Vivir en un sitio en el que se carece de Internet tiene sus inconvenientes. Uno de ellos es la cantidad de tiempo libre que uno acumula y después desperdicia. Pero vivir en un sitio en el que se carece de Internet también tiene sus ventajas. Y uno de ellos es la cantidad de tiempo libre que uno acumula y después desperdicia alegremente.
Una de mis ocupaciones durante este año está consistiendo en rastrear la parrilla televisiva en busca de miseria. Sí, literalmente. Se sorprende uno al zappear durante unos breves segundos, y sin mediación a recursos de ciencia ficción -como la misteriosa TDT (¿qué demonios será eso?)-, de que esa cosa llamada televisión es algo así como un circo romano, un prurito en el culo, un brindis al sol de los grandes ejecutivos. Pero no es que me haya convertido de la noche a la mañana en el mártir al que debe ser encomiada la tarea de ingerir y procesar, tropezones incluidos, la bazofia emitida vía onda de radio (ciencia ficción excluida); no soy el paladín de la humanidad. No, mis objetivos son bien distintos; más bien mundanos.
A todos o casi todos os sonarán todos o casi todos los programas siguientes: Gran Hermano, El Rastro del Crimen, La ruleta de la Suerte, Mujeres y Hombres, El juego de tu vida... y desde el pasado martes, esta cosa:

Imaginaros una atmósfera esotérica: oscuridad, luz roja y música sacada de alguna peli híbrido de Jean Jacques Annaud y Roger Corman. A continuación pensad en un cubo de más de 100 metros cúbicos cuyo armazón parece ocultar un tyranousaurus rex. Las posibilidades parecen infinitas y el cerebro empieza a elucubrar. Pero la hora y media de visionado sucesiva a las cortinillas del inicio revelan que el resultado se acomoda a lo que el sentido común pronosticaba desde un principio: miseria.
Tres concursantes, participantes, sujetos, individuos, objetos animados incautos... refutaciones andantes de aquello que alguna vez se osó denominar libertad: un hombre y dos mujeres. Una voz en off, femenina, cálida, sugerente, aparentemente comprensiva. Y en el aire, problemas. Muchos problemas.
La carne está en su punto; el festín puede comenzar.
No hace falta que os cuente lo demás.
De acuerdo.
Un tío que perdió a cuatro familiares en el accidente de la T2 en agosto, una tía que tiene fobia a las cucarachas y otra tía con tendencias suicidas. La dinámica es la siguiente: concursante llora, voz en off espolea a ser más fuerte, concursante vuelve a llorar. Esto hace que el programa se reduzca a una sesión lacrimológica. La sesión termina con un intento de solución de la voz en off y la pseudo-complacencia del concursante. Por lo demás no hay premio. En resumidas cuentas, La Caja pretende ser una especie de experimento a manera de terapia psicológica.
No, no pretende eso, pretende morbo. Tan sólo eso. Y es que si algo me dice, si es que me dice algo, mi breve pero intenso trabajo de investigación es que Telecinco es sinónimo de morbo. Gran Hermano, El Tomate, Crónicas Marcianas y Hombres y mujeres eran meros intentos balbuceantes, sí, pero dejaban mostrar cual era el devenir de la cadena. Y es que Telecinco empezó a jugar en la primera división mundial en esto del escozor diarreico con El juego de tu vida. Ahh Emma García, que bien se te da y que bien lo haces.
En el juego de tu vida todo tenía una razón de ser. Había un concursante, y éste buscaba dinero a costa de todo, de ahí el título. Porque no era (o es) que tú fueras ahí y contaras en que ciudad habías nacido o en que instituto te habías graduado. No, en ese programa la palabra vida se usaba en toda su amplitud; se agotaba su significado; se alcanzaba la experiencia mística. Mística o morbosa, que viene a ser lo mismo. Pero todo tenía una razón de ser, decía. El escenario estaba diseñado para que Emma García (a partir de ahora Hal 9000) construyera una espiral descendente al infierno en la que concursante, allegados de éste y público formasen una perfecta y sincronizada armonía de caos y destrucción. El participante iba contestando una serie de malévolas preguntas que antes, fuera de plató, habían sido escrutadas por la fría y presuntamente (in)exacta mirada del polígrafo. El concursante no conocía los resultados de la máquina, pero al ser premiada la supuesta sinceridad, aquel tenía que ceñirse a ésta bajo el criterio del polígrafo. Así, pregunta a pregunta, el jugador intercambiaba dinero por orgullo, honor, autoestima, lazos familiares, amistades y vaya usted a saber qué más cosas que tradicionalmente el género humano ha considerado valiosas. Todo ante la mirada atónita de sus acompañantes, la ansiosa del respetable y la impertérrita de Hal 9000.
Toda esta magia no se encuentra en La Caja. Es como si a ésta se le hubiera despojado de toda la retórica y el artificio de El juego de tu vida. Eso sí, la esencia es la misma. Porque pese a que se haya puesto en su lugar un aire y atmósfera de labor social, de bienintencionada autoayuda o exoayuda, de seriedad, en una palabra, el ingrediente alquímico fundamental sigue siendo el mismo, el bochornoso y característico sello de fábrica de la cadena de Berlusconi: el morbo.
Estas investigaciones, sumadas a la presunción lógica de que todas estas cosas no las veo sólo yo, me llevan a concluir el siguiente dicto: patéticos y miserables humanos.
PS: Intentaré proseguir mis investigaciones.
Una de mis ocupaciones durante este año está consistiendo en rastrear la parrilla televisiva en busca de miseria. Sí, literalmente. Se sorprende uno al zappear durante unos breves segundos, y sin mediación a recursos de ciencia ficción -como la misteriosa TDT (¿qué demonios será eso?)-, de que esa cosa llamada televisión es algo así como un circo romano, un prurito en el culo, un brindis al sol de los grandes ejecutivos. Pero no es que me haya convertido de la noche a la mañana en el mártir al que debe ser encomiada la tarea de ingerir y procesar, tropezones incluidos, la bazofia emitida vía onda de radio (ciencia ficción excluida); no soy el paladín de la humanidad. No, mis objetivos son bien distintos; más bien mundanos.
A todos o casi todos os sonarán todos o casi todos los programas siguientes: Gran Hermano, El Rastro del Crimen, La ruleta de la Suerte, Mujeres y Hombres, El juego de tu vida... y desde el pasado martes, esta cosa:
Imaginaros una atmósfera esotérica: oscuridad, luz roja y música sacada de alguna peli híbrido de Jean Jacques Annaud y Roger Corman. A continuación pensad en un cubo de más de 100 metros cúbicos cuyo armazón parece ocultar un tyranousaurus rex. Las posibilidades parecen infinitas y el cerebro empieza a elucubrar. Pero la hora y media de visionado sucesiva a las cortinillas del inicio revelan que el resultado se acomoda a lo que el sentido común pronosticaba desde un principio: miseria.
Tres concursantes, participantes, sujetos, individuos, objetos animados incautos... refutaciones andantes de aquello que alguna vez se osó denominar libertad: un hombre y dos mujeres. Una voz en off, femenina, cálida, sugerente, aparentemente comprensiva. Y en el aire, problemas. Muchos problemas.
La carne está en su punto; el festín puede comenzar.
No hace falta que os cuente lo demás.
De acuerdo.
Un tío que perdió a cuatro familiares en el accidente de la T2 en agosto, una tía que tiene fobia a las cucarachas y otra tía con tendencias suicidas. La dinámica es la siguiente: concursante llora, voz en off espolea a ser más fuerte, concursante vuelve a llorar. Esto hace que el programa se reduzca a una sesión lacrimológica. La sesión termina con un intento de solución de la voz en off y la pseudo-complacencia del concursante. Por lo demás no hay premio. En resumidas cuentas, La Caja pretende ser una especie de experimento a manera de terapia psicológica.
No, no pretende eso, pretende morbo. Tan sólo eso. Y es que si algo me dice, si es que me dice algo, mi breve pero intenso trabajo de investigación es que Telecinco es sinónimo de morbo. Gran Hermano, El Tomate, Crónicas Marcianas y Hombres y mujeres eran meros intentos balbuceantes, sí, pero dejaban mostrar cual era el devenir de la cadena. Y es que Telecinco empezó a jugar en la primera división mundial en esto del escozor diarreico con El juego de tu vida. Ahh Emma García, que bien se te da y que bien lo haces.
En el juego de tu vida todo tenía una razón de ser. Había un concursante, y éste buscaba dinero a costa de todo, de ahí el título. Porque no era (o es) que tú fueras ahí y contaras en que ciudad habías nacido o en que instituto te habías graduado. No, en ese programa la palabra vida se usaba en toda su amplitud; se agotaba su significado; se alcanzaba la experiencia mística. Mística o morbosa, que viene a ser lo mismo. Pero todo tenía una razón de ser, decía. El escenario estaba diseñado para que Emma García (a partir de ahora Hal 9000) construyera una espiral descendente al infierno en la que concursante, allegados de éste y público formasen una perfecta y sincronizada armonía de caos y destrucción. El participante iba contestando una serie de malévolas preguntas que antes, fuera de plató, habían sido escrutadas por la fría y presuntamente (in)exacta mirada del polígrafo. El concursante no conocía los resultados de la máquina, pero al ser premiada la supuesta sinceridad, aquel tenía que ceñirse a ésta bajo el criterio del polígrafo. Así, pregunta a pregunta, el jugador intercambiaba dinero por orgullo, honor, autoestima, lazos familiares, amistades y vaya usted a saber qué más cosas que tradicionalmente el género humano ha considerado valiosas. Todo ante la mirada atónita de sus acompañantes, la ansiosa del respetable y la impertérrita de Hal 9000.
Toda esta magia no se encuentra en La Caja. Es como si a ésta se le hubiera despojado de toda la retórica y el artificio de El juego de tu vida. Eso sí, la esencia es la misma. Porque pese a que se haya puesto en su lugar un aire y atmósfera de labor social, de bienintencionada autoayuda o exoayuda, de seriedad, en una palabra, el ingrediente alquímico fundamental sigue siendo el mismo, el bochornoso y característico sello de fábrica de la cadena de Berlusconi: el morbo.
Estas investigaciones, sumadas a la presunción lógica de que todas estas cosas no las veo sólo yo, me llevan a concluir el siguiente dicto: patéticos y miserables humanos.
PS: Intentaré proseguir mis investigaciones.