Nunca olvidaré aquella época de mi vida. Yo vivía en el zoo, con mis bananas, mis lianas, mis pulgas, mis chinches y todo eso que hace que la vida merezca ser vivida. Aquello era maravilloso. Recuerdo cuando alguien mencionaba el nombre de Wesley. Yo respondía dando saltos y volteretas. Ahora sé que me llamaban Wesley y que aquello era lo que se suponía que debía hacer. Pero entonces no. Entonces todo era como una especie de rapsodia de frugal libertad en la que la inconsciencia más absoluta se entrelazaba inextricablemente con la sensación de que mi identidad era sólo mía. De que yo era yo. Ahora, ya no puedo decir lo mismo.
Todo comenzó cuando trajeron a mi recinto a un ser pelón, vil y nauseabundo que parecía intentar imitar todos mis gráciles y uniformados movimientos, claro está, con resultados deplorables. Le llamaban Craig y le daban más bananas que a mí. Traición. Jamás he consentido ni consentiré que alguien invada mi territorio y que, además, se haga dueño de él. La convivencia se hizo imposible. Eso era una declaración de guerra. De una guerra sin cuartel. Tenía que vencer el más fuerte. Sólo podía quedar uno.
Intenté suplantar su identidad; intenté descolocarle. Cada vez que yo reconocía la voz del señor que traía las bananas, ya dijese Craig o dijese Wesley, rápidamente me lanzaba a realizar piruetas y movimientos estratosféricos con los que dejar asombrado al repartidor de mi comida. Pero no funcionó. Craig era más fuerte y, pese a las apariencias, más rápido de lo que cupiese imaginar. Acostumbraba a golpearme y a torturarme psicológicamente con sus vulgares demostraciones de poder. Si la suplantación de la identidad no funcionaba, había que pasar a otra estrategia.
Intenté hacer ver como que la comida me era indiferente; no acudir a las llamadas del repartidor. La idea subyacente era que Craig se alimentara con su comida y con la mía, de tal modo que acumulase tal sobrepeso que le fuera, transcurrido un tiempo, imposible hacerme frente. Entonces el poder sería de Wesley, pensé. Yo confiaba en mis amplias y vastas reservas energéticas para hacer frente al ayuno. Tampoco funcionó. Craig ganó masa muscular y mis planes se fueron al garete. Estaba perdido. Mi vida, más que nunca, corría peligro.
Una noche en la que la posibilidad del suicidio se hizo patente en mí, sucedió lo inexplicable. Dos individuos encapuchados y vestidos de negro entraron en mi recinto, superando las peligrosas e infranqueables medidas de seguridad, y nos raptaron a Craig y a mí. Nos metieron en dos celdas de tamaño microscópico, donde cualquier mínima posibilidad de que la vida pudiera ser desarrollada en ella sería tachada de antemano como una locura. Y a continuación, nos introdujeron en la parte de atrás de un coche, jeep creo recordar. Tras colocar una manta en mi celda que me impedía ver lo que a mi alrededor había, oí como el coche arrancó. En dirección a mi libertad, pensé. En realidad a ninguna parte.
A la mañana siguiente, cuando me desperté, estaba en los brazos de una niña pequeña que no paraba de hacerme putadas. A mi alrededor sólo había confusión y calor, mucho calor. La sensación de desasosiego unida a mi debilidad física se hizo patente y me desmayé. Cuando recuperé el conocimiento vi a mi archienemigo en brazos de lo que parecía ser un monstruo. Mi primer pensamiento al contemplarle fue un frío y desapasionado "muerte". Al menos hasta que vi que su cara expresaba las mismas sensaciones que yo, hace unos pocos segundos, minutos u horas (no lo sé a ciencia cierta).
Rápidamente nos comunicaron el móvil de lo acontecido: seleccionar a uno de los dos para ser adoptado. El que lo fuera, llevaría una vida plena de placer y expectativas de futuro. El que no lo fuera, sería abocado a una vida llena de tormentos en un habitáculo sombrío sin intermediación física con el mundo exterior, salvo por una oxidada rendija por la que pasaría la comida. No era un duelo a muerte, era algo mucho peor. Era un duelo por la dignidad.
Yo partía con ventaja y lo sabía. Había superado antes que Craig mi estado de confusión y posterior desmayo. Tenía que jugar mis cartas. Nos sometieron a diversas pruebas con el fin de medir tanto nuestra aptitud física como mental. Me esforcé como nunca me había esforzado en todas aquellas pruebas. Pero todo fue en vano. Craig era mejor que yo. Nadie podía negarlo.
Ahora mi vida no tiene sentido. Vivo en una celda de 7 metros cuadrados y de metro y medio de alto. Hay humedad, goteras, moho y ratas, muchas ratas; infinitas ratas. Ahora el problema de la convivencia es con ellas. Pero ya me da igual. He perdido la libertad y eso es lo importante. Mis captores tienen pequeños gestos conmigo y me dan a leer las grandes obras de la civilización occidental (la crítica de la razón pura, la genealogía de la moral, la biblia, el tractatus logico-philosophicus, las meditaciones metafísicas, etc.), lo cual sólo acentúa mis tendencias suicidas. Creo que el suicidio está al caer.
Ya no aguanto más. Me hago viejo, mi mente no funciona y mi cuerpo no responde. Ha llegado el momento de decir adiós a esta vida. Esta noche, cuando me dejen el plátano y el cuchillo para pelarlo, me cortaré las venas.
Maldita sea, ese jodido cuchillo no estaba afilado. Esperaré a mañana. Toca Bistec. De mañana no pasa.
Todo comenzó cuando trajeron a mi recinto a un ser pelón, vil y nauseabundo que parecía intentar imitar todos mis gráciles y uniformados movimientos, claro está, con resultados deplorables. Le llamaban Craig y le daban más bananas que a mí. Traición. Jamás he consentido ni consentiré que alguien invada mi territorio y que, además, se haga dueño de él. La convivencia se hizo imposible. Eso era una declaración de guerra. De una guerra sin cuartel. Tenía que vencer el más fuerte. Sólo podía quedar uno.
Intenté suplantar su identidad; intenté descolocarle. Cada vez que yo reconocía la voz del señor que traía las bananas, ya dijese Craig o dijese Wesley, rápidamente me lanzaba a realizar piruetas y movimientos estratosféricos con los que dejar asombrado al repartidor de mi comida. Pero no funcionó. Craig era más fuerte y, pese a las apariencias, más rápido de lo que cupiese imaginar. Acostumbraba a golpearme y a torturarme psicológicamente con sus vulgares demostraciones de poder. Si la suplantación de la identidad no funcionaba, había que pasar a otra estrategia.
Intenté hacer ver como que la comida me era indiferente; no acudir a las llamadas del repartidor. La idea subyacente era que Craig se alimentara con su comida y con la mía, de tal modo que acumulase tal sobrepeso que le fuera, transcurrido un tiempo, imposible hacerme frente. Entonces el poder sería de Wesley, pensé. Yo confiaba en mis amplias y vastas reservas energéticas para hacer frente al ayuno. Tampoco funcionó. Craig ganó masa muscular y mis planes se fueron al garete. Estaba perdido. Mi vida, más que nunca, corría peligro.
Una noche en la que la posibilidad del suicidio se hizo patente en mí, sucedió lo inexplicable. Dos individuos encapuchados y vestidos de negro entraron en mi recinto, superando las peligrosas e infranqueables medidas de seguridad, y nos raptaron a Craig y a mí. Nos metieron en dos celdas de tamaño microscópico, donde cualquier mínima posibilidad de que la vida pudiera ser desarrollada en ella sería tachada de antemano como una locura. Y a continuación, nos introdujeron en la parte de atrás de un coche, jeep creo recordar. Tras colocar una manta en mi celda que me impedía ver lo que a mi alrededor había, oí como el coche arrancó. En dirección a mi libertad, pensé. En realidad a ninguna parte.
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A la mañana siguiente, cuando me desperté, estaba en los brazos de una niña pequeña que no paraba de hacerme putadas. A mi alrededor sólo había confusión y calor, mucho calor. La sensación de desasosiego unida a mi debilidad física se hizo patente y me desmayé. Cuando recuperé el conocimiento vi a mi archienemigo en brazos de lo que parecía ser un monstruo. Mi primer pensamiento al contemplarle fue un frío y desapasionado "muerte". Al menos hasta que vi que su cara expresaba las mismas sensaciones que yo, hace unos pocos segundos, minutos u horas (no lo sé a ciencia cierta).
Rápidamente nos comunicaron el móvil de lo acontecido: seleccionar a uno de los dos para ser adoptado. El que lo fuera, llevaría una vida plena de placer y expectativas de futuro. El que no lo fuera, sería abocado a una vida llena de tormentos en un habitáculo sombrío sin intermediación física con el mundo exterior, salvo por una oxidada rendija por la que pasaría la comida. No era un duelo a muerte, era algo mucho peor. Era un duelo por la dignidad.
Yo partía con ventaja y lo sabía. Había superado antes que Craig mi estado de confusión y posterior desmayo. Tenía que jugar mis cartas. Nos sometieron a diversas pruebas con el fin de medir tanto nuestra aptitud física como mental. Me esforcé como nunca me había esforzado en todas aquellas pruebas. Pero todo fue en vano. Craig era mejor que yo. Nadie podía negarlo.
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Ahora mi vida no tiene sentido. Vivo en una celda de 7 metros cuadrados y de metro y medio de alto. Hay humedad, goteras, moho y ratas, muchas ratas; infinitas ratas. Ahora el problema de la convivencia es con ellas. Pero ya me da igual. He perdido la libertad y eso es lo importante. Mis captores tienen pequeños gestos conmigo y me dan a leer las grandes obras de la civilización occidental (la crítica de la razón pura, la genealogía de la moral, la biblia, el tractatus logico-philosophicus, las meditaciones metafísicas, etc.), lo cual sólo acentúa mis tendencias suicidas. Creo que el suicidio está al caer.
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Ya no aguanto más. Me hago viejo, mi mente no funciona y mi cuerpo no responde. Ha llegado el momento de decir adiós a esta vida. Esta noche, cuando me dejen el plátano y el cuchillo para pelarlo, me cortaré las venas.
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Maldita sea, ese jodido cuchillo no estaba afilado. Esperaré a mañana. Toca Bistec. De mañana no pasa.
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Wesley Thomas, nacido en 1984 o 1986, murió envenenado en algún momento de un frío día de 2007.
R.I.P.
R.I.P.
2 comentarios:
Ahora me empiezan a encajar las cosas... A mi hermano lo cambiaron por un mono... o no era eso??? Fdo: la niña de las putadas.
PD: ¡qué facilidad para mantener la tensión hasta el final, qué narrativa! ¿Has pensado en ir a un especialista? Tengo contactos, tranquilo.
Si hay drogas, sí.
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