A estas alturas de la película, hablar de Michael Moore es hablar del enemigo público número 1 de los sectores conservadores en Estados Unidos. Documentales como Bowling For Columbine o Farenheit 9/11 le hicieron acreedor de tan honorífico galardón. En ellos metía el dedo en la llaga del problema civil que supone el derecho a un arma de todo americano mayor de edad y de los negocios que la familia Bush realizó con Osama Bin Laden, así como de los entresijos corruptos que llevaron del 11-S a las guerras de Afganistán e Irak y todas sus implicaciones políticas y sociales. Ahora este tipo de ovalada presencia, pero no por ello con pelos en la lengua, nos presenta su último largometraje, Sicko.
En esta ocasión su ataque va dirigido al sistema sanitario estadounidense. Quién más quién menos conoce que la sanidad americana es privada; quién más quién menos puede hacerse una ligera idea de a qué intereses políticos y pecuniarios obedece y beneficia esa situación; quién más quién menos puede imaginarse cuáles son las consecuencias sociales en el país bandera del liberalismo económico. Quién más quién menos puede hacer estas cosas. Bien, Michael Moore se encarga con Sicko de despejar dudas y mostrarnos una panorámica del estado de la cuestión ahora, en sus orígenes y presumiblemente en un futuro a largo plazo, si nadie o nada lo remedia.
Siempre se le ha achacado al realizador americano el mostrar de un modo sesgado y parcial los hechos y problemáticas sobre los que versan sus trabajos y con ello, además, el ser a veces demasiado sensacionalista.
Respecto a ello creo que es parte de su idiosincrasia como contador de historias. Es su modo de hacer que algo sea más atrayente para el expectador. Bien es cierto que los temas que trata tienen un interés intrínseco y habrá quienes consideren que las bromas y parodias que introduce en sus películas no son sino excesos y licencias difícilmente justificables desde una perspectiva supuestamente objetiva. No nos olvidemos que se trata de un hacedor de documentales. Pero la verdad es que quienes afirman tales cosas se olvidan de algo esencial: el cine de Michael Moore, a parte de pretender (in)formar, entretiene. Prueba de ello fue la consecución de la Palma de Oro a la mejor película por Fahrenheit 9/11, y las palabras que le dedicó Quentin Tarantino a Michael Moore cuando aquel era parte del jurado que le otorgó el premio: "Quiero que sepas que los aspectos políticos de tu película no tienen nada que ver con el premio. En este jurado tenemos distintas opiniones políticas, pero tú has recibido el premio porque has hecho una gran película. Quiero que lo sepas... de director a director".
Ahora bien, no podemos olvidar que, si bien es cierto que una película debe entretener, una película documental debería informar. Esto significa que un documental debería mostrar una serie de hechos donde la carga subjetiva, ideológica y política del que los muestra debe aparecérsele al expectador casi imperceptible. Pues los hechos simplemente son y la cuestión de cómo deberían ser éstos le es ajena a la más primitiva de su descripción. Es la diferencia entre informar y formar (opinión). La diferencia es sutil y en gran medida difusa. Intentaré aclararla con un ejemplo: Puedes mostrar la partida, travesía y posterior naufragio de una patera en alta mar, sus causas y su consecuencias, y finalmente establecer una conclusión a título personal sobre la justicia o injusticia de ese hecho, o puedes hacer todo eso sin diferenciar cuando estás describiendo (hecho, causas y consecuencias) y cuando estás haciendo un ejercicio de opinión (justicia o injusticia).
Las películas de Michael Moore suelen optar por mostrar sus contenidos por medio de la segunda vía. De este modo, establecen una crítica a una situación determinada por medio y en medio de la descripción de unos hechos. Con ello se descoloca al expectador sobre la base de que a éste se le impide establecer un juicio crítico personal acerca de lo que le están ofreciendo, pues este juicio ya se lo están dando.
Aún así, es necesario realizar una nueva matización, y para no extenderme, me centraré en los dos documentales más famosos del realizador estadounidense: Bowling For Columbine y Fahrenheit 9/11. En estas dos películas veíamos como Michael Moore cargaba sus tintas contra el derecho a tener un arma y contra la administración Bush respectivamente. En ellas había muchas similitudes de estilo narrativo: Michael Moore recorriéndose los distintos lugares para entrevistar a los afectados, interposición de imágenes antes y después de los hechos, ritmo narrativo rápido y consistente, etc. Pero había una diferencia de fondo: Mientras que en la primera el foco de la crítica abarcaba a todos los sectores políticos, en la segunda no era así, era más partidista. Las consecuencias de ello son innegables. Si en un caso se ofrece una reflexión (eso sí, masticada) en un ámbito en el que el atacado es el sistema, y por tanto, todos los partidos políticos, en el otro el marco de la crítica es más reducido, y por tanto, más parcial. Es en Fahrenheit 9/11 donde el modo de presentar las cosas de Michael Moore puede ser más peligroso, por cuanto de demagógico pueda haber en su exposición.
Por suerte, el tema tratado en Sicko es de una dimensión que concierne a todos los sectores de la sociedad americana, y en esa medida, el ataque de Michael Moore resulta más honesto y veraz. Desde las empresas farmaceúticas y las empresas de seguros médicos, hasta los círculos de poder tanto conservadores como demócratas, tanto de ayer como de hoy, pasando por los propios usuarios de esa sanidad y en última instancia los verdaderos damnificados por esta situación. Todos tienen su papel en la representación del problema
El tema de la película, el de que la sanidad estadounidense sea privada, y por tanto, restringida a todos aquellos ciudadanos con unos ingresos suficientes para costeársela, es comparado con el tipo de sanidad existente en otros países civilizados como pueden ser Canadá, Reino Unido o Francia, en los cuales el acceso a la atención médica es universal, sin ningún tipo de traba económica que cupiese hacer a los benefactores de ella. Con ello Michael Moore pretende desmitificar la vieja idea, arrastrada desde los primeros años de la guerra fía, de que una sanidad universal es el primer paso para que los comunistas/socialistas alcancen el poder. En ese sentido es curioso lo que sucede al final de la película... y que no desvelaré.
Desde el punto de vista del entretenimiento, Sicko ofrece grandes dosis. No en vano Michael Moore se desenvuelve en esa faceta del juego como pez en el agua. Sin embargo, y a ese respecto, es ineludible establecer comparaciones con sus películas precedentes, en las cuales, Sicko se revela como perdedora de la partida. Pese a tener soberbios momentos dramáticos como nunca antes habíamos podido presenciar en una película del director americano, pues algunas historias son realmente terribles desde el punto de vista moral y humano (sin tanta parafernalia como la había en Bowling), y momentos de gran ironía y sarcasmo, como bien nos suele deparar el señor Moore, el desequilibrio entre unas situaciones y otras está claramente acentuado debido a transiciones quizás demasiado largas y anodinas en las que, hablando llanamente, ni chicha ni limoná. Con todo esto, no quiero decir que sea una película aburrida, ni mucho menos. Solo que el listón dejado por Bowling For Columbine y Fahrenheit 9/11 es difícil de superar y que, dicho sea de paso, me parece insoslayable referirme a ellas para enjuiciar a ésta.
Con todo ello, y estableciendo una conclusión a estos párrafos, Sicko se decanta por un camino que sigue en cierta medida la senda emprendida por Bowling For Columbine. Además, alejándose de sus predecesoras en la toma de un tono mucho más sobrio, consigue alcanzar cotas de mayor verosimilitud. Y eso es algo que agredecerán todos aquellos expectadores que pretendan conseguir algo más que las dos horas de entretenimiento de rigor, que Michael Moore, como buen vendedor, sabe ofertar a su público.
Puntuación: 7.6
En esta ocasión su ataque va dirigido al sistema sanitario estadounidense. Quién más quién menos conoce que la sanidad americana es privada; quién más quién menos puede hacerse una ligera idea de a qué intereses políticos y pecuniarios obedece y beneficia esa situación; quién más quién menos puede imaginarse cuáles son las consecuencias sociales en el país bandera del liberalismo económico. Quién más quién menos puede hacer estas cosas. Bien, Michael Moore se encarga con Sicko de despejar dudas y mostrarnos una panorámica del estado de la cuestión ahora, en sus orígenes y presumiblemente en un futuro a largo plazo, si nadie o nada lo remedia.
Siempre se le ha achacado al realizador americano el mostrar de un modo sesgado y parcial los hechos y problemáticas sobre los que versan sus trabajos y con ello, además, el ser a veces demasiado sensacionalista.
Respecto a ello creo que es parte de su idiosincrasia como contador de historias. Es su modo de hacer que algo sea más atrayente para el expectador. Bien es cierto que los temas que trata tienen un interés intrínseco y habrá quienes consideren que las bromas y parodias que introduce en sus películas no son sino excesos y licencias difícilmente justificables desde una perspectiva supuestamente objetiva. No nos olvidemos que se trata de un hacedor de documentales. Pero la verdad es que quienes afirman tales cosas se olvidan de algo esencial: el cine de Michael Moore, a parte de pretender (in)formar, entretiene. Prueba de ello fue la consecución de la Palma de Oro a la mejor película por Fahrenheit 9/11, y las palabras que le dedicó Quentin Tarantino a Michael Moore cuando aquel era parte del jurado que le otorgó el premio: "Quiero que sepas que los aspectos políticos de tu película no tienen nada que ver con el premio. En este jurado tenemos distintas opiniones políticas, pero tú has recibido el premio porque has hecho una gran película. Quiero que lo sepas... de director a director".
Ahora bien, no podemos olvidar que, si bien es cierto que una película debe entretener, una película documental debería informar. Esto significa que un documental debería mostrar una serie de hechos donde la carga subjetiva, ideológica y política del que los muestra debe aparecérsele al expectador casi imperceptible. Pues los hechos simplemente son y la cuestión de cómo deberían ser éstos le es ajena a la más primitiva de su descripción. Es la diferencia entre informar y formar (opinión). La diferencia es sutil y en gran medida difusa. Intentaré aclararla con un ejemplo: Puedes mostrar la partida, travesía y posterior naufragio de una patera en alta mar, sus causas y su consecuencias, y finalmente establecer una conclusión a título personal sobre la justicia o injusticia de ese hecho, o puedes hacer todo eso sin diferenciar cuando estás describiendo (hecho, causas y consecuencias) y cuando estás haciendo un ejercicio de opinión (justicia o injusticia).
Las películas de Michael Moore suelen optar por mostrar sus contenidos por medio de la segunda vía. De este modo, establecen una crítica a una situación determinada por medio y en medio de la descripción de unos hechos. Con ello se descoloca al expectador sobre la base de que a éste se le impide establecer un juicio crítico personal acerca de lo que le están ofreciendo, pues este juicio ya se lo están dando.
Aún así, es necesario realizar una nueva matización, y para no extenderme, me centraré en los dos documentales más famosos del realizador estadounidense: Bowling For Columbine y Fahrenheit 9/11. En estas dos películas veíamos como Michael Moore cargaba sus tintas contra el derecho a tener un arma y contra la administración Bush respectivamente. En ellas había muchas similitudes de estilo narrativo: Michael Moore recorriéndose los distintos lugares para entrevistar a los afectados, interposición de imágenes antes y después de los hechos, ritmo narrativo rápido y consistente, etc. Pero había una diferencia de fondo: Mientras que en la primera el foco de la crítica abarcaba a todos los sectores políticos, en la segunda no era así, era más partidista. Las consecuencias de ello son innegables. Si en un caso se ofrece una reflexión (eso sí, masticada) en un ámbito en el que el atacado es el sistema, y por tanto, todos los partidos políticos, en el otro el marco de la crítica es más reducido, y por tanto, más parcial. Es en Fahrenheit 9/11 donde el modo de presentar las cosas de Michael Moore puede ser más peligroso, por cuanto de demagógico pueda haber en su exposición.
Por suerte, el tema tratado en Sicko es de una dimensión que concierne a todos los sectores de la sociedad americana, y en esa medida, el ataque de Michael Moore resulta más honesto y veraz. Desde las empresas farmaceúticas y las empresas de seguros médicos, hasta los círculos de poder tanto conservadores como demócratas, tanto de ayer como de hoy, pasando por los propios usuarios de esa sanidad y en última instancia los verdaderos damnificados por esta situación. Todos tienen su papel en la representación del problema
El tema de la película, el de que la sanidad estadounidense sea privada, y por tanto, restringida a todos aquellos ciudadanos con unos ingresos suficientes para costeársela, es comparado con el tipo de sanidad existente en otros países civilizados como pueden ser Canadá, Reino Unido o Francia, en los cuales el acceso a la atención médica es universal, sin ningún tipo de traba económica que cupiese hacer a los benefactores de ella. Con ello Michael Moore pretende desmitificar la vieja idea, arrastrada desde los primeros años de la guerra fía, de que una sanidad universal es el primer paso para que los comunistas/socialistas alcancen el poder. En ese sentido es curioso lo que sucede al final de la película... y que no desvelaré.
Desde el punto de vista del entretenimiento, Sicko ofrece grandes dosis. No en vano Michael Moore se desenvuelve en esa faceta del juego como pez en el agua. Sin embargo, y a ese respecto, es ineludible establecer comparaciones con sus películas precedentes, en las cuales, Sicko se revela como perdedora de la partida. Pese a tener soberbios momentos dramáticos como nunca antes habíamos podido presenciar en una película del director americano, pues algunas historias son realmente terribles desde el punto de vista moral y humano (sin tanta parafernalia como la había en Bowling), y momentos de gran ironía y sarcasmo, como bien nos suele deparar el señor Moore, el desequilibrio entre unas situaciones y otras está claramente acentuado debido a transiciones quizás demasiado largas y anodinas en las que, hablando llanamente, ni chicha ni limoná. Con todo esto, no quiero decir que sea una película aburrida, ni mucho menos. Solo que el listón dejado por Bowling For Columbine y Fahrenheit 9/11 es difícil de superar y que, dicho sea de paso, me parece insoslayable referirme a ellas para enjuiciar a ésta.
Con todo ello, y estableciendo una conclusión a estos párrafos, Sicko se decanta por un camino que sigue en cierta medida la senda emprendida por Bowling For Columbine. Además, alejándose de sus predecesoras en la toma de un tono mucho más sobrio, consigue alcanzar cotas de mayor verosimilitud. Y eso es algo que agredecerán todos aquellos expectadores que pretendan conseguir algo más que las dos horas de entretenimiento de rigor, que Michael Moore, como buen vendedor, sabe ofertar a su público.
Puntuación: 7.6
1 comentario:
Ignatius, me he pasado por tu blog para leer la crítica y me parece sumamente interesante e instructiva, así que animo a todos los que lean esto que visiten "La incubadora del mal", tu blog.
Por cierto, este tipo de documentales nos hacen tomar conciencia a todos que somos un poco Ignatius Reilly, ¿no te parece?
Por mi parte, te agradezco muchísimo que te hayas pasado por "El Clan de los Gatos Libres" y dejado tu comentario.
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