A continuación, una especie de compendio que perfectamente podría haber titulado: "Todo lo que se acerca de la dicotomía analítico/sintético y nunca me atreví a explicar". O directamente: "Todo lo que se acerca de este tema". Vamos, un pequeño bosquejo simplificado del panorama histórico de la cuestión que difícilmente aclarará nada. Ni más ni menos. Pero por escribir que no quede.
Probablemente la distinción filosófica que más ríos de tinta ha generado a lo largo de la historia de la disciplina sea ésta. Este par de conceptos se ha asociado a su vez con distinciones afines como las de verdades de razón / verdades de hecho, necesario / contingente o normativo / descriptivo. En cualquier caso, la distinción tal y como se entiende actualmente puede formularse en los siguientes términos:
Enunciados analíticos: Todos aquellos enunciados cuya verdad o falsedad dependen de su forma lógica y del significado de sus términos. Todos los enunciados de la matemática y de la lógica formarían parte de este grupo.
Enunciados sintéticos: Todos aquellos enunciados cuya verdad o falsedad se determina sobre la base de información fáctica sobre el mundo. Todos los enunciados con carga empírica formarían parte de este conjunto.
Esta distinción ha sido fructífera en el siglo XX para la elucidación del problema de la demarcación entre filosofía y ciencia, es decir, para la distinción o no de las tareas filosóficas respecto de las labores científicas. Paralelamente ha servido para zanjar numerosas cuestiones desde el punto de vista filosófico con un: eso es cosa de la ciencia. Con ello se pretendía mostrar que la tarea de la filosofía consistía en la elucidación conceptual; en la clarificación y ensamblaje de todos nuestros conceptos e intuiciones básicas previas al conocimiento del mundo. Conceptos como significado, sentido, referencia, verificación, teoría y afines entrarían dentro del campo de acción de la filosofía. En cambio, las proposiciones concernientes explícitamente a sucesos y propiedades del mundo serían tarea de la ciencia. De este modo, se explicaría por qué muchos problemas que en la antigüedad fueron considerados filosóficos, hoy no lo son. La razón: no eran problemas conceptuales. Ejemplos de esta clase de problemas aparentemente filosóficos serían el origen del mundo, el problema parmenídeo del movimiento, etc.
El origen de esta distinción se remonta a la vieja dicotomía Leibniziana entre verdades de hecho y verdades de razón. Para el filósofo alemán las verdades de hecho eran contingentes y empíricas, es decir, pueden o no darse en el mundo. Las verdades de razón serían necesarias e innatas. Son las proposiciones lógicas y matemáticas. El hecho de que fueran innatas muestra la herencia platónica en el racionalismo de Leibniz.
Hume distinguía entre hechos y relaciones de ideas. Las proposiciones concernientes a hechos, al igual que las verdades de hecho Leibnizianas, eran contingentes y empíricas. El filósofo escocés, en cambio, difería del alemán en el tratamiento de las relaciones de ideas (o verdades de razón en la jerga del filósofo de la Monadología). Para Hume, las relaciones de ideas, si bien no son empíricas, tampoco son necesarias. Se tratan de meras tautologías desprovistas de contenido alguno; son meramente formales. En este sentido, se palpa la influencia en la concepción Wittgensteiniana de las verdades lógicas expuesta en el Tractatus.
Como en casi toda la filosofía moderna, con Kant también se da un giro respecto a esta cuestión. El filósofo de Konigsberg es el primero en usar las expresiones analítico y sintético. Según él, un juicio analítico es aquel donde un predicado B pertenece a un sujeto A, es decir, está contenido dentro de él. Un ejemplo de esta clase de juicios es "Todos los cuerpos son extensos". Es consustancial a la idea de cuerpo el tener extensión. Esta clase de juicios son pensados mediante la identidad. Y el predicado no añade información nueva al sujeto Un juicio sintético sería aquel donde un predicado B no está contenido en un sujeto A, aunque claro está, eso no significa que no haya relación, pues de lo contrario no habría juicio. Un ejemplo de esta clase de juicios sería "Todos los cuerpos son pesados". La pesadez no estaría incluida en la idea de cuerpo. Los juicios sintéticos son pensados sin mediación de la identidad. En estos juicios, los predicados sí añaden información al sujeto.
A su vez, Kant echa mano de la distinción entre a priori y a posteriori. Los juicios a priori son aquellos que se construyen sin mediación de la experiencia, mientras que los juicios a posteriori requieren de la experiencia para su construcción. De este modo tendríamos que todos los juicios a posteriori son sintéticos, pues la información que en estos casos el predicado añade al sujeto procede de la experiencia. Paralelamente, todos los juicios analíticos serían a priori, pues en esa clase de proposiciones los juicios se construirían con independencia de la experiencia.
Hasta aquí no hay nada en Kant que difiera aparentemente de las concepciones, a grosso modo, de Leibniz y Hume. Sin embargo, para Kant existe una tercera clase de juicios con independencia de los analíticos a priori y los sintéticos a posteriori: serían los sintéticos a posteriori. Serían todos aquellos juicios en los que el predicado no pertenece al sujeto y, a la vez, donde algunos de sus elementos constituyentes no proceden de la experiencia. Más aún, esos elementos hacen posible la experiencia; lo cual no significa que sean eternos. Kant identifica este conjunto de juicios con las proposiciones de la matemática y de la ciencia natural. Las investigaciones concernientes a la Crítica de la razón pura tienen como objetivo dilucidar si esa clase de juicios son posibles en metafísica y, por tanto, dado el carácter de esa disciplina, si la metafísica como ciencia es posible. La respuesta de la obra sería no.
El positivismo lógico también ahondó en la distinción, pero bajo un marco ya distinto. La cuestión relevante para ellos consistía en establecer un criterio de significación bajo el cual los enunciados metafísicos dejaran de tener sentido. Para ello, y siguiendo a Hume y Wittgenstein, desarrollaron el principio de verificabilidad, la doctrina del significado por la cual todo enunciado que no sea ni analítico ni sintético (en los sentidos expresados al principio de estas líneas) carecerá de sentido o significado y, en consecuencia, será ininteligible. Además de cerrar las puertas al discurso con sentido a toda especulación metafísica, el principio de verificabilidad pretendía ser una potente concepción empirista de la ciencia. Sin adentrarme demasiado en cuestiones de detalle, este principio imponía la condición de reducir todos los términos teóricos (gravedad, fuerza, masa, etc.) a enunciados acerca de observables.
Como he mencionado al principio de estas líneas, una de las consecuencias de la aceptación de la dicotomía analítico/sintético es la aceptación de una barrera epistémica entre filosofía y ciencia. No hay enlace de unión entre un saber y otro. (no hay reflexiones al estilo Punset, por ejemplo). Correlativamente, negar que haya demarcación entre ciencia y filosofía, implica la no asunción de la dicotomía analítico/sintético. En ese sentido, uno de los ataques más contundentes a la dichosa dicotomía ha venido dado por el filósofo americano W.v.O. Quine. Nuevamente, sin entrar en cuestiones de detalle acerca de la crítica a la analiticidad, para Quine no existe algo así como una barrera infranqueable entre ambos tipos de proposiciones, sino más bien una especie de continuo entre ambos, caracterizado por su noción de Holismo semántico. Todos los enunciados, incluidos los de la matemática y la lógica, serían sintéticos en menor o mayor grado.
Para hacernos una idea de lo que Quine quiere decirnos, conviene imaginarse el cuerpo entero del conocimiento humano como una esfera, en la cual los bordes entrarían en conexión directa con la experiencia y con el resto de elementos de la esfera, ya sea de modo o indirecto, a través de conexiones de conexiones. Las ciencias formales, como las matemáticas o la lógica no serían analíticas, sino más bien sintéticas en menor grado, esto es, más atrincheradas respecto a una refutación de la experiencia (la violación del principio de tercio excluso de la lógica clásica en la mecánica cuántica sería un ejemplo paradigmático).
En gran parte, es gracias a la crítica de Quine a la dicotomía en su artículo Dos Dogmas del Empirismo (1952) por lo que esta distinción ha hecho correr ríos y ríos de tinta, conformándose dos grandes grupos: los partidarios de su defensa y los defensores de su abolición. En cualquier caso, se trata de una de las cuestiones de filosofía analítica (o para los Quineanos, de filosofía sintética) más interesantes que hay. O al menos, eso pienso yo (ahora).
Probablemente la distinción filosófica que más ríos de tinta ha generado a lo largo de la historia de la disciplina sea ésta. Este par de conceptos se ha asociado a su vez con distinciones afines como las de verdades de razón / verdades de hecho, necesario / contingente o normativo / descriptivo. En cualquier caso, la distinción tal y como se entiende actualmente puede formularse en los siguientes términos:
Enunciados analíticos: Todos aquellos enunciados cuya verdad o falsedad dependen de su forma lógica y del significado de sus términos. Todos los enunciados de la matemática y de la lógica formarían parte de este grupo.
Enunciados sintéticos: Todos aquellos enunciados cuya verdad o falsedad se determina sobre la base de información fáctica sobre el mundo. Todos los enunciados con carga empírica formarían parte de este conjunto.
Esta distinción ha sido fructífera en el siglo XX para la elucidación del problema de la demarcación entre filosofía y ciencia, es decir, para la distinción o no de las tareas filosóficas respecto de las labores científicas. Paralelamente ha servido para zanjar numerosas cuestiones desde el punto de vista filosófico con un: eso es cosa de la ciencia. Con ello se pretendía mostrar que la tarea de la filosofía consistía en la elucidación conceptual; en la clarificación y ensamblaje de todos nuestros conceptos e intuiciones básicas previas al conocimiento del mundo. Conceptos como significado, sentido, referencia, verificación, teoría y afines entrarían dentro del campo de acción de la filosofía. En cambio, las proposiciones concernientes explícitamente a sucesos y propiedades del mundo serían tarea de la ciencia. De este modo, se explicaría por qué muchos problemas que en la antigüedad fueron considerados filosóficos, hoy no lo son. La razón: no eran problemas conceptuales. Ejemplos de esta clase de problemas aparentemente filosóficos serían el origen del mundo, el problema parmenídeo del movimiento, etc.
El origen de esta distinción se remonta a la vieja dicotomía Leibniziana entre verdades de hecho y verdades de razón. Para el filósofo alemán las verdades de hecho eran contingentes y empíricas, es decir, pueden o no darse en el mundo. Las verdades de razón serían necesarias e innatas. Son las proposiciones lógicas y matemáticas. El hecho de que fueran innatas muestra la herencia platónica en el racionalismo de Leibniz.
Hume distinguía entre hechos y relaciones de ideas. Las proposiciones concernientes a hechos, al igual que las verdades de hecho Leibnizianas, eran contingentes y empíricas. El filósofo escocés, en cambio, difería del alemán en el tratamiento de las relaciones de ideas (o verdades de razón en la jerga del filósofo de la Monadología). Para Hume, las relaciones de ideas, si bien no son empíricas, tampoco son necesarias. Se tratan de meras tautologías desprovistas de contenido alguno; son meramente formales. En este sentido, se palpa la influencia en la concepción Wittgensteiniana de las verdades lógicas expuesta en el Tractatus.
Como en casi toda la filosofía moderna, con Kant también se da un giro respecto a esta cuestión. El filósofo de Konigsberg es el primero en usar las expresiones analítico y sintético. Según él, un juicio analítico es aquel donde un predicado B pertenece a un sujeto A, es decir, está contenido dentro de él. Un ejemplo de esta clase de juicios es "Todos los cuerpos son extensos". Es consustancial a la idea de cuerpo el tener extensión. Esta clase de juicios son pensados mediante la identidad. Y el predicado no añade información nueva al sujeto Un juicio sintético sería aquel donde un predicado B no está contenido en un sujeto A, aunque claro está, eso no significa que no haya relación, pues de lo contrario no habría juicio. Un ejemplo de esta clase de juicios sería "Todos los cuerpos son pesados". La pesadez no estaría incluida en la idea de cuerpo. Los juicios sintéticos son pensados sin mediación de la identidad. En estos juicios, los predicados sí añaden información al sujeto.
A su vez, Kant echa mano de la distinción entre a priori y a posteriori. Los juicios a priori son aquellos que se construyen sin mediación de la experiencia, mientras que los juicios a posteriori requieren de la experiencia para su construcción. De este modo tendríamos que todos los juicios a posteriori son sintéticos, pues la información que en estos casos el predicado añade al sujeto procede de la experiencia. Paralelamente, todos los juicios analíticos serían a priori, pues en esa clase de proposiciones los juicios se construirían con independencia de la experiencia.
Hasta aquí no hay nada en Kant que difiera aparentemente de las concepciones, a grosso modo, de Leibniz y Hume. Sin embargo, para Kant existe una tercera clase de juicios con independencia de los analíticos a priori y los sintéticos a posteriori: serían los sintéticos a posteriori. Serían todos aquellos juicios en los que el predicado no pertenece al sujeto y, a la vez, donde algunos de sus elementos constituyentes no proceden de la experiencia. Más aún, esos elementos hacen posible la experiencia; lo cual no significa que sean eternos. Kant identifica este conjunto de juicios con las proposiciones de la matemática y de la ciencia natural. Las investigaciones concernientes a la Crítica de la razón pura tienen como objetivo dilucidar si esa clase de juicios son posibles en metafísica y, por tanto, dado el carácter de esa disciplina, si la metafísica como ciencia es posible. La respuesta de la obra sería no.
El positivismo lógico también ahondó en la distinción, pero bajo un marco ya distinto. La cuestión relevante para ellos consistía en establecer un criterio de significación bajo el cual los enunciados metafísicos dejaran de tener sentido. Para ello, y siguiendo a Hume y Wittgenstein, desarrollaron el principio de verificabilidad, la doctrina del significado por la cual todo enunciado que no sea ni analítico ni sintético (en los sentidos expresados al principio de estas líneas) carecerá de sentido o significado y, en consecuencia, será ininteligible. Además de cerrar las puertas al discurso con sentido a toda especulación metafísica, el principio de verificabilidad pretendía ser una potente concepción empirista de la ciencia. Sin adentrarme demasiado en cuestiones de detalle, este principio imponía la condición de reducir todos los términos teóricos (gravedad, fuerza, masa, etc.) a enunciados acerca de observables.
Como he mencionado al principio de estas líneas, una de las consecuencias de la aceptación de la dicotomía analítico/sintético es la aceptación de una barrera epistémica entre filosofía y ciencia. No hay enlace de unión entre un saber y otro. (no hay reflexiones al estilo Punset, por ejemplo). Correlativamente, negar que haya demarcación entre ciencia y filosofía, implica la no asunción de la dicotomía analítico/sintético. En ese sentido, uno de los ataques más contundentes a la dichosa dicotomía ha venido dado por el filósofo americano W.v.O. Quine. Nuevamente, sin entrar en cuestiones de detalle acerca de la crítica a la analiticidad, para Quine no existe algo así como una barrera infranqueable entre ambos tipos de proposiciones, sino más bien una especie de continuo entre ambos, caracterizado por su noción de Holismo semántico. Todos los enunciados, incluidos los de la matemática y la lógica, serían sintéticos en menor o mayor grado.
Para hacernos una idea de lo que Quine quiere decirnos, conviene imaginarse el cuerpo entero del conocimiento humano como una esfera, en la cual los bordes entrarían en conexión directa con la experiencia y con el resto de elementos de la esfera, ya sea de modo o indirecto, a través de conexiones de conexiones. Las ciencias formales, como las matemáticas o la lógica no serían analíticas, sino más bien sintéticas en menor grado, esto es, más atrincheradas respecto a una refutación de la experiencia (la violación del principio de tercio excluso de la lógica clásica en la mecánica cuántica sería un ejemplo paradigmático).
En gran parte, es gracias a la crítica de Quine a la dicotomía en su artículo Dos Dogmas del Empirismo (1952) por lo que esta distinción ha hecho correr ríos y ríos de tinta, conformándose dos grandes grupos: los partidarios de su defensa y los defensores de su abolición. En cualquier caso, se trata de una de las cuestiones de filosofía analítica (o para los Quineanos, de filosofía sintética) más interesantes que hay. O al menos, eso pienso yo (ahora).
2 comentarios:
enhorabuena por el blog, y decirte que me ha venido de puta madre a la hora de estudiar el tema de los juicios de kant y su relacion con hume. un saludo
Muchas gracias por la información. Debo estudiar este tema, y siendo un diseñador pues me viene muy bien la explicación. Un saludo.
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