Genialidad o delirio absoluto no son las expresiones correctas, pero son las primeras que se me vienen a la cabeza a la hora de valorar esta película. Quizá la imagen de un ojo absorbiendo rayos catódicos sin interferencia alguna sea una representación bastante plástica de lo que esta película es. Porque la verdad es que existe una delgada línea que separa la genialidad del delirio más absoluto. Una franja inextensa en el espacio y en el tiempo cuya razón de ser se justifica por el simple hecho de que distinguimos entre obras geniales y obras delirantes, y ambos predicados no solemos mezclarlos. Pero a veces sí. O dicho de otro modo: a veces se nos imponen. O mejor dicho: a veces los predicados no tienen razón de ser. Creo que para Lucía y el sexo esa es la descripción más acertada y, por tanto, esta crítica, en tanto que descripción de ella, no debe tomarse muy en serio.
De difícil asimilación racional por parte del espectador, Lucía y el Sexo se revela como uno de los experimentos fílmicos más innovadores de la tierra del toro y el vino, del pollo frito y de los atavismos folclóricos más inveterados. Realmente, si uno no tuviera ningún tipo de cultura cinematográfica, y viera el film doblado a cualquier otro idioma, no se le pasaría por la cabeza la idea de que ésta es una película española (aunque también es verdad que, si las condiciones fueran esas, no habría razón alguna para tener prejuicios). No en vano se ha catalogado a Julio Médem, su creador, como el digno sucesor de la gran tradición fílmica europea conformada por los Buñuel, Bergman, Tarkovsky y algunos otros. Y no es de extrañar que las miradas de Kubrick y Spielberg se fijarán en él para la realización de proyectos que, vistos a posteriori, con acertado criterio el bueno de Julio rechazó.
En Lucía y el Sexo se nos relata un cuento en el que la realidad y la fantasía se unen inextricablemente por medio de unos personajes cuya relación se establece por el sexo. El sexo es a veces el motor de la dicha, la lujuria y la felicidad y en otras ocasiones es la raíz del tormento, la ira y el ocaso de las ilusiones. Sirve tanto para presentarnos las complejidades internas de las relaciones de pareja como para hacernos ver el furor y el desenfreno de los encuentros esporádicos. La película nos muestra, por tanto, un espectro polimórfico en el que el sexo configura diferentes miradas que, conjugadas perspectivísticamente entre sí, nos ofrecen un panórama bastante prístino de lo que son las relaciones humanas, tema central en la película a pesar de lo sugerido por su título.
Y es que como si de una mezcla del cine de Bergman y el de Jeunet se tratara, Lucía y el Sexo se adentra, como ninguna otra película española lo ha hecho hasta ahora, en los misterios más profundos que entrañan el tormentoso mundo de las relaciones humanas y, en especial, de las de pareja. La película entremezcla los momentos dramáticos más puramente existencialistas, al estilo del director sueco, junto con fragmentos donde la esperanza y el consuelo inundan todos los poros de la pantalla, haciendo partícipe al espectador de lo que se está contando. Y esto se logra con una estética en la fotografía al nivel de cualquiera de los grandes del cine mundial. A pesar de haberse rodado con una cámara digital de alta resolución, todos los encuadres y la iluminación escogida para cada plano denotan una planificación medida al milímetro que tiene como resultado una belleza en el cromatismo y en la mirada verdaderamente exhuberante.
Pero si bien la fotografía en la película consigue transmitirnos las sensaciones y emociones que inundan la película y, con ello, erigirse en el principal vehículo narrativo del film, cosa bien diferente cabe decir del guión, bastante poblado de errores de continuidad y sucesión en las escenas que, pese a no desvirtuar en demasía la idea general que Médem pretende transmitirnos, a saber, que siempre cabe la posibilidad de empezar de cero en la vida, sí la trastoca más de lo que, en principio, sería deseable. Y los diálogos tampoco ayudan, siendo la mayor parte de las veces planos y secos, aunque en otras metafóricos y sugerentes.
A este respecto, la labor actoral no consigue levantar el vuelo, al menos en lo referente a su dueto protagonista, siendo el trabajo interpretativo de Paz Vega y Tristán Ulloa bastante mejorable. Cosa bien diferente a lo sucedido con Elena Anaya y Najwa Nimri. La primera perfecta en su papel de adolescente calenturienta y salida. La segunda, a pesar de no ser una actriz que sea santa de mi devoción, intachable en el que al final se convierte en el papel más difícil dada la complejidad de su personaje, Elena. No obstante, y pese a que la labor general interpretativa sea de nivel flojo, en parte condicionada por la poca consistencia de los diálogos, todos los actores realizan una excelente tarea en las escenas más calientes del largometraje y, pese a la dificultad intrínseca de llevar a cabo este tipo de secuencias de manera creíble en el cine, en todo momento la sensación de naturalidad es la norma en la totalidad de las escenas en las que la fantasía y los juegos eróticos son el foco protagonista de la cámara.
Resumiendo un poco estas líneas, Lucía y el Sexo pretende ser un interesante experimento cinematográfico en el que la realidad y la ficción se entremezclan dando como lugar, tanto un espacio para la imaginación más onírica, como un relato donde las emociones entran en conexión con el ámbito de lo más típicamente humano: el sexo como catalizador de nuestra interioridad. Todo ello por medio de una excelente fotografía digna de enmarcar. Sin embargo, la pretensión se queda en ello, y la tara del guión, con un más que discutible final desde el punto de vista lógico, y unas interpretaciones más que mejorables, dan como resultado una propuesta ambivalente, con sus puntos álgidos y algunos más bien mediocres.
No obstante, aunque el resultado general es bastante bueno, la sensación final es agridulce. Esta historia no está al nivel de otras obras del director donostiarra como Tierra o Los Amantes del Círculo Polar y nos muestra a un Médem con las ideas no lo suficientemente claras acerca de lo qué es hacer una película. Sensación, en cambio, totalmente opuesta a la que nos dejaban las películas anteriormente mentadas. En Lucía y el Sexo, si bien el apelativo de película fallida no llega a hacer justicia a las virtudes del film, la sensación final es la de un aquello que pudo ser y finalmente no fue. Una pena, a medias.
Valoración: 6.4
2 comentarios:
A mi esta película me gustó, básicamente porque no sabía qué me iba a encontrar, tenía miedo de encontrarme una de esas españoladas que intentan ser profundas e íntimas a base de tetas y poco más. En cualquier caso, creo que tendría que llamarse "Lorenzo y el sexo", ya que este es el personaje sobre el que gira toda la historia, amén de ser más interesante que la insulsa Lucía, que tarda en enterarse de qué va la fiesta. Tal vez Lucía nos es más cercana, pero porque a veces parece tan espectadora como nosotros.
De todos modos seguro que mucha gente se sintió defraudada por la película, especialmente algún pajillero irredento que no entendió por dónde venían los tiros.
Holden Holden...
A mi no me gustó nada ¿Debo deducir que soy un pajillero?
Creí morir de aburrimiento viéndola. Y en mi opinión, SI intenta ser profunda pero NO lo consigue. Un quiero y no puedo.
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