar de cine hablemos de videojuegos. La cosa cambia, pero no mucho. De todos los juegos que había jugado en mis 21 años y cinco meses de vida, ninguno me acojonó. Ni siquiera un pedo. Hasta que lo descubrí. Su nombre: Call Of Cthulhu Dark corners of the Earth. No voy a hablaros del videojuego, eso lo dejo para otro día. Lo que me interesa aquí es decir que con 21 años ha habido algo (más allá de una pistola encañonándome en la vida real o cosas por el estilo) que me haya acojonado. Una pequeña muestra, para que al menos os empapéis de lo que hablo.

Con todos ustedes, el mejor momento del juego.



Acojonados, ¿verdad? ¿Eh, eh? Pues claro que no, ¿qué os esperabais? El visionado del vídeo de un videojuego jamás será equiparable a la experiencia que se tiene al jugar el videojuego. Cuando se juega a un videojuego, especialmente si es en primera persona, la propia mecánica pide que te sumerjas en la acción, que te metas en la piel del personaje. Y todo esto favorece la sugestión. Mi sugestión en este caso; la ilusión del miedo.

Y con esto regreso al tema del cine. El hecho de que las películas de terror, en cuanto que pelis de terror, sean todas una puta mierda es debido a que el cine, tal y como lo entendemos actualmente, es una puta mierda de medio de representación para el terror. Cuando ves una película te mantienes como un voyeur, es decir, como un sujeto totalmente pasivo. Ves a los personajes y los podrás comprender mejor o peor psicológicamente, predecirás o no sus actos y, en general, ejercerás las clásicas tareas cognitivas que realizas al ver una película. Pero jamás serás uno de los personajes de la historia o, al menos, no en el sentido en el que lo puedes ser en un videojuego. En los juegos, no es que tengas que ser el personaje (no, aún no he perdido el juicio. El ordenador bien, gracias), pero sí tienes que actuar como si fueras el personaje para avanzar en la historia. Ahí está la magia. Básicamente el truco consiste en que te tienes que mantener como sujeto activo ante la historia. La sugestión ha comenzado.

Decía en el párrafo anterior: "tal y como lo entendemos actualmente". El cine. Lo decía porque alguien podría decir cosas como: ¿Y cuando las películas sean en 3D? ¿Y si se hiciera una película íntegramente en primera persona (algo que se ha hecho por cierto)? No niego que por medio de ciertos avances técnicos el género del terror pueda llegar a asustar medianamente más de lo que lo hace ahora. Pero lo cierto es que todo avance que sea aplicable al mundo del visionar una película es aplicable al mundo del jugar a un videojuego. ¿Es, sin embargo, posible extrapolar el actuar como si al mundo del cine? Me temo que no sin cambiar la idea que tenemos de cine; (e inversamente) no sin cambiar el sentido de la expresión Aquí huele a caquita.

lunes, 26 de mayo de 2008

The Birthday (2004)


The Birthday es una de esas películas que pasan desapercibidas y sin hacer mucho ruido por carteleras y videoclubs. De las que poca gente se acuerda al cabo de unos meses. De las que pasan a engrosar sin mayor dilación las polvorientas estanterías de la filmoteca nacional. Y es una pena.

Dicho sea de paso: sí, nacional, porque a pesar de que los nombres de Corey Feldman, Erica Prior o Jack Taylor figuren en el reparto y la acción de la película se desarrolle en un hotel de Baltimore, estamos hablando de un proyecto dirigido y producido por gente española.

Como decía, es una pena que esta película acabe alojándose en una suite en los pozos del olvido. Por frescura, imaginación y desparpajo no lo merece. Brevemente, The Birthday nos cuenta 117 minutos en la vida del personaje interpretado por Corey Feldman (Los Goonies, Papa Cadillac y otros hits ochenteros de similar pelaje), un vulgar don nadie que trabaja como pizzero en Brooklyn, Baltimore (sí, Baltimore). Es 1987 y este don nadie es invitado, o eso cree él, a la fiesta de cumpleaños del padre de su novia, un magnate de la industria hotelera, y, con ese motivo, aprovechará para pedirle la mano de ésta. Con estos andamios, Eugenio Mira, el director, construye una historia que aúna comedia, ciencia ficción y terror. Exacto, un cocktail que a priori bien podría parecer difícil de mezclar. Sin embargo, el bueno del director alicantino consigue elaborar, como buen maestre en oficios alcohólicos, un brebaje que sale del paso holgadamente. Y salir del paso aquí es colocar o, más bien, descolocar.

Porque no nos llevemos a engaño, The Birthday es una película rara, bastante rara. No es sólo la prestidigitadora arquitectura de la trama o los cambios de registro. En mi opinión, hay algo profundamente oscuro e impenetrable en la psicología de los personajes, que hace a veces incomprensible sus motivaciones y preocupaciones. Por tanto, la película está abierta a interpretación y lo hace, en el mismo sentido en el que, por ejemplo, puede estarlo Pulp Fiction de Quentin Tarantino.

Hablando de referencias, a parte de Tarantino, tenemos Barton Fink de los hermanos Coen, el híbrido de Four Rooms y más genéricamente el cine de terror más underground de los 80 (Carpenter, Franco, Romero, etc.). Con todo, la película tiene una personalidad propia. Por tanto, puede decirse, en cierto sentido, que esta película forma parte de ese cine posmoderno, entendiendo por esto el tipo de cine que coge las referencias e influencias de las que se parte y las extrapola y desubica de sus marcos de referencia originales (algo que, por otra parte, ha sido la tónica en el arte de casi todas las épocas). Así pues, la película no inventa nada, pero tampoco pretende hacerlo. Una primera parte de comedia y una segunda más de terror y ciencia ficción. Ni más ni menos.

De la película me ha encantado el uso de la música, muy apropiado en cada una de las situaciones y, en general, muy sensitivo. La dirección artística es correcta y otro tanto sucede con la fotografía. En cuanto a las interpretaciones, en general son irregulares. Corey Feldman se mueve toda la película por una especie de ataque de idiocia que al principio hace gracia y después cansa por su histrionismo. Sólo los minutos finales cambian esta apreciación. El amplio elenco de secundarios cumple sin sobresalir, en parte por exigencias del guión, en parte porque no había para más.

En cuanto al plano exegético, decir que a mi la película me ha sugerido una suerte de nihilismo respecto a las pretensiones respecto a la vida, ejemplificado en las aspiraciones del protagonista respecto a su novia. Todo ello se muestra en una escena que más vale que no desvele. Decir sólo que a algunos nos ha recordado al maletín de Pulp Fiction.

Puede que The Birthday no sea una película redonda, que tenga problemas al conciliar las dos vertientes en las que se maneja. Y puede que su mensaje sea confuso y descolocador. Pero con todo, creo que su guión tiene más consistencia de la que aparenta, que rebosa desparpajo (tan ausente en el cine patrio) y que gustará a todos aquellos que tiendan a disfrutar del cine que, si bien no pretende ser experimental, sí trasluce algo distinto a través de la concatenación de cosas ya vistas anteriormente, a través de su conjunto.

Valoración: 7.2

jueves, 6 de marzo de 2008

El plano secuencia de Snake Eyes

Genio y figura donde los haya, Brian de Palma es probablemente el director norteamericano más irregular en la actualidad. Capaz de obras maestras como Scarface, Los Intocables de Elliot Ness o Atrapado Por Su Pasado, es también el culpable de truños infumables como Misión a Marte, En Nombre de Caín o Dos Tipos Geniales. Y es que el señor de Palma nos acostumbra a darnos una de cal y otra de arena, cuando no ambas a la vez.

Un ejemplo de ello es Snake Eyes, una película con un planteamiento inicial excelente que termina disolviéndose con el paso del metraje en una sucesión de tópicos que responden a una alarmante falta de ideas, siendo al final el resultado del film desigual. Pero al César lo que es del César, y el plano secuencia de apertura demuestra un virtuosismo tras la cámara nada habitual. Todo un ejercicio de planificación y buen gusto. ¡Incluso Nicholas Cage hace bien su papel (el de mamón de primera división, por otra parte)!

A continuación, os dejo el plano secuencia dividido en dos partes. El vídeo ha sido subido a Youtube por el usuario Samilankis. Que lo disfrutéis.






viernes, 29 de febrero de 2008

La mejor escena de Los Sexoadictos

Los Sexoadictos es la última gamberrada que ha hecho John Waters hasta el momento (Pink Flamingos, Los asesinatos de mamá). Es una película freaky para paladares perturbados. Tiene momentos muy buenos, de mucho descojono y muy bizarros, perfectos para ver con los colegas. Pero siendo francos, la peli es cutre y absurda. Un bodrio. Un pufo. Y eso es bueno.



jueves, 28 de febrero de 2008

There Will Be Blood (2008)


Mucho se ha hablado de There Will Be Blood (mejor que el telenovelesco y desdeñable título de Pozos de Ambición). Se han creado muchas expectativas en relación a lo que nos podía ofrecer. Y, a posteriori, se han dicho muchas cosas buenas y muchas cosas malas sobre ella. División de opiniones, como en los toros. No voy a ocultar mi opinión: nos encontramos ante la segunda mejor película del año.

P.T. Anderson nos relata esta vez una historia acerca de la venganza. Ambientada a finales del siglo XIX y principios del XX, There Will Be Blood describe una historia grandilocuente, de más de 30 años de extensión, acerca de Daniel Plainview, un hombre hecho a sí mismo que pretende crecer en el incipiente negocio petrolero. Para ello, va él mismo a examinar los terrenos de una Texas anclada en una economía de tipo agrícola, encuentra lo que busca y se monta en el dólar. Pero el mismo oro negro que le hace erigirse a las cimas del mundo material, supondrá, al mismo tiempo, su caída en la más absoluta miseria desde el punto de vista moral.

Y es que si el foco pivotante de la película se centra en Daniel Plainview, Day Lewis aprovecha el guante tirado por P.T. Anderson para dibujar un personaje demoledor por su evolución a lo largo del film. Lo que en un principio es un personaje guiado por una sana ambición de prosperidad, acaba trocando en un ser oscuro y atormentado por el odio. Durante buena parte de la película al borde de la locura, Day Lewis sabe hacer oscilar a su personaje por ambos flancos del límite. Cruel, visceral y sin contemplaciones de ningún tipo, su materialismo misantrópico no entiende de creencias trascendentales o morales. Y por supuesto, no tolera la humillación, especialmente si ésta se muestra bajo la fachada de la superchería de la religión más hipócrita. Su leivmotiv vital es ganar el suficiente dinero como para retirarse del mundo y vivir aislado de los demás. Su desconfianza ante el "otro" se resume prefectamente en su frase "siempre que miro a los demás, no veo nada que me guste", la cuál es más definitoria que la más exhaustiva de las descripciones. Con razón Daniel Day Lewis se ha llevado el Oscar, creo yo.

El elenco de secundarios, no obstante, no es reducido al papel de meras comparsas. En ese sentido, destaca un sorprendente Paul Dano, que comienza a ganar consistencia tras su meritorio papel como joven nietzscheano en Pequeña Miss Sunshine. Su papel, el de un pastor de almas de la iglesia de la "tercera revelación", que en los primeros compases del film recuerda al del delirante profeta Johhanes de la siempre sugestiva Ordet, en realidad, no se diferencia en demasía del de Day Lewis. Y es que Elay Sunday no duda en anteponer los medios necesarios, por inmorales y engañosos que puedan ser, para lograr una prosperidad que ve imposible alcanzar desde su depresivo núcleo familiar. No obstante, el joven Dano peca de histrionismo en algunas escenas y, pese a que su interpretación es más que correcta, no llega a hacer sombra a la del viejo zapatero veneciano. Otros secundarios, como Dillon Freasier, el hijo adoptado de Daniel, cumplen sin destacar, a la par que algunos como Kevin J. O'Connor, el falso hermano de Daniel, se revelan como prescindibles.

Que el aspecto actoral en There Will Be Blood es esencial, no lo discuto. Pero el hecho de que sin la mano izquierda del "enfant terrible" de P.T. Anderson a la dirección no sería posible ese hecho, espero que tampoco se discuta. El joven (ya no tanto) realizador americano ha sabido hacer acopio de su experiencia pasada para aplicarla en un contexto cinematográfico en el que la interpretación coral ya no es la regla. Atrás quedan Magnolia y Boogie Nights y, con ello, el cine de Anderson entra en una nueva dimensión, ya no tan deudor de las obras de Robert Altman. Las excelentes transiciones de escenas y los interminables planos secuencias siguen ahí, pero su tono ha cambiado. Ahora su estilo es sobrio y seco. Su narración es más clásica que antes, con una estructuración por escenas a la vieja usanza (gran angular, plano general, etc.) y una implementación no tan virtuosa como antes pero sí más efectiva. El ritmo en esta cinta es tranquilo o, al menos, Anderson no añade aceleración desde fuera. Con ello, la sensación que consigue es de una extraordinaria naturalidad, en la que lo que sucede en la pantalla no se ve en ningún momento constreñido por los imperativos que le vienen desde "fuera". Esto le da pie a profundizar en la tipología psicológica de Plainview, matiz que de otro modo hubiera sido harto más complicado.

El tema central de la cinta, el de la venganza, se manifiesta puntualmente a lo largo de la película, haciéndose solamente explícito en su apoteósico final. Paralelamente, otro tema como es el de la familia, ya presente en la filmografía del director estadounidense, especialmente en Boogie Nights, cobra un peso colateral en la trama. Con todo, Anderson no cae en la redundancia, sino que más bien sabe aplicar a la cuestión un enfoque diferente al visto anteriormente, más sucio y realista.

Para la fotografía, Anderson ha contado con los servicios de Robert Elswit. Y el resultado es similar al alcanzado en No Es País Para Viejos. No en vano la película fue rodada en unas localizaciones paralelas a la de la obra de los hermanos Coen. Así que si te gusto la fotografía de aquella, ésta también lo hará. Por otra parte, la música ha sido compuesta por Johnny Greenwood, guitarrista de los siempre originales Radiohead. Y el resultado es sencillamente impresionante. Piezas que alternan clasicismo en la composición y otras con ciertas resonancias de Ligeti, la utilización que de ella ha hecho Anderson ha sido la adecuada. He de decir que no me esperaba un trabajo tan logrado por parte de Greenwood, quien en su banda madre no acostumbra a palpar esos derroteros musicales.

Estamos ante una auténtica obra de arte que retrata el aspecto más oscuro de la condición humana. Su principal problema reside en que, en su aspecto alegórico, no consigue trascender el enfoque de una mirada esencialmente moral. Y en esto es aventajada con mucha diferencia por No Country For Old Men. Es la diferencia entre una gran obra de arte y una obra de arte perfecta. Quizá, un paso por detrás de No Es País Para Viejos, pero indudablemente unos cuantos por delante del resto.

Valoración: 9,5

martes, 26 de febrero de 2008

El especial de vacaciones de Star Wars

Poca gente conoce que, tras el gran éxito que supuso para Goeorge Lucas Una Nueva Esperanza, y antes de El Imperio Contraataca, se hizo un especial de vacaciones de la mítica saga. Se estrenó en 1979 durante la víspera del día de acción de gracias. No está ni dirigida ni producida por George Lucas, quien delegó estas responsabilidades en terceros (probablemente asesinados tras la emisión del programa) para poder centrarse en el guión y en la preparación de El Imperio Contraataca, estrenada un año después.

El argumento de la cinta es simple: mientras Han Solo y Chewbacca intentan zafarse de la amenaza de una nave del imperio, el segundo recuerda que es el día de la ¿vida? y que debe regresar a su hogar para pasarlo con su familia. Así que el monstruo peludo le pide al bueno de Han que le lleve. Paralelamente, la familia de Chewbacca se impacienta por su ausencia. Y bueno, el resto os lo podéis imaginar. Aunque cuidado: los motivos para ver esta película deben ser similares a los que se tienen al ver cualquier película de Ed Wood o Uwe Boll.

La película es una mezcla de comedia, musical y acción donde la basura lo impregna todo. Es tan mala que está considerada el peor momento de la televisión americana en toda su historia. Por algo George Lucas, tras la emisión del especial, se hizo con todos los masters existentes con el objetivo de que no se volviera a emitir. No contaba con el VHS. Y hoy, gracias a internet, todos podemos disfrutar de ese acto de lucidez que tuvieron cuatro o cinco visionarios (y pijos de la época) al grabar la película. Que dios les bendiga.

La película podéis encontrarla subtitulada al castellano en el emule o en cualquier otro programa de intercambio de archivos. Mientras se descarga, os dejo un resumen de cinco minutos. No tiene precio.



domingo, 24 de febrero de 2008

Mi Quiniela de los Oscars

Esta noche se entregan los premios Oscars. Es la "noche mágica del cine", que diría un cursi según Gasset. Los Oscars son una ceremonia llena de glamour, donde todo el mundo luce sus mejores galas y las sonrisas profident son la tónica. Es un espectáculo en toda la extensión del término y en ello reside la cara y la cruz del evento.

Normalmente los Oscars no suelen valorar o ser reflejo de la verdadera calidad de las películas. Muchas películas sufren una fuerte criba en las nominaciones y muchas películas con un buen número de nominaciones, y a priori "favoritas", se quedan con la miel en los labios. Por ello, los Oscars no pueden considerarse el paradigma de la justicia cinematográfica.

Con todo, este año ha sido bastante productivo en cuanto a nivel medio de las películas en liza. No hay una gran favorita y todas tienen bastante calidad. En ese sentido, este año se presupone uno de los certámenes más competidos de los últimos años. Injusticias, haberlas haylas, casos de Zodiac, Promesas del Este o El asesinato de Jesse James, pero en general, las nominaciones se ajustan bastante a la realidad.

La siguiente lista es mi particular apuesta de lo que va a haber. Si acertaré o no, no lo sé. Realmente al hacer una de estos pronósticos te debates entre lo que crees que va a pasar y lo que quieres que pase. Y a veces, una mezcla de ambas. Es como cuando tu equipo juega en casa y tú no sabes si poner un 1 porque quieres que gane o poner un 2 porque ese resultado da más dinero. Y, además, "sabes" que el partido va a acabar a cero. Sí, decisiones intrascendentes pero no por ello jodidas.

Me dejo de hostias y pongo mi quiniela con los diez premios más importantes (a falta de la mejor película extranjera de la que no opino).

Mejor Dirección Artística: Sweeney Todd

Mejor Fotografía: Roger Deakins, por El asesinato de Jesse James

Mejor Montaje: El Ultimatum de Bourne

Mejor Guión Adaptado: No es País Para Viejos

Mejor Actriz de Reparto: Saoirse Ronan, por Expiación

Mejor Actor de Reparto: Javier Bardém, por No es País Para Viejos

Mejor Actriz Protagonista: Marion Cotillard, por La Vida en Rosa (Edith Piaf)

Mejor Actor Protagonista: Daniel Day Lewis, por Pozos de Ambición

Mejor Dirección: Ethan Coen y Joel Coen, por No es País Para Viejos

Mejor Película: No es País Para Viejos

sábado, 16 de febrero de 2008

No Es País Para Viejos (2008)



No se lleven a engaño: No Es País Para Viejos no es una película sencilla. No es la clase de producto comestible sazonado con unas palomitas y una coca-cola; puede que la ingestión se les atragante e incluso que la digestión se les corte. No vayan a verla con sus hijos o su abuela. Tampoco se gasten seis euros en ella si han tenido un mal día; no lo van a pasar bien y la economía no marcha bien. Y sobre todo, no la vean si no tienen ganas de pensar excesivamente. En pocas palabras: aquí no les van a regalar nada.

Con todo, los Coen regresan al trono que conquistaron por méritos propios hace unos años. Me refiero a ese espacio configurado por obras clave de las últimas dos décadas como son Sangre Fácil, Barton Fink, Muerte Entre Las Flores y Fargo, y que, por unas razones u otras, no supieron defender. Es decir, ese lugar recóndito de la mente donde la oscuridad, el sufrimiento y lo hiriente de la condición humana se muestran explícitamente. El demonio que todos llevamos dentro y el leviatán que con ello se materializa en la sociedad.

No Es País Para Viejos nos cuenta la historia de la hipotética muerte de los valores y los principios básicos de la civilización occidental. La transformación de la modernidad en postmodernidad o el regreso del estado de derecho y de deber al estado de naturaleza tal y como presumiblemente cabe entenderlo a la hobbesiana. Y nos cuenta todo eso a través del motivo concreto, o de la premisa argumental, del hurto de un botín por parte de un veterano de la guerra de Vietnam aficionado a la caza tras un tiroteo en un negocio ilegal de tráfico de drogas en la frontera de Texas con México a principios de los 80. Y Claro está, a través de las consecuencias imprevisibles que ello desemboca.

Quizá el caso más palmario hasta la fecha sea Fargo, pero si existe una piedra arquimédica en toda la ya extensa obra de los hermanos Coen, ese es el azar. Y digo hasta la fecha porque si de algo se puede jactar No Es país Para Viejos es de tratar el tema elevándolo (o descendiéndolo, según como se mire) a la esfera de la abstracción, al menos, en cuanto tiene de sentido emplear esa palabra más allá de este o aquel acto particular. El personaje de Bardem es el de un asesino frío, inteligente, calculador y total y absolutamente carente de toda emoción. Una máquina de matar autómata cuyo único rasgo de humanidad es su fino y sutil sentido del humor. No es malo ni malvado, simplemente amoral. No existe la ley para él, sólo los hechos. Y lo más importante: no hay decisiones ni libertad, sólo la aleatoriedad del azar (entendida ésta como la ley que ejemplifica, valga la paradoja, la ausencia de leyes). Representa una hipotética época, la era del posmodernismo llevada a sus últimas consecuencias y, por supuesto, Bardem lo representa de forma magistral. Consigue crear un personaje imperecedero y atrapar en sus acciones en la película el sentido de la misma y, con ello, el de una determinada descripción filosófica acerca del mundo actual (me reitero: llevado a sus últimas consecuencias).

Y si Bardem hace eso, el personaje encarnado por Tommy Lee Jones nos presenta el polo opuesto. Las tablas del actor presentan consistentemente un policía que ya está de vuelta de todo, al que el tiempo no ha perdonado y que se siente marchito y caduco en unos tiempos que sobrepasan y avasallan todo su esquema conceptual de creencias. Representa los viejos valores, la moralidad tradicional y la decadencia, ya en un sentido más concreto, de lo que EE.UU. puede llegar a instanciar. Todo entendido y tratado desde una óptica externa, y saliéndose de la autorreferencialidad que un enfoque en términos de bueno o malo proporcionaría. En suma: la asunción y aceptación de la muerte ( como destino individual y como idea conceptual en la esfera de los valores morales).

Y si todo esto se refiere al sentido, al mensaje de la película, desde el punto de vista de la forma, del tratamiento narrativo escogido para la implementación de la idea, sólo queda quitarse el sombrero ante lo que es, a todas luces, una auténtica demostración de talento detrás de las cámaras. La difícil, abrupta y elíptica prosa del que es uno de los mejores escritores del siglo XX, Cormac McCarthy, ha sido llevada a la gran pantalla respetando, con cuidado y precisión casi matemática, el tempo y ritmo del imaginario McMarthyano, siempre con una sobriedad clásica digna de admiración y respeto, en unos tiempos en los que los modos de realización, parafraseando el título de la película, no son precisamente los viejos. Un trabajo que, por momentos, recuerda a Kubrick y en otros al mejor Coppola. Marcando una diferencia considerable con todo su trabajo anterior y a la vez llevándolo a un nuevo nível. El cromatismo de las tierras áridas de El Paso, los claroscuros de los interiores del motel y en general la fotografía entera, los planos generales paisajísticos, los planos de detalle y el montaje, todo y absolutamente todo y, siempre bajo mi, en ocasiones, desdeñable opinión, suponen una verdadera lección del mejor cine.

No me queda ya mucho por decir. Es posible que las pretensiones respecto a las cuales se haya visionado la película hayan condicionado una opinión acerca de la misma, en alguna medida, injusta. A muchos les ha parecido que el final es brusco, improcedente y demasiado abierto. Creo que si la peli se contempla desde cierta perspectiva (la que he intentado mostrar en estas líneas), el final se revela como una metáfora preciosa del sentido de la cinta en su totalidad. Quizá ésta no sea una película para viejos o quizá, después de todo, lo que ahora es nuevo y norma en cine, acabe siendo viejo con el paso del tiempo. Y al final, cuando eso sucede, lo que acaba perviviendo son un selecto grupo de cintas, por así decirlo, edificantes. Intemporales en una palabra. Bien, creo que No Es País Para Viejos caerá con el tiempo bajo esa clasificación.

Valoración: 10

domingo, 3 de febrero de 2008

La Jungla 4.0 (2007)



A priori:

El índice de creatividad de la industria del cine se puede medir en función del número de adaptaciones y secuelas que se produzcan para dicha industria. Las adaptaciones pueden (y deben) añadir algo nuevo por el mero hecho de ser implementadas en un medio distinto. Las secuelas, en cambio, dificilmente llegan a aportar algo nuevo de calidad. No es el caso de la saga Die Hard, que tras un retroceso esperable en Alerta Roja, la cual parecía un plagio de la original, se reinventó en La Venganza, una auténtica orgía de acción que para muchos (entre los que me incluyo) superaba a la cinta del 88. El verano pasado se estrenó La Jungla 4.0. ¿Qué cabía esperar de ella? Poco o nada en vistas de la creatividad del cine más mainstream producido últimamente en norteamérica. Por otra parte, las expectativas estaban ahí. Hablamos de la saga La Jungla de Cristal amigos. Equilibrio de fuerzas entonces.

***

A posteriori:

Ni equilibrio ni hostias. Estamos ante otro producto de consumo y digestión fácil. Otro intento de los productores hollywoodienses por sacar partido a una serie (otra, y ya van unas cuantas) que estaba muy bien como estaba. Y estamos, sobre todo, ante lo que es la tumba de uno de los mejores personajes de acción de todos los tiempos. En el epitafio pone: Despropósito.

McClaine, John McClaine. Así se llamaba el héroe de acción definitivo. Un tipo vivo y sarcástico, pero también orgulloso y bocazas. Policía alcohólico por contrato indefinido y salvador de vidas a tiempo parcial. Con problemas familiares y laborales. Un tipo, a fin de cuentas, normal, con el que te echarías unas cervezas en una tasca de mala muerte, pero con la singularidad de estar a veces en el lugar equivocado en el instante menos preciso. ¿Qué queda de eso? Nada, a excepción de lo que quepa traslucir tras la parodia.

Y es que La Jungla 4.0 no nos presenta a John McClaine, nos presenta otra cosa. Willis ya no encarna a un tipo duro de matar, interpreta a alguien indestructible. Por quien los años no pasan. Con aura de inmortalidad. Una mezcla de Terminator, Némesis y John McClaine, donde lo más difícil de hallar es lo que hay del propio McClaine en el personaje. Si hasta lo diálogos y comentarios graciosos han sido disminuidos a su mínima expresión en pos de un personaje más frío y maquinal. Un McClaine descafeinado, sin nada de carisma, pero letal. Lo dicho: suena a parodia y a refrito de ingredientes cogidos de aquí y allá.

Los guionistas, para paliar este hecho han basado la trama en una historia de hackers informáticos, por lo demás, no demasiado interesante. La intención, supongo, humanizar al personaje de McClaine a la luz de sus carencias en conocimientos informáticos. Por otra parte, ardid no muy logrado, pues no creo que un policía de bajo rango deba conocer demasiadas cosas acerca de métodos de encriptamiento de información y bases de datos. Sin embargo, me ha gustado cómo han profundizado en la tiña y desconfianza a la tecnología del bueno de John. Lo que en las entregas anteriores se insinuaba, en La Jungla 4.0 se muestra explícitamente: un dinosaurio en la era tecnológica. Aunque como es la tónica en esta cinta, de manera exagerada y abusiva.

El malo de la peli, como era de esperar, no hace sombra a McClaine. No tiene el desparpajo de Rickman en la primera parte ni el frío y sutil discernimiento de Irons en la tercera. Tan sólo es un experto en informática con ciertas ansias de venganza hacia los EE.UU. y con grandes expectativas de hacerse millonario desde el cuadro de diálogo de su ordenador. Si hasta la hija de John parece tener más pelotas que él. De igual manera no cumple Justin Long, el informático bueno de la peli. No tiene el ácido carisma de Zeus y no es Reginald Veljonshon (aquí Carl Winslow).

En cuanto a Len Wiseman (Underworld I y II), se limita a poner la cámara allí donde le dicen. No hay un sólo encuadre en el que murmures un pedante "ummm". Nada, todo parece de encargo. Sobre todo en las escenas de acción, que por otra parte, tampoco están nada mal (aún cuanto de exageradas tengan). En La Jungla 4.0 las escenas de acción son más contundentes, más inverosímiles y, en general, más al límite (¡McClaine derriba un caza con un camión!). En ese aspecto la película cumple. El problema reside en la ausencia de pulso del realizador en la narración. El ritmo narrativo flojea allí donde no hay acción y los momentos de desarrollo de la trama se suceden bruscamente. Y lo peor de todo, lo hacen sin los chispazos de genialidad de su predecesora. Por ello, no es sólo que la peli no consiga sumergirte en un estado de interés constante o creciente, es que el interés se disipa a medida que la acción se desarrolla. Incluso llega a aburrir.

No es de extrañar que una película acerca de unos terroristas tras el 11-S sea un éxito de taquilla, máxime cuando la presencia de John McClaine está de por medio. Sin embargo, son tantos los errores que aquí y allá impregnan la película, que el índice de taquilla se revela como un marcador en falso (como casi siempre por otra parte). La Jungla 4.0 pretende ser un divertimento durante un par de horas por medio del cual hacer caja. Y en efecto, ha hecho caja. Pero desde luego no ha colmado las expectativas que se le presuponía a una de las mejores sagas de cine de acción. Y es que Die Hard 4.0 tiene más de 4.0 que de Die Hard.

Puntuación: 3.9

lunes, 14 de enero de 2008

There Is No Country For Javier Bardem

Esta madrugada se ha hecho público que Javier Bardem ha ganado el globo de oro al mejor actor de reparto. Ha sido en una ceremonia deslucida, en una rueda de prensa carente de todo glamour (por otra parte, como debería ser), propiciada por la huelga de guionistas en la industria Holywoodiense. Pero ha sido, a fin de cuentas, el reconocimiento, según dicen, a una fantástica actuación del que, hoy por hoy, es nuestro mejor actor. En cualquier caso, la semana pasada también se le concedió el premio al mejor actor de reparto concedido, esta vez, por la asociación de críticos de Nueva York. En esa ocasión si hubo ceremonia. Y, al menos, no fue un cúmulo de ñoñerías y sonrisas falsas como suele ser habitual. Buena culpa de ello la tuvo Bardem.



La película, No Country For Old Men, parece devolvernos a la mejor versión de los hermanos Coen tras sus últimos batacazos de crítica; véase: Crueldad Intolerable y Ladykillers. Y no sólo eso, sino que algunos ya apuntan a que nos encontramos con otra obra clave de su filmografía, a un nivel parecido al de películas como Sangre Fácil, Fargo o Muerte Entre Las Flores. Habrá que comprobarlo. Y digo habrá que porque hasta el 8 de febrero la cinta no se estrenará por estas tierras.

Se dice que la interpretación de Bardem es sencillamente escalofriante. Su papel consiste en un frío y sanguinario asesino, con una mirada demoledora (marca de la casa) y con un fino y sutil humor negro. Habrá que ver todo eso reflejado en la pantalla, pero algo me dice que el bueno de Bardem no va a defraudar. No lo voy a ocultar: creo que es el mejor actor español con diferencia.

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La filmografía del miembro más reconocido internacionalmente de la saga de los Bardem comenzó hace 18 años, de la mano del siempre morboso Bigas Luna, con Las Edades de Lulú. Su primer gran papel llegó con Éxtasis, en la que interpretaba a un ambicioso y rebelde joven que suplanta la identidad de su amigo para robar al padre de aquel, Federico Luppi, en la película, un desconcertante director teatral, que sueña con llevar a cabo la representación perfecta de La Vida es Sueño. Sin duda, su mejor película a nivel estatal. Su primera incursión en el cine internacional fue en 2000 con Antes que Anochezca, de Julian Schnabel. En ella daba vida (en sentido literal) a Reynaldo Arenas, poeta homosexual que contribuyó a la revolución castrista en Cuba, y que más tarde las pasaría canutas en ese régimen. Otras películas más desiguales, como puedan ser Mar Adentro, Pasos de Baile, Los Fantasmas de Goya o Los Lunes Al Sol también han salido beneficiadas del trabajo del bueno de Javier.

No Country For Old Men es la primera película en Holywood del actor español, tras el breve cameo en Collateral. Y a pesar de tener otras películas ya filmadas o pendientes de filmación o extreno en tierra americana, Bardem ha aseverado por activa y por pasiva que el no quiere echar raíces en Holywood, que actuará allí donde le reclamen siempre que el guión lo justifique. Y ello implica trabajar en EE.UU., Europa o España. Depende del caso. Depende del país. Porque no hay país para Javier Bardem.

viernes, 11 de enero de 2008

Un poco de Gasset

Hace escasos días Antonio Gasset anunciaba su despedida del programa Días de Cine. Director desde hace 14 años, con sus agrios y mordaces comentarios siempre se mantuvo al margen de la corriente de opinión dominante. Con sus intervenciones como presentador consiguió dar un brío personal al espacio, desmarcándolo de la ingente cantidad de basura producida y emitida en TV en nuestros días. A pesar de las intempestivas horas y a los cambios de emisión en la parrilla televisiva, el programa dirigido por Gasset consiguió labrarse una pequeña, pero fiel, legión de seguidores. Veremos qué sucede ahora en adelante.

Y habrá que verlo porque de ahora en adelante Días de Cine será presentado por la infame Cayetana Guillén Cuervo. Actriz, idiota, presentadora y trepa son algunas de las líneas maestras de su currículum. En cualquier caso, supongo que su imagen vende más que la del propio Gasset. En tiempos donde la televisión pública necesita más que nunca la propia autofinanciación, supongo que la idea de escoger a Cayetana, entonces, nos define como telespectadores (y/o consumidores). Una vez más, tenemos lo que nos merecemos.

Ayer echaron el primer Días de Cine de la era Cayetana. Yo no lo vi. Preferí ver esa obra maestra de Mankiewicz titulada La Huella, pero eso tampoco viene a cuento. La cuestión es que tampoco creo que los estándares de calidad del espacio disminuyan, pues el equipo de trabajo va a seguir siendo, esencialmente, el mismo. Pero no cabe duda de que las cosas no volverán a ser como eran.

Te echaremos de menos Antonio.

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Bueno, basta ya de ñoñerías y cursilerías. El vídeo que os voy a poner a continuación es una entrevista que se le realizó a Gasset hace poco menos de un año. Fue en El Reservado, programa de la televisión aragonesa, y el entrevistador fue Luis Alegre, aparentemente amigo de su invitado. En la entrevista podemos ver a un Gasset distinto al de Días de Cine, más personal y humano, amigo de sus amigos y con sus manías, prejuicios y temores como todo hijo de vecino. Aquí no encontraréis esas ya míticas frases lapidarias, aunque sí alguno que otro toque de fino y, a veces, socarrón sarcasmo. Que la disfrutéis.



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Y como último regalo, un compendio de algunas de las abrasivas frases con las que nos hizo reír más de una vez en Días de Cine.

Definitivamente, no podéis quejaros.

miércoles, 2 de enero de 2008

Los cameos de Hitchcock

Que Alfred Hitchcock sea el maestro del cine de suspense no lo discute nadie. Al menos nadie que yo conozca. Y más os vale que siga siendo así. Hablar mal de Hitchcock en mi presencia equivale a hablar bien del comunismo delante del senador McCarthy, mencionar el verdadero nombre de Dios en una merienda de rabinos o tener la suerte de ser el primogénito en una tribu caníbal de Papúa. Más os vale no jugárosla.

Sentadas las bases, hablemos de lo importante: ¡Qué grandes son los cameos que hace Hitchcock en sus películas! Tanto o más que la figura con la que le asociamos.



Que grande el cameo del anuncio de reducción de peso, sin duda el mejor.

jueves, 27 de diciembre de 2007

A la larga fue el verbo

Dios habló y nos reveló el secreto mejor guardado desde que supimos cómo se creó el mundo: su nombre.



Ahora, al menos, sé que Dios existió.

El Perfume (2006)


A estas alturas, aunque no hayáis leido el libro o hayáis visto la peli, os será familiar la historia que nos cuenta El Perfume. Dicho brevemente: la historia de Jean Baptiste Grenouille, un individuo que no debió nacer nunca. Un sujeto como otro cualquiera en el presunto siglo de las luces. Como otro cualquiera salvo por el hecho de que la existencia le otorgó un don como el que nadie de su especie tuvo jamás; el don de un portentoso olfato. El Perfume nos narra la vida de este singular personaje.

Reconozco que desde que me enteré de la noticia de la adaptación cinematográfica de la obra de Süskind hace ya dos años, me mantuve receloso desde el primer momento. Tanto que he esperado un año desde su publicación para visionarla. Sí amigos, eso es escepticismo y lo demás son chorradas. Y es que llevar una obra literaria a la gran pantalla no suele ser plato de buen gusto normalmente, ni para el que lo cocina ni para el que lo degusta. Siempre que el libro del que se parte tiene cierta enjundia, la película acaba oscureciéndose por la alargada sombra de aquel. Y es que, en esta clase de films, se corre el riesgo de padecer insuficiencias en el guión, que las imágenes ofrecidas no encajen con las representaciones acerca del libro que el público lector se imagina y, sobre todo, de no reflejar el espíritu o la esencia de la obra. Naturalmente estos problemas no lo son tanto en la medida en que la adaptación sea libre o, al menos, no se vea constreñida por las condiciones que le exija la obra de la que parte. En el caso de la película que nos ocupa, El Perfume, esas condiciones, si bien exigentes y coercitivas respecto al desarrollo del hilo argumental, permiten la libertad en el campo respecto al cual el cine se manifiesta como esfera artística independiente de las demás: el de la imagen (en movimiento). Pero no nos llevemos a engaño. Cualquiera que haya leído el libro de Patrick Süskind, se habrá percatado de que la sola idea de llevar a imágenes las extensas y detalladas descripciones que el escritor alemán realizó en su Historia de un Asesino es una tarea titánica. Veamos qué tal encaró el proyecto Tom Tykwer, su director.

Lo primero que salta a la vista, después de los primeros minutos de visionado de la cinta, es que nos encontramos ante un soberbio trabajo de caracterización histórica. Los primeros instantes del film te sumergen en una atmósfera sucia y oscura en la Francia del siglo de las luces y, cabe decir, de las sombras. Tanto los decorados como los vestuarios rozan la perfección. Y la sensación se mantiene durante las poco más de dos horas que dura el film. Sin duda, la inversión realizada (la más alta del cine europeo hasta el momento con un total de 60 millones de euros) se ve gratamente amortizada en este apartado.

Y si el contenido de lo que vemos roza la perfección, otro tanto hay que decir del medio por el cual se nos es presentado. La fotografía en El Perfume es exquisita, con una variedad cromática envidiable y un juego con el claroscuro sencillamente delicioso. Tykwer, o su director de fotografía, demuestran hacer un muy buen uso de la iluminación en todas las secuencias, lo cual redunda en la inmersión en la atmósfera del film.

Desde el punto de vista meramente narrativo, sin embargo, las amplias descripciones aromáticas de la novela de Süskind se ven traducidas en la película, tanto en los más asombrosos juegos de cámara, aspecto que Tykwer domina bien como se pudo comprobar en Corre Lola, Corre, como en los más bochornosos ardides de principiante. Y es que la traducción en imágenes, en algunos pasajes supera a la novela, pero en otros la desmerece (y no quiero citar ejemplos; el visionado de la cinta los hace patentes). Sea como fuere, no llega a plasmar en su totalidad la magia de la novela en ese sentido. Y La sensación final en este apartado, uno de los más importantes a priori de la película, acaba siendo desigual. Se dice que Kubrick meditó llevar a cabo el proyecto en su día. Si finalmente hubiera sido así, probablemente estaríamos hablando ahora en otros términos.

En términos de guión, nos encontramos con una más que correcta implementación del desarrollo de la novela, que no del ritmo en un contexto cinematográfico. Quizá en algunos puntos pretenda ser demasiado fiel y, por ello, acabe pecando de insuficiencia en algunos de sus tramos. Y es que el ritmo de la novela y el del cine son, y han de ser, distintos. Esto Tykwer no ha sabido entenderlo y, con ello, nos ha regalado minutos de metraje ciertamente prescindibles. No obstante, estos momentos se alternan con escenas impactantes llenas de tensión. Y la sensación de estar en una montaña rusa se hace patente. Esto puede no llegar a ser malo en el contexto de otra película, pero en la que nos ocupa, acaba convirtiéndose en una tara.

La mosca me andaba detrás de la oreja antes de ver la película. Pensaba: ¿a qué actor lo suficientemente grotesco y deforme habrán elegido para la caracterización de Grenouille? Lo más parecido que me venía a la cabeza era un Ron Perlman, aunque quizá sería demasiado alto. En cualquier caso, ya fuese por maquillaje o por desgracia natural, el personaje debería dar asco (cheposo, con numerosas cicatrices, etc.). Finalmente el elegido fue un desconocido Ben Wishaw, que pese a no encajar con mi imagen mental de Jean Baptiste, consigue sorprender al espectador con una interpretación realmente buena. Hace de Grenoille un ser oscuro, a veces débil pero inmisericorde otras, servicial pero con ambiciones y francamente ambiguo. Un individuo producto de la doble moral de su tiempo al que, sin embargo, la moral no parece ir con él por la sencilla razón de que la moral no es un concepto que pueda traducirse en una esencia o en un olor. Todo esto lo encarna más que aceptablemente el bueno de Wishaw.

El resto de interpretaciones se hallan a un buen nivel general, destacando las de los consagrados Dustin Hoffman y Alan Rickman, en los papeles de Baldini y Antoine respectivamente. El primero, muy natural en su caracterización de maestro creador de fragancias venido a menos y el segundo convincente en su rol de padre protector. Destacar, a su vez a la sensual Rachel Hurd-Wood, repleta del encanto de la inocencia.

Desde una perspectiva del entretenimiento El Perfume es una excelente propuesta a tener en cuenta dentro del cine de calidad. Pese a los desbarajustes de tempo y ritmo, la peli no llega a cansar y la belleza visual y las excelentes interpretaciones acaban elevando el nivel de la cinta. No obstante, a la adaptación de una de las mejores obras literarias de los últimos veinte años hay que exigirle más, y ese algo más, esa esencia, se queda a medias. Da la sensación de que el contenido no acaba haciendo justicia al envoltorio. De que el aroma, a fin de cuentas, no hace justicia a lo aromatizado. De eso se trataba.

Valoración: 5,7

lunes, 24 de diciembre de 2007

Descartes Lleva el Bote

Hubo un tiempo no muy lejano en el que unos simpáticos estudiantes de filosofía decidieron crear un foro en el que poder charlar tranquilamente de cine y de la ciencia de las ciencias. No existían demasiadas pretensiones por aquel entonces, si acaso, las de pasar un buen rato y prolongar las discusiones y debates fuera de las aulas. Aquellos tiempos de inconsciencia colectiva estaban guiados por varias convicciones.

Una de ellas tenía que ver con el fondo de la cuestión. Era la de que la reflexión filosófica no tenía por qué estar ceñida al papel escrito; que había otras herramientas por medio de las cuales los conceptos y proposiciones filosóficas podían tener su medio de representación. El cine, obviamente, estaba en el punto de mira; el cine, o la expresión cinematográfica, como mirada focalizadora de nuestras inquietudes filosóficas y no tan filosóficas.

Otra, concerniente más a la forma, era la de que la universidad como institución, y en concreto la facultad de filosofía, no tenía por qué ocupar el centro neurálgico de la reflexión filosófica. La Academia, entendida en el sentido de lugar del conocimiento, tenía sus límites. La intención, expandirlos.

Bien pensado, quizá si estuviéramos bien cargados de pretensiones. En cualquier caso, el foro era más cosas aparte de cine, filosofía y ambiciones revolucionarias. También era un lugar donde pasar un buen rato. Era, por tanto, un espacio lúdico. Ahí quedan esos interminables pasatiempos como los de las "palabras encadenadas", "poesía eres tú, "el trivial" o "y si fueras...." (nunca sabré si los cuatro puntos suspensivos fueron intencionados o no). En ellos desarrollábamos nuestro ingenio con las pruebas más variadas y pintorescas.

Sea como fuere, el foro acabó entrando en barrena. No quiero decir que muriese, porque eso no sería atenerse a los hechos. Más bien, podría decirse que entró progresivamente en una especie de estado lisérgico provocado por la desidia y por ciertos roces y rencillas entre algunos de sus usuarios. En cualquier caso, el foro fue abandonado a su suerte en medio del océano internáutico. Y eso, amigos, nunca se hace con un Yonki.

Por eso me congratula deciros que, tras varios meses de espera, hemos rescatado a Descartes Lleva el Bote de la deriva en alta mar. Desde luego, ahora lo cuidaremos como se merece. Y eso significa que ni lo trataremos de basura ni depositaremos tantas pretensiones como antes en él. Un término medio, vaya.


Desde aquí os invito a visitar este lugar. Seréis bienvenidos. Eso sí, dejad las pretensiones en la entrada, junto a los zapatos. Gracias.

domingo, 23 de diciembre de 2007

La tortuga Burt

La explosión de la bomba atómica (junto quizá con el holocausto) posiblemente sea el acontecimiento más importante de la segunda guerra mundial y, por extensión, de todo el siglo XX. Desde un punto de vista filosófico, de crítica cultural y política, supuso el replanteamiento de las bases y principios sobre los que la sociedad occidental había erigido todo su entramado moral y cultural. En este sentido, se habla de la crisis de la modernidad y del fracaso del proyecto ilustrado. Esa idea generativa, asumida por todos, de que la ciencia contribuiría a un supuesto progreso de la humanidad fue puesta en cuestión. Hiroshima y Nagasaki hicieron ver al mundo que la ciencia es mucho más que una acumulación de factores epistémicos; el conocimiento como objetivo último de la ciencia se puso en tela de juicio.

La cuestión no era que la ciencia conllevara conocimiento, sino más bien qué factores no-epistémicos conllevaba también la ciencia. La tecnología, en todas sus aplicaciones y usos, fue puesta en el punto de mira como el principal catalizador de los intereses económicos y bélicos de los estados. La ciencia, en su manifestación tecnológica, no se contempló como un artefacto capaz de perfeccionar a la sociedad, sino más bien como un peligro inherente a ella.

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Que esta clase de reflexiones fueran producto de un contexto histórico muy determinado no es un hecho baladí. Hoy en día, si bien la inmensa mayoría de la población se muestra escéptica respecto a las acciones que llevan a cabo los estados del mundo, ese escepticismo tiene tanto en el optimismo como en el pesimismo las dos caras de una misma moneda: la gente ya no sabe a qué atenerse, tanto para lo bueno como para lo malo. Hoy en día el tipo de reflexión acerca del fracaso del proyecto ilustrado tendría sus acotaciones tanto en la sanidad y la educación pública, en el terreno más social, como en la sociedad del conocimiento, desde un plano más económico. Y en general, en los derechos humanos.

La desconfianza ante la autoridad política gestora, en gran parte, de la calidad de nuestras vidas, no obstante, sigue plenamente vigente. Si se puede admitir que la desconfianza exhacerbada tras la segunda guerra mundial era producto de su contexto, también se puede admitir que estaba plenamente justificada en ese mismo contexto (aunque la generalización y extrapolación indiscriminada no lo esté). Y se puede hacer a la luz de documentales como The Atomic Cafe (1982), en el que se nos muestran las argucias propagandísticas del gobierno de los Estados Unidos, durante el periodo de la posguerra y de la incipiente guerra fría, para hacer ver a su población que los peligros de la energía nuclear, en realidad, no son tantos. También se nos muestran los antecedentes de la caza de brujas, las pruebas nucleares de la bomba A y la H y el final de la segunda guerra mundial, aunque esos son otros temas ya.

En ese documental, conformado por vídeos de archivo en su totalidad, se nos muestran mensajes tan dantescos como ridículos: soldados ubicados en zonas absolutamente devastadas por la radiación y cuya única protección son unas sencillas gafas de sol, una piara de cerdos vestidos con el uniforme de los militares y abandonados a su suerte en una zona también devastada con el objetivo de saber si la piel humana también resistiría la radiación existente (la piel humana y la del cerdo tiene la misma consistencia), un tipo al que la sóla idea de las consecuencias de la detonación de una bomba atómica le provoca paranoias y, en general, otras muchas lindezas de las que ahora no me acuerdo.

Mi episodio preferido es el de la tortuga Burt, en el que una simpática tortuga enseña a los niños a que ante el mínimo indicio de resplandor nuclear, lo más correcto es hacer un "práctico y útil" Duck And Cover!



The Atomic Cafe
pone de manifiesto que los mecanismos de los estados democráticos pueden ponerse al servicio de la ocultación de la realidad. En ese sentido, es una prueba de que la desconfianza puede llegar a estar justificada. Y aunque en el caso de la tortuga Burt, esa ocultación de información pueda ser lícita en la medida en que los receptores no son más que niños, no es menos cierto que supone uno de los episodios más surrealistas de toda la propaganda nuclear americana de posguerra. O nu-ce-lar en tanto que propaganda.