Las siguientes líneas son el agregado de algunas de mis opiniones acerca de un texto bastante interesante de Alfontso Martínez Lizarduikoa. Para leer dicho texto, clicad aquí.
La cosmología científica jamás dará cuenta del sentido de nuestra vida; le es ajena a sus intereses. Y lo que es peor, le es ajena a sus reglas y métodos (sean cuáles sean dichos métodos y reglas). La cosmología estudia la casa: los distintos pasillos, las habitaciones, los materiales de que está formada, su ubicación y, en general, todas las vicisitudes concernientes a su devenir. Pero no da cuenta de su esencia. Ésta permanece impertérrita al proceder de la ciencia natural del mismo modo que una incógnita en una ecuación se mantiene inalterable ante la mirada de un esquivo a las matemáticas.
En mi opinión, las visiones meta-científicas del cosmos, si dan cuenta de esa incógnita, desde luego no lo hacen de un modo natural. La grandeza de la ciencia (y también su miseria) es, por decirlo así, la aprehensión de lo objetivo en menoscabo de lo subjetivo. La ciencia, de este modo, tiene la virtud de separar y aislar todo residuo antropocéntrico de sus investigaciones. Las distintas cosmovisiones meta-científicas pueden encajar mejor o peor con lo que la ciencia dice en un momento histórico concreto, pero ese encaje no se da por medio de la razón, o al menos, no exclusivamente.
Las metáforas cosmológicas apelan al sustrato emocional del ser humano. Sus explicaciones no son propiamente explicaciones en sentido epistemológico. No tienen como objetivo la verdad. Más bien, su objetivo es alcanzar la paz espiritual y el sosiego en la conciencia. La toma de partido por una metáfora cosmológica o por otra y, más genéricamente, la adopción de la metáfora cosmológica (creacionismo judeo-cristiano, panteísmo o la que sea) como herramienta explicativa del sentido de la vida, obedece a motivos pragmáticos y, en último término, a una cuestión de actitud vital o, como dice William James, a una cuestión de temperamento.
El temperamento o la actitud vital de una persona es su modo de estar en el mundo. En realidad, poco o nada tiene que ver el temperamento con la razón. Éste no responde a razones, sino que en realidad, son las razones de una persona las que responden a su temperamento. El temperamento, así pues, no es más que la subjetividad de una persona.
Las metáforas cosmológicas no hablan a la razón, hablan a nuestra subjetividad. El sentido de nuestras vidas y, por tanto, del cosmos lo hallamos conociendo nuestro modo de ser. Las metáforas cosmológicas nos hablan directamente a esa faceta nuestra. Al final, el sentido o sinsentido del cosmos no lo hallamos en el medio con el que estudiamos la casa, lo hallamos en el inquilino. Y yo, en tanto que inquilino, sólo puedo decir que las metáforas cosmológicas no me sirven. Sólo puedo decir eso, no puedo proyectar esa afirmación a los demás.
En mi opinión, las visiones meta-científicas del cosmos, si dan cuenta de esa incógnita, desde luego no lo hacen de un modo natural. La grandeza de la ciencia (y también su miseria) es, por decirlo así, la aprehensión de lo objetivo en menoscabo de lo subjetivo. La ciencia, de este modo, tiene la virtud de separar y aislar todo residuo antropocéntrico de sus investigaciones. Las distintas cosmovisiones meta-científicas pueden encajar mejor o peor con lo que la ciencia dice en un momento histórico concreto, pero ese encaje no se da por medio de la razón, o al menos, no exclusivamente.
Las metáforas cosmológicas apelan al sustrato emocional del ser humano. Sus explicaciones no son propiamente explicaciones en sentido epistemológico. No tienen como objetivo la verdad. Más bien, su objetivo es alcanzar la paz espiritual y el sosiego en la conciencia. La toma de partido por una metáfora cosmológica o por otra y, más genéricamente, la adopción de la metáfora cosmológica (creacionismo judeo-cristiano, panteísmo o la que sea) como herramienta explicativa del sentido de la vida, obedece a motivos pragmáticos y, en último término, a una cuestión de actitud vital o, como dice William James, a una cuestión de temperamento.
El temperamento o la actitud vital de una persona es su modo de estar en el mundo. En realidad, poco o nada tiene que ver el temperamento con la razón. Éste no responde a razones, sino que en realidad, son las razones de una persona las que responden a su temperamento. El temperamento, así pues, no es más que la subjetividad de una persona.
Las metáforas cosmológicas no hablan a la razón, hablan a nuestra subjetividad. El sentido de nuestras vidas y, por tanto, del cosmos lo hallamos conociendo nuestro modo de ser. Las metáforas cosmológicas nos hablan directamente a esa faceta nuestra. Al final, el sentido o sinsentido del cosmos no lo hallamos en el medio con el que estudiamos la casa, lo hallamos en el inquilino. Y yo, en tanto que inquilino, sólo puedo decir que las metáforas cosmológicas no me sirven. Sólo puedo decir eso, no puedo proyectar esa afirmación a los demás.
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