¿Quién dijo que la filosofía era un asunto aburrido? Probablemente mucha gente haya dicho alguna vez algo parecido y, probablemente, no les falte razón. La filosofía puede ser profundamente abstracta. Puede estar alejada de las preocupaciones concretas de los individuos. Puede estar envuelta en un ropaje lingüístico incomprensible, como si de un asunto esotérico se tratara. Puede esconder bajo una apariencia de seriedad los mayores disparates y sin-sentidos. En definitiva, el apelativo de aburrida aplicado a la filosofía puede extenderse a inútil, ininteligible y absurda.
No voy a opinar en esta entrada acerca de lo que pienso sobre estas afirmaciones, pues la verdad es que no me veo capacitado para ello. Soy muy voluble en relación a este tema. No creo que pudiese decir nada revelador, y si lo hiciese, probablemente no tardaría mucho tiempo en cambiar de opinión (el error o la incapacidad para señalar un criterio que señale el error desde fuera, parece ser uno de los males perennes de la filosofía). Pero la razón principal por la que no voy a opinar sobre este asunto es que este post no va de eso.
Esta entrada trata sobre el libro Filosofía para bufones de Pedro González Calero, barrendero, documentalista, profesor de filosofía y titiritero frustrado. Obviamente, éste no es un libro de filosofía corriente. Como su propio nombre indica, es un paseo por la historia del pensamiento a través de las anécdotas de los grandes filósofos. Y en cierto modo, el paseo es el pretexto, es decir, aquí lo importante son las anécdotas. Por ello no es un libro de filosofía corriente y, en cierto sentido, no es un libro de filosofía en absoluto. Lo que tenemos entre manos es un libro, básicamente, de humor. Humor a veces intelectual, a veces escatológico o vulgar; la mayor parte de las veces descojonante.
El hilo conductor del libro son las distintas épocas de la historia en las que se ha producido pensamiento filosófico. Así el libro se divide en cinco capítulos, cada uno correspondiente a un determinado periodo de la historia de la filosofía, a saber: filosofía antigua (véase griega), oriental, medieval, moderna y contemporánea.
Al tratarse de un libro de anécdotas, que no anecdótico, los protagonistas, en este caso, son los filósofos y, de soslayo, sus filosofías. Tradicionalmente se ha pensado (es un tópico de nuestra cultura) que los filósofos son un colectivo no dado especialmente a grandes manifestaciones de humor. De hecho, su inmersión en asuntos tan "serios" e "importantes" parece ser indicativo de un desprecio por lo contingente, lo volátil, lo pasajero o lo anecdótico, cualidades estas, que cabe asignar por sentido común al humor. Esta apreciación es válida probablemente en 9 de cada 10 filósofos, por decir. Sin tratar de desmentir esa afirmación, este libro nos demuestra dos cosas.
La primera, que esas notas de humor son indisolubles en ciertos pensadores. De este modo, contamos con tipos como Diógenes, Antístenes, Voltaire, Nietzsche o Russell que se tomaban ciertamente su vida y su pensamiento con grandes dosis de humor. Sin duda, entrarían en ese pequeño porcentaje de filósofos con sentido del humor.
La segunda, y más importante si cabe, es que en ese colectivo restante de filósofos "serios", el humor o las situaciones cómicas son, por así decirlo, un fatum inevitable en sus vidas. Con lo que se nos muestra que hagas lo que hagas, siempre serás susceptible de incitar unas carcajadas. Así que extrapolando la apuesta de Pascal fuera de su terreno, si tuviera que elegir entre ser serio o ser cómico como modo de vida, elegiría ser cómico. Suponiendo que se pudiera hacer tal cálculo, y luego ponerlo en práctica claro...
Volviendo al libro, sólo me queda recomendarlo. Si no sabes nada, o sabes poco de filosofía, aparte de echarte unas risas con este libro, aprenderás cosillas acerca del problema de la inducción, el budismo, la teoría platónica de las Ideas entre otras muchas. Nada cargante, siempre con un lenguaje accesible y sin profundizar demasiado. Si estudias, has estudiado filosofía o simplemente te interesa y tienes conocimientos "filosóficos", el principal acicate de este libro reside en su mera faceta anecdótica. Con ella podrás llenar ciertos espacios en blanco acerca de lo no tan filosófico de estos pensadores que llevan liando la maraña desde hace más de 2500 años. Cualquiera que sea el conjunto en el que te incluyas, este libro te asegurará pasar un buen rato. De eso se trata.
Y ahora, los tambores, digo los fragmentos:
Según la teoría de Platón, las cosas que percibimos mediante los sentidos son copias, imitaciones que participan en alguna manera del mundo de las Ideas, pero que no deben confundirse nunca con ellas. Así, un cuerpo hermoso participa de la Idea de Belleza, la hoguera participa de la Idea de Fuego, etc. Diógenes, que se burlaba de esto, se puso una vez a comer higos secos delante de Platón y le dijo:
- Platón, puedes participar de ellos.
Platón tomó algunos higos y empezó a comerlos, pero Diógenes se mofó de él diciéndole:
-Te dije que participaras, Platón, no que te los comieras.
Cuando un mercader acaudalado le pidió a Aristipo que se encargara de su hijo, éste le exigió a cambio una paga de 500 dracmas, una cantidad que al otro le pareció exagerada.
-Por esa cantidad de dinero podría comprarme un buen burro -le dijo.
Y aristipo replicó:
- Hazlo y tendrás dos buenos burros en casa.
En un convite al que asistía, alguien le dijo:
- ¿Por qué no nos cantas algo, Antístenes?
Y él replicó:
- Y tú, ¿por qué no me tocas la flauta?
Viendo que el hijo de una meretriz andaba entretenido tirándole piedras a la gente, Diógenes le gritó:
- Muchacho, no tires piedras a los desconocidos, no le vayas a dar a tu padre.
Metelo Nepote, un aristócrata que despreciaba a Cicerón por su origen plebeyo, le preguntó repetidamente durante un litigio:
- Pero tú, ¿quién te crees que eres? ¿quién era tu padre?
Y Cicerón le respondió:
- Por culpa de tu madre, esa pregunta es difícil de responder.
Una vez estaba Descartes dando cuenta de un faisán en uno de los mejores mesones de París. Al verlo, el conde de Lamborn se dirigió a Descartes con estas palabras:
- No sabía que los filósofos disfrutaran con cosas tan materiales como ésta.
Contrariado por la impertinencia y la intromisión, Descartes le replicó:
- ¿Y qué pensabais, que Dios hizo estas delicias para que las comieran sólo los idiotas?
Voltaire tenía en gran estima la obra del médico, fisiólogo y poeta suizo Albrecht von Haller, y no se cansaba de elogiar públicamente sus libros hasta que, en una ocasión, alguien le dijo:
- Pues creo que el tal Haller echa pestes de vos.
Voltaire no se arredró y, con su fino ingenio de costumbre, apostilló:
- Bueno, no hay que ser dogmáticos: es posible que tanto el señor Haller como yo estemos equivocados.
Aunque Kant trató siempre con suma delicadeza y cortesía a las mujeres, lo cierto es que en sus opiniones dejaba traslucir a veces una cierta misoginia teñida de humor. Así, le gustaba provocar a las damas diciéndoles que se podía demostrar, siguiendo el texto de la biblia, que las mujeres no van al cielo, pues, según cuenta un pasaje del Apocalipsis de san Juan, el cielo llegó a quedarse en silencio durante media hora. Sin embargo, bromeaba Kant, tal cosa habría resultado imposible de haber habido allí alguna mujer.
Cuando le preguntaron a Madamme de Stael cómo se explicaba que las mujeres guapas tuvieran más éxito entre los hombres que las mujeres inteligentes, ella respondió:
- Porque hay pocos hombres ciegos, pero muchos hombres tontos.
Mentir siempre debe ser tan difícil como decir siempre la verdad. Bertrand Russell decía estar convencido de que su amigo, el filósofo George Edward Moore (un filósofo de probada honestidad intelectual que había influenciado a Russell en la práctica del análisis lingüístico), no había mentido ni una sola vez en su vida.
Un día se lo preguntó directamente:
- Moore, estoy seguro de que tú nunca has mentido. ¿Es cierto?
Moore respondió:
- No, no es cierto.
Después de aquello, Russell comentaría:
- Es la única vez que le he visto mentir.
Cuando Carnap publicó La Construcción Lógica del Mundo, un libro que su autor reconocía su deuda intelectual con Wittgenstein, éste le acusó de haberle plagiado sus ideas y comentó sardónicamente:
- No me importa que un chavalillo me robe las manzanas. Pero me molesta que diga que yo se las he dado.
Cuenta Savater en su Ensayo sobre Ciorán que durante algún tiempo consideró la posibilidad de escribir su tesis doctoral sobre un filósofo inexistente, al que imaginaba discípulo de Heráclito y viviendo en la Atenas del periodo Helenístico. Finalmente, abandonó la idea y acabó escribiendo su tesis sobre Ciorán. Pero, puesto que el filósofo rumano apenas era conocido en España por aquel entonces, empezó a extenderse el rumor en los círculos universitarios de que este filósofo no existía en realidad, sino que era invención de Savater.
Savater entonces decidió escribir una carta a Ciorán dándole noticia de ello: "Por aquí dicen que usted no existe". Ciorán, que siempre proclamó la inanidad de la existencia y la idea de que lo mejor de todo sería no haber nacido, le respondió con una nota de lacónico humor: "¡Por favor, no les desmienta!".
No voy a opinar en esta entrada acerca de lo que pienso sobre estas afirmaciones, pues la verdad es que no me veo capacitado para ello. Soy muy voluble en relación a este tema. No creo que pudiese decir nada revelador, y si lo hiciese, probablemente no tardaría mucho tiempo en cambiar de opinión (el error o la incapacidad para señalar un criterio que señale el error desde fuera, parece ser uno de los males perennes de la filosofía). Pero la razón principal por la que no voy a opinar sobre este asunto es que este post no va de eso.
Esta entrada trata sobre el libro Filosofía para bufones de Pedro González Calero, barrendero, documentalista, profesor de filosofía y titiritero frustrado. Obviamente, éste no es un libro de filosofía corriente. Como su propio nombre indica, es un paseo por la historia del pensamiento a través de las anécdotas de los grandes filósofos. Y en cierto modo, el paseo es el pretexto, es decir, aquí lo importante son las anécdotas. Por ello no es un libro de filosofía corriente y, en cierto sentido, no es un libro de filosofía en absoluto. Lo que tenemos entre manos es un libro, básicamente, de humor. Humor a veces intelectual, a veces escatológico o vulgar; la mayor parte de las veces descojonante.
El hilo conductor del libro son las distintas épocas de la historia en las que se ha producido pensamiento filosófico. Así el libro se divide en cinco capítulos, cada uno correspondiente a un determinado periodo de la historia de la filosofía, a saber: filosofía antigua (véase griega), oriental, medieval, moderna y contemporánea.
Al tratarse de un libro de anécdotas, que no anecdótico, los protagonistas, en este caso, son los filósofos y, de soslayo, sus filosofías. Tradicionalmente se ha pensado (es un tópico de nuestra cultura) que los filósofos son un colectivo no dado especialmente a grandes manifestaciones de humor. De hecho, su inmersión en asuntos tan "serios" e "importantes" parece ser indicativo de un desprecio por lo contingente, lo volátil, lo pasajero o lo anecdótico, cualidades estas, que cabe asignar por sentido común al humor. Esta apreciación es válida probablemente en 9 de cada 10 filósofos, por decir. Sin tratar de desmentir esa afirmación, este libro nos demuestra dos cosas.
La primera, que esas notas de humor son indisolubles en ciertos pensadores. De este modo, contamos con tipos como Diógenes, Antístenes, Voltaire, Nietzsche o Russell que se tomaban ciertamente su vida y su pensamiento con grandes dosis de humor. Sin duda, entrarían en ese pequeño porcentaje de filósofos con sentido del humor.
La segunda, y más importante si cabe, es que en ese colectivo restante de filósofos "serios", el humor o las situaciones cómicas son, por así decirlo, un fatum inevitable en sus vidas. Con lo que se nos muestra que hagas lo que hagas, siempre serás susceptible de incitar unas carcajadas. Así que extrapolando la apuesta de Pascal fuera de su terreno, si tuviera que elegir entre ser serio o ser cómico como modo de vida, elegiría ser cómico. Suponiendo que se pudiera hacer tal cálculo, y luego ponerlo en práctica claro...
Volviendo al libro, sólo me queda recomendarlo. Si no sabes nada, o sabes poco de filosofía, aparte de echarte unas risas con este libro, aprenderás cosillas acerca del problema de la inducción, el budismo, la teoría platónica de las Ideas entre otras muchas. Nada cargante, siempre con un lenguaje accesible y sin profundizar demasiado. Si estudias, has estudiado filosofía o simplemente te interesa y tienes conocimientos "filosóficos", el principal acicate de este libro reside en su mera faceta anecdótica. Con ella podrás llenar ciertos espacios en blanco acerca de lo no tan filosófico de estos pensadores que llevan liando la maraña desde hace más de 2500 años. Cualquiera que sea el conjunto en el que te incluyas, este libro te asegurará pasar un buen rato. De eso se trata.
Y ahora, los tambores, digo los fragmentos:
Según la teoría de Platón, las cosas que percibimos mediante los sentidos son copias, imitaciones que participan en alguna manera del mundo de las Ideas, pero que no deben confundirse nunca con ellas. Así, un cuerpo hermoso participa de la Idea de Belleza, la hoguera participa de la Idea de Fuego, etc. Diógenes, que se burlaba de esto, se puso una vez a comer higos secos delante de Platón y le dijo:
- Platón, puedes participar de ellos.
Platón tomó algunos higos y empezó a comerlos, pero Diógenes se mofó de él diciéndole:
-Te dije que participaras, Platón, no que te los comieras.
Cuando un mercader acaudalado le pidió a Aristipo que se encargara de su hijo, éste le exigió a cambio una paga de 500 dracmas, una cantidad que al otro le pareció exagerada.
-Por esa cantidad de dinero podría comprarme un buen burro -le dijo.
Y aristipo replicó:
- Hazlo y tendrás dos buenos burros en casa.
En un convite al que asistía, alguien le dijo:
- ¿Por qué no nos cantas algo, Antístenes?
Y él replicó:
- Y tú, ¿por qué no me tocas la flauta?
Viendo que el hijo de una meretriz andaba entretenido tirándole piedras a la gente, Diógenes le gritó:
- Muchacho, no tires piedras a los desconocidos, no le vayas a dar a tu padre.
Metelo Nepote, un aristócrata que despreciaba a Cicerón por su origen plebeyo, le preguntó repetidamente durante un litigio:
- Pero tú, ¿quién te crees que eres? ¿quién era tu padre?
Y Cicerón le respondió:
- Por culpa de tu madre, esa pregunta es difícil de responder.
Una vez estaba Descartes dando cuenta de un faisán en uno de los mejores mesones de París. Al verlo, el conde de Lamborn se dirigió a Descartes con estas palabras:
- No sabía que los filósofos disfrutaran con cosas tan materiales como ésta.
Contrariado por la impertinencia y la intromisión, Descartes le replicó:
- ¿Y qué pensabais, que Dios hizo estas delicias para que las comieran sólo los idiotas?
Voltaire tenía en gran estima la obra del médico, fisiólogo y poeta suizo Albrecht von Haller, y no se cansaba de elogiar públicamente sus libros hasta que, en una ocasión, alguien le dijo:
- Pues creo que el tal Haller echa pestes de vos.
Voltaire no se arredró y, con su fino ingenio de costumbre, apostilló:
- Bueno, no hay que ser dogmáticos: es posible que tanto el señor Haller como yo estemos equivocados.
Aunque Kant trató siempre con suma delicadeza y cortesía a las mujeres, lo cierto es que en sus opiniones dejaba traslucir a veces una cierta misoginia teñida de humor. Así, le gustaba provocar a las damas diciéndoles que se podía demostrar, siguiendo el texto de la biblia, que las mujeres no van al cielo, pues, según cuenta un pasaje del Apocalipsis de san Juan, el cielo llegó a quedarse en silencio durante media hora. Sin embargo, bromeaba Kant, tal cosa habría resultado imposible de haber habido allí alguna mujer.
Cuando le preguntaron a Madamme de Stael cómo se explicaba que las mujeres guapas tuvieran más éxito entre los hombres que las mujeres inteligentes, ella respondió:
- Porque hay pocos hombres ciegos, pero muchos hombres tontos.
Mentir siempre debe ser tan difícil como decir siempre la verdad. Bertrand Russell decía estar convencido de que su amigo, el filósofo George Edward Moore (un filósofo de probada honestidad intelectual que había influenciado a Russell en la práctica del análisis lingüístico), no había mentido ni una sola vez en su vida.
Un día se lo preguntó directamente:
- Moore, estoy seguro de que tú nunca has mentido. ¿Es cierto?
Moore respondió:
- No, no es cierto.
Después de aquello, Russell comentaría:
- Es la única vez que le he visto mentir.
Cuando Carnap publicó La Construcción Lógica del Mundo, un libro que su autor reconocía su deuda intelectual con Wittgenstein, éste le acusó de haberle plagiado sus ideas y comentó sardónicamente:
- No me importa que un chavalillo me robe las manzanas. Pero me molesta que diga que yo se las he dado.
Cuenta Savater en su Ensayo sobre Ciorán que durante algún tiempo consideró la posibilidad de escribir su tesis doctoral sobre un filósofo inexistente, al que imaginaba discípulo de Heráclito y viviendo en la Atenas del periodo Helenístico. Finalmente, abandonó la idea y acabó escribiendo su tesis sobre Ciorán. Pero, puesto que el filósofo rumano apenas era conocido en España por aquel entonces, empezó a extenderse el rumor en los círculos universitarios de que este filósofo no existía en realidad, sino que era invención de Savater.
Savater entonces decidió escribir una carta a Ciorán dándole noticia de ello: "Por aquí dicen que usted no existe". Ciorán, que siempre proclamó la inanidad de la existencia y la idea de que lo mejor de todo sería no haber nacido, le respondió con una nota de lacónico humor: "¡Por favor, no les desmienta!".
2 comentarios:
Me parece que tendré que hacerme con este libro.
En una línea parecida está Locura Filosofal, de Rodgers, N. y Thompson, M., en la editorial Melusina. Habla de las vidas de los filósofos con el objetivo de "ponerles en su sitio": sus manías, su mal genio... en general, sus actitudes "no políticamente correctas". Todo esto también con un toque de humor.
Un saludo y felicidades por el blog.
Bien, me lo apunto. Gracias por el comentario.
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