Normalmente cuando te planteas la posibilidad de completar un pasatiempo es porque te aburres. Si no no lo terminas; de hecho, si no no lo empiezas. Para qué puñetas vas a buscar terminar un supuesto entretenimiento con el que pasar el rato, si el rato ya se pasa él sólo. Porque no hay nada más fácil que ver como el tiempo se esfuma delante de tus narices y que tú no puedas evitarlo. Es como cuando yo escribo estas líneas. No es sólo que por cada letra que vaya escribiendo un fragmento de tiempo se haya evaporado. Es también que por cada letra que lees pierdes un fragmento de tu valioso tiempo. Y ambas cosas suceden en instantes temporalmente distintos. Por ello, el mundo de los blogs no es sólo mágico, sino que también es una ingente y desproporcionada pérdida de tiempo cuyos efectos se multiplican exponencialmente a mayor cantidad de entradas ( o salidas) y de lecturas ajenas.
Bienvenidos a la blogoesfera, donde el tiempo es tirado a la basura sin remordimiento alguno.
Pero bueno, ya basta de hablar del tiempo. Yo he venido aquí a hablar de Pasatiempos. Sí, de pasatiempos con mayúsculas. Y si de Pasatiempos trata el tema, habrá que hablar del Pasatiempo por excelencia. O lo que es lo mismo: habrá que hablar de los Sudokus.
No os voy a contar la pena de Murcia acerca de este genial entretenimiento. Eso si queréis lo podéis encontrar en otros sitios. Si me permitís la pedantería, os voy a hablar de un aspecto del sudoku algo profundo. Bueno, qué cojones, muy profundo. De hecho, ese aspecto está enterrado bajo tierra.
Si tenéis cierta culturilla cinematográfica, os habréis dado cuenta de que el título de esta entrada guarda cierto parecido con cierta película de Sergio Leone. En aquella película dos cazarrecompensas se disputaban el botín que se ofrecía por la captura o el asesinato de un peligroso bandido. Bien, esta entrada no guarda ninguna relación con esa película, pero me apetecía hablar de ella.
De lo que quiero hablar, ahora sí, es de las reflexiones que me suscitan los conceptos de sudoku y pasatiempo en relación al más allá. Sí amigos, lo que voy a hacer es una metafísica ultramundana del juego de las celdas y las cifras. Y no estoy hablando en broma (¿a qué peli os recuerda esta frase imaginándola con acento italiano? Pista: es española).
Pensad sólo por un momento en la predisposición anímica que adoptáis a la hora de encarar uno de estos pasatiempos. Podría resumirse en un: sé cuando lo empiezo, pero en absoluto cuando lo acabaré. Al menos piensas eso cuando ya has hecho unos cuantos difíciles y tienes experiencia. Siempre está el clásico ingenuo que afirma cosas como: "qué dices tío, si los sudokus están tirados, son cosa de aplicar la lógica y ya está". La lógica y ya está y los cojones y aún no está, porque muchas veces se trata de resolver estos puzzles por lo legal o por lo criminal. Aunque te lleven horas, días, semanas o incluso la muerte. O a la muerte.
La muerte es la conclusión de la existencia. Es su punto final. Y esto, en realidad, es hablar impropiamente. La muerte no es un acontecimiento de la existencia. Lo que aquí sucede es que la muerte concluye la existencia, la pone punto final, pero desde fuera, por así decirlo, como la mecha que hace detonar el explosivo. No obstante, si bien la muerte no es un acontecimiento de la vida, tampoco la vida es un acontecimiento de la muerte. Ambas dos, son realidades contrapuestas que, si bien no llegan a tocarse, forman un continuo.
Diréis: ¿Cómo que forman un continuo y no se tocan? Deja de decir disparates.
Y con esto llego al rasgo esencial de todo sudoku con un cierto nivel de dificultad: la capacidad para abstraerte de las coordenadas espacio temporales. En efecto, cuando te empleas en la resolución de uno de estos puzzles sucede algo mágico: la suspensión del tiempo. Esto enlaza en un sentido con lo de intentar terminar los sudokus por cojones. Y en otro sentido enlaza con el título de esta entrada. La muerte, amigos, es el signo distintivo de este pequeño gran puzzle, es el nexo de unión, a la vez material e inmaterial que hace que la vida y la muerte supongan un continuo. No, no me he vuelto loco. Bueno, o sí. Todo es un continuo. ¿O no? Sí, sí...
Ala, aquí os dejo un sudoku o, más bien, una matriz productora de innumerables sudokus. Lo he puesto en el nivel más dificil. De lo que se trata es de corroborar las líneas anteriores. Aunque bueno, no sé si me ha hecho mucho caso. Aún sigo vivo...
Bienvenidos a la blogoesfera, donde el tiempo es tirado a la basura sin remordimiento alguno.
Pero bueno, ya basta de hablar del tiempo. Yo he venido aquí a hablar de Pasatiempos. Sí, de pasatiempos con mayúsculas. Y si de Pasatiempos trata el tema, habrá que hablar del Pasatiempo por excelencia. O lo que es lo mismo: habrá que hablar de los Sudokus.
No os voy a contar la pena de Murcia acerca de este genial entretenimiento. Eso si queréis lo podéis encontrar en otros sitios. Si me permitís la pedantería, os voy a hablar de un aspecto del sudoku algo profundo. Bueno, qué cojones, muy profundo. De hecho, ese aspecto está enterrado bajo tierra.
Si tenéis cierta culturilla cinematográfica, os habréis dado cuenta de que el título de esta entrada guarda cierto parecido con cierta película de Sergio Leone. En aquella película dos cazarrecompensas se disputaban el botín que se ofrecía por la captura o el asesinato de un peligroso bandido. Bien, esta entrada no guarda ninguna relación con esa película, pero me apetecía hablar de ella.
De lo que quiero hablar, ahora sí, es de las reflexiones que me suscitan los conceptos de sudoku y pasatiempo en relación al más allá. Sí amigos, lo que voy a hacer es una metafísica ultramundana del juego de las celdas y las cifras. Y no estoy hablando en broma (¿a qué peli os recuerda esta frase imaginándola con acento italiano? Pista: es española).
Pensad sólo por un momento en la predisposición anímica que adoptáis a la hora de encarar uno de estos pasatiempos. Podría resumirse en un: sé cuando lo empiezo, pero en absoluto cuando lo acabaré. Al menos piensas eso cuando ya has hecho unos cuantos difíciles y tienes experiencia. Siempre está el clásico ingenuo que afirma cosas como: "qué dices tío, si los sudokus están tirados, son cosa de aplicar la lógica y ya está". La lógica y ya está y los cojones y aún no está, porque muchas veces se trata de resolver estos puzzles por lo legal o por lo criminal. Aunque te lleven horas, días, semanas o incluso la muerte. O a la muerte.
La muerte es la conclusión de la existencia. Es su punto final. Y esto, en realidad, es hablar impropiamente. La muerte no es un acontecimiento de la existencia. Lo que aquí sucede es que la muerte concluye la existencia, la pone punto final, pero desde fuera, por así decirlo, como la mecha que hace detonar el explosivo. No obstante, si bien la muerte no es un acontecimiento de la vida, tampoco la vida es un acontecimiento de la muerte. Ambas dos, son realidades contrapuestas que, si bien no llegan a tocarse, forman un continuo.
Diréis: ¿Cómo que forman un continuo y no se tocan? Deja de decir disparates.
Y con esto llego al rasgo esencial de todo sudoku con un cierto nivel de dificultad: la capacidad para abstraerte de las coordenadas espacio temporales. En efecto, cuando te empleas en la resolución de uno de estos puzzles sucede algo mágico: la suspensión del tiempo. Esto enlaza en un sentido con lo de intentar terminar los sudokus por cojones. Y en otro sentido enlaza con el título de esta entrada. La muerte, amigos, es el signo distintivo de este pequeño gran puzzle, es el nexo de unión, a la vez material e inmaterial que hace que la vida y la muerte supongan un continuo. No, no me he vuelto loco. Bueno, o sí. Todo es un continuo. ¿O no? Sí, sí...
Ala, aquí os dejo un sudoku o, más bien, una matriz productora de innumerables sudokus. Lo he puesto en el nivel más dificil. De lo que se trata es de corroborar las líneas anteriores. Aunque bueno, no sé si me ha hecho mucho caso. Aún sigo vivo...
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