Las siguientes líneas son algunas de mis reflexiones acerca de un texto de Alfontso Martínez Lizarduikoa. Para leer dicho texto, clicad aquí.
Es un abuso de proporciones bíblicas afirmar que las leyes de la ciencia natural valgan para la ciencia social. Por muy bonito y efectista que pueda resultar el echar mano de leyes como la entropía o la teoría de la evolución en ciertos contextos, estos usos no dejan de ser palabrería barata sin ningún fundamento sólido. Palabrería, además, fuertemente motivada por aspiraciones e intereses personales.
Creo recordar que fue von Whright el que distinguió entre explicación y comprensión. Para este autor, y siguiendo a Hempel, la tarea de la ciencia natural consistía en hallar explicaciones de los fenómenos naturales, esto es, detectar las cadenas causales de esos fenómenos, tratarlos como antecedentes lógicos y elaborar un modelo que fuera proyectable en circunstancias futuras a igualdad de condiciones iniciales. Por contra, las ciencias sociales e históricas sólo podrían aspirar en su cometido a comprender de algún modo por qué las cosas suceden, sin proyectabilidad alguna y sin necesidad de validez en las consecuencias lógicas obtenidas. En lenguaje llano, la ciencia social comprende, es decir, "explica" a toro pasado.
Independientemente de si el planteamiento de von Wright es acertado o no, no deja de ser curioso echar mano de una investigación histórica concreta. En ella veremos como el historiador se esfuerza en comprender la inextricable cadena de sucesos causales que dieron como fruto el suceso motivo de la investigación. Si suponemos que en la historia hay leyes, que el historiador descubre leyes generales, podemos llegar a dos conclusiones. O hacer como Popper y afirmar que esas leyes serían tan generales que en lo respectivo a la aplicación práctica serían triviales o hacer como William Dray y afirmar que estas leyes tendrían tantísimas restricciones que al final lo que conseguiríamos sería un simple modelo del hecho histórico del que habíamos partido, modelo éste, de nula aplicabilidad general.
Sea como fuere, lo que queda claro es que el dominio de las ciencias sociales es esencialmente distinto al de las ciencias naturales. No parece muy razonable aplicar leyes de la ciencia natural a un dominio tan vago como es el de la ciencia social. Si esto sucede, la receta debe ser la desconfianza.
Es un abuso de proporciones bíblicas afirmar que las leyes de la ciencia natural valgan para la ciencia social. Por muy bonito y efectista que pueda resultar el echar mano de leyes como la entropía o la teoría de la evolución en ciertos contextos, estos usos no dejan de ser palabrería barata sin ningún fundamento sólido. Palabrería, además, fuertemente motivada por aspiraciones e intereses personales.
Creo recordar que fue von Whright el que distinguió entre explicación y comprensión. Para este autor, y siguiendo a Hempel, la tarea de la ciencia natural consistía en hallar explicaciones de los fenómenos naturales, esto es, detectar las cadenas causales de esos fenómenos, tratarlos como antecedentes lógicos y elaborar un modelo que fuera proyectable en circunstancias futuras a igualdad de condiciones iniciales. Por contra, las ciencias sociales e históricas sólo podrían aspirar en su cometido a comprender de algún modo por qué las cosas suceden, sin proyectabilidad alguna y sin necesidad de validez en las consecuencias lógicas obtenidas. En lenguaje llano, la ciencia social comprende, es decir, "explica" a toro pasado.
Independientemente de si el planteamiento de von Wright es acertado o no, no deja de ser curioso echar mano de una investigación histórica concreta. En ella veremos como el historiador se esfuerza en comprender la inextricable cadena de sucesos causales que dieron como fruto el suceso motivo de la investigación. Si suponemos que en la historia hay leyes, que el historiador descubre leyes generales, podemos llegar a dos conclusiones. O hacer como Popper y afirmar que esas leyes serían tan generales que en lo respectivo a la aplicación práctica serían triviales o hacer como William Dray y afirmar que estas leyes tendrían tantísimas restricciones que al final lo que conseguiríamos sería un simple modelo del hecho histórico del que habíamos partido, modelo éste, de nula aplicabilidad general.
Sea como fuere, lo que queda claro es que el dominio de las ciencias sociales es esencialmente distinto al de las ciencias naturales. No parece muy razonable aplicar leyes de la ciencia natural a un dominio tan vago como es el de la ciencia social. Si esto sucede, la receta debe ser la desconfianza.
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