A día de hoy existen pocos cineastas que al ver su nombre en la cartelera sepas que lo que te van a ofrecer va a ser un valor seguro. Cronenberg, Eastwood o Chan Woo Park son los primeros nombres que se me vienen a la cabeza, aunque no son los únicos. Por supuesto, el viejo lobo de Martin Scorsese también lo es.
El director neoyorkino, a pesar de haber sufrido algunos altibajos de estilo y nivel en películas como El Aviador o Al Límite, mantiene más o menos constante la calidad de las producciones en las que interviene. Su extensa filmografía es prueba de ello y, como no quiero sonar tópico ni plúmbeo, no citaré todas sus películas buenas, que son casi todas y la mayoría bien conocidas (o al menos deberían serlo). Infiltrados (The Departed) se suma a la colección de cintas hechas por el bueno de Martin que no hay que dejar de ver. Veámos por qué.
Antes de empezar en materia, decir que Infiltrados es un remake de una producción Hongkonesa titulada Infernal Affaires. Bien, sé que no es el mejor arranque para hacer una crítica, pero mentiría si dijera que he visto la película en la que se basa. Así que no valoraré lo bien o mal adaptada que esté; no tocaré este punto. Gracias a ello, esta crítica es un poco menos completa. Bieeeeen.
Infiltrados nos cuenta la historia de dos jóvenes criados en el sur de la ciudad de Boston, Billy Costigan (Leonardo DiCaprio) y Collin Sullivan (Matt Damon), que ingresan en el cuerpo de la policía de la ciudad. Paralelamente, se nos cuenta la historia de Frank Costello (Jack Nicholson), un capo de la mafia que no duda en utilizar los métodos más salvajes para conseguir lo que se propone. En una operación de máximo riesgo, los jefes de la policía deciden introducir un topo en el organigrama de la banda de Costello. El objetivo es conseguir información para detenerle en alguna acción contrabandística con las manos en la mesa. El elegido, Billy Costigan. Lo que la policía no sabe es que Costello tiene un topo en la policía, y éste está ascendiendo como la espuma por los distintos departamentos del cuerpo para, de este modo, tener a su jefe bien informado y hacer que siempre lleve un paso de ventaja respecto a los encargados de hacer cumplir la ley y el orden. El encargado, Collin Sullivan.
Con estos ingredientes Martin Scorsese nos cocina un thriller de altura, de los que no dan tregua al espectador y en el que el final sorprende a propios y extraños. Todo ello curtido bajo un guíon consistente, de los que son difíciles de encontrar en Hollywood, en el que el peso de la trama se sustenta en la pantalla con un magnífico trabajo actoral.
Porque si de lo que algo puede presumir Infiltrados es de gozar de unas estupendas interpretaciones. En ese sentido, hay que destacar la labor de DiCaprio, que consigue transmitir al espectador todas las tribulaciones que su personaje sufre debido a la labor que le ha sido encomendada. Sin duda este actor hace tiempo que dejó de ser el sex symbol de las adolescentes para convertirse de un tiempo a esta parte en un intérprete como la copa de un pino, y en esta película lo demuestra con creces. DiCaprio hace de Billy Costigan un personaje creíble, en el que sus contradicciones interiores le hacen mostrarse como lo que es, un ser humano al que una situación límite le hace vivir al borde del precipicio continuamente. Un difícil papel solventado con nota, en definitiva.
No puede decirse lo mismo de Matt Damon, que simplemente cumple sin sobresalir. El personaje de Collin Sullivan, central en toda la trama, puede ser definido como el de prototipo de cínico redomado. Damon se limita a hacer la función correctamente, haciendo que el traje de cínico y mentiroso le case a la perfección en las escenas en las que su personaje se muestra como tal, pero mostrándose frío y carente de toda empatía cuando su personaje empieza a dudar y a tener las cosas confusas. Su personaje (en cierto sentido recuerda al de Stuart Shappard en los primeros minutos de Última llamada) es notablemente más sencillo que el de DiCaprio. Pues de cínico y triunfador no debe ser muy difícil actuar cuando esa es la vida que uno se gasta en la realidad. El problema reside cuando el personaje exige otro tono, otro talante, fáctor que Damon no ha sabido implementar en su interpretación.
Si en la disputa entre Damon y DiCaprio sale vencedor el segundo, Jack Nicholson demuestra una vez más que en la actualidad pocos actores hay con su talento. En especial, si su papel se presta a hacerlo evidente. Y puede decirse que el personaje de Frank Costello le viene como anillo al dedo. Se suele criticar a Nicholson de cierto histrionismo y de cierta sobreactuación en casi todas sus interpretaciones, y de hecho puede aceptarse esa crítica. Pero cuando de lo que se trata es de plasmar la forma de ser de un capo al que nunca le ha costado ningún esfuerzo estar con una mujer y al que conseguir cualquier capricho nunca le ha supuesto ningún dolor de cabeza, entonces amigos, no hay crítica que valga. ¡Ese es su papel! No hay más discusión.
En cuanto al elenco de secundarios tenemos a un Alec Baldwin cumpliendo sobradamente como jefe de policía irónico y benefactor de Collin Sullivan, un Martin Sheen haciendo de poli bueno en la pareja que compone junto a Mark Wahlberg, el cual sin duda es la mayor sorpresa del film, por cuanto de inmisericordes y lapidarios tienen todos sus ácidos comentarios.
Toda esta labor actoral no tendría todo su impacto si el tipo de montaje escogido por Martin Scorsese hubiese sido otro. En Infiltrados nos topamos con saltos temporales, historias cruzadas y un frenético ritmo narrativo, el cual, como en la buena cocina, es aderezado con momentos de calma y reposo. La violencia y la preparación de los planes delictivos o policiales es alternada con gran maestría; en ningún momento se da la sensación de brusquedad en el desarrollo de la trama. Si cabe, tan sólo en los últimos instantes y, creo yo, con el fin de dejar interrogantes en el espectador. No todo tiene que casar a la primera y, por supuesto, para mí ese es otro acierto del film (aunque hay quienes piensan en ello como un handicap).
En relación a la música qué decir... que han introducido Im Shipping Out To Boston de los Dropkick Murphyes. Grandes.
En cuanto a la fotografía estamos también ante otro elemento a destacar, siendo empleada con absoluta maestría. Tres ejemplos: La escena de la azotea con el cromatismo de tonos fuertes en los personajes reminiscente de las películas de los años 60 hollywoodienses. El claroscuro en las primeras escenas del film cuando se nos presenta a Costello con la cara poco visible por la falta de luminosidad, simbolizando oscuridad moral. El plano final de la azotea con la rata en la balaustrada.
Los dos últimos ejemplos me vienen al pelo para ilustrar lo que es a mi entender el mensaje moral de la cinta. Un mensaje que no es otro sino el que el propio Costello enuncia explícitamente en los primeros compases de la película al decirle al joven Sullivan: "En la iglesia nos decían que cuando fuéramos mayores tendríamos que decidir si ser ladrones o policías. Ahora yo digo: con una pistola cargada en la mano, no hay difrencia entre ser policía o ladrón". No existe la bondad ni la maldad absolutas en un mundo que no sabe diferenciarlas. Este mensaje se acentúa a medida que la película avanza y, sin duda, tiene un corolario fuertemente contraintuitivo en la última escena.
En cualquier caso, a pesar de este mensaje metaético, la película no se reduce a ello. Como conclusión a estas líneas me gustaría apuntar que el cocktail formado por la violencia, el suspense, los dilemas morales y la acción tiene también como componente, si se quiere llamarlo holístico, el humor negro, a veces soez y zafio, las más de las veces macabro. Sin la perspectiva de que la peli que se va a ver tiene como elemento ese ingrediente globalizador, puede que la visión de ésta no sea todo lo gratificante que debiera.
En definitiva, estamos ante una película que costaría mucho trabajo el resumir todas sus virtudes en estas escasas líneas. Una película de visión obligada y que nos devuelve, tras las sensaciones agridulces de El Aviador, al mejor Scorsese. De lo mejor del año pasado con diferencia y lo que más mérito tiene aún, de entre las mejores de la extensa filmografía del director neoyorkino. Ahí es nada.
Valoración: 9.2
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