Mucho se ha hablado de There Will Be Blood (mejor que el telenovelesco y desdeñable título de Pozos de Ambición). Se han creado muchas expectativas en relación a lo que nos podía ofrecer. Y, a posteriori, se han dicho muchas cosas buenas y muchas cosas malas sobre ella. División de opiniones, como en los toros. No voy a ocultar mi opinión: nos encontramos ante la segunda mejor película del año.
P.T. Anderson nos relata esta vez una historia acerca de la venganza. Ambientada a finales del siglo XIX y principios del XX, There Will Be Blood describe una historia grandilocuente, de más de 30 años de extensión, acerca de Daniel Plainview, un hombre hecho a sí mismo que pretende crecer en el incipiente negocio petrolero. Para ello, va él mismo a examinar los terrenos de una Texas anclada en una economía de tipo agrícola, encuentra lo que busca y se monta en el dólar. Pero el mismo oro negro que le hace erigirse a las cimas del mundo material, supondrá, al mismo tiempo, su caída en la más absoluta miseria desde el punto de vista moral.
Y es que si el foco pivotante de la película se centra en Daniel Plainview, Day Lewis aprovecha el guante tirado por P.T. Anderson para dibujar un personaje demoledor por su evolución a lo largo del film. Lo que en un principio es un personaje guiado por una sana ambición de prosperidad, acaba trocando en un ser oscuro y atormentado por el odio. Durante buena parte de la película al borde de la locura, Day Lewis sabe hacer oscilar a su personaje por ambos flancos del límite. Cruel, visceral y sin contemplaciones de ningún tipo, su materialismo misantrópico no entiende de creencias trascendentales o morales. Y por supuesto, no tolera la humillación, especialmente si ésta se muestra bajo la fachada de la superchería de la religión más hipócrita. Su leivmotiv vital es ganar el suficiente dinero como para retirarse del mundo y vivir aislado de los demás. Su desconfianza ante el "otro" se resume prefectamente en su frase "siempre que miro a los demás, no veo nada que me guste", la cuál es más definitoria que la más exhaustiva de las descripciones. Con razón Daniel Day Lewis se ha llevado el Oscar, creo yo.
El elenco de secundarios, no obstante, no es reducido al papel de meras comparsas. En ese sentido, destaca un sorprendente Paul Dano, que comienza a ganar consistencia tras su meritorio papel como joven nietzscheano en Pequeña Miss Sunshine. Su papel, el de un pastor de almas de la iglesia de la "tercera revelación", que en los primeros compases del film recuerda al del delirante profeta Johhanes de la siempre sugestiva Ordet, en realidad, no se diferencia en demasía del de Day Lewis. Y es que Elay Sunday no duda en anteponer los medios necesarios, por inmorales y engañosos que puedan ser, para lograr una prosperidad que ve imposible alcanzar desde su depresivo núcleo familiar. No obstante, el joven Dano peca de histrionismo en algunas escenas y, pese a que su interpretación es más que correcta, no llega a hacer sombra a la del viejo zapatero veneciano. Otros secundarios, como Dillon Freasier, el hijo adoptado de Daniel, cumplen sin destacar, a la par que algunos como Kevin J. O'Connor, el falso hermano de Daniel, se revelan como prescindibles.
Que el aspecto actoral en There Will Be Blood es esencial, no lo discuto. Pero el hecho de que sin la mano izquierda del "enfant terrible" de P.T. Anderson a la dirección no sería posible ese hecho, espero que tampoco se discuta. El joven (ya no tanto) realizador americano ha sabido hacer acopio de su experiencia pasada para aplicarla en un contexto cinematográfico en el que la interpretación coral ya no es la regla. Atrás quedan Magnolia y Boogie Nights y, con ello, el cine de Anderson entra en una nueva dimensión, ya no tan deudor de las obras de Robert Altman. Las excelentes transiciones de escenas y los interminables planos secuencias siguen ahí, pero su tono ha cambiado. Ahora su estilo es sobrio y seco. Su narración es más clásica que antes, con una estructuración por escenas a la vieja usanza (gran angular, plano general, etc.) y una implementación no tan virtuosa como antes pero sí más efectiva. El ritmo en esta cinta es tranquilo o, al menos, Anderson no añade aceleración desde fuera. Con ello, la sensación que consigue es de una extraordinaria naturalidad, en la que lo que sucede en la pantalla no se ve en ningún momento constreñido por los imperativos que le vienen desde "fuera". Esto le da pie a profundizar en la tipología psicológica de Plainview, matiz que de otro modo hubiera sido harto más complicado.
El tema central de la cinta, el de la venganza, se manifiesta puntualmente a lo largo de la película, haciéndose solamente explícito en su apoteósico final. Paralelamente, otro tema como es el de la familia, ya presente en la filmografía del director estadounidense, especialmente en Boogie Nights, cobra un peso colateral en la trama. Con todo, Anderson no cae en la redundancia, sino que más bien sabe aplicar a la cuestión un enfoque diferente al visto anteriormente, más sucio y realista.
Para la fotografía, Anderson ha contado con los servicios de Robert Elswit. Y el resultado es similar al alcanzado en No Es País Para Viejos. No en vano la película fue rodada en unas localizaciones paralelas a la de la obra de los hermanos Coen. Así que si te gusto la fotografía de aquella, ésta también lo hará. Por otra parte, la música ha sido compuesta por Johnny Greenwood, guitarrista de los siempre originales Radiohead. Y el resultado es sencillamente impresionante. Piezas que alternan clasicismo en la composición y otras con ciertas resonancias de Ligeti, la utilización que de ella ha hecho Anderson ha sido la adecuada. He de decir que no me esperaba un trabajo tan logrado por parte de Greenwood, quien en su banda madre no acostumbra a palpar esos derroteros musicales.
Estamos ante una auténtica obra de arte que retrata el aspecto más oscuro de la condición humana. Su principal problema reside en que, en su aspecto alegórico, no consigue trascender el enfoque de una mirada esencialmente moral. Y en esto es aventajada con mucha diferencia por No Country For Old Men. Es la diferencia entre una gran obra de arte y una obra de arte perfecta. Quizá, un paso por detrás de No Es País Para Viejos, pero indudablemente unos cuantos por delante del resto.
Valoración: 9,5
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