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jueves, 14 de agosto de 2008

El Turco, y también otros autómatas ajedrecísticos

Hoy en día es difícilmente imaginable pensar el ajedrez sin los programas informáticos destinados a hacernos la vida imposible mientras jugamos contra ellos. Es curioso contemplar como la máquina ha superado al ser humano; la creación al creador. La victoria de Deep Blue frente a Kasparov, en este sentido, supuso un hito: la demostración empírica de que la capacidad de cálculo humana puede ser rebasada. Y vaya que si se rebasó... En cualquier caso, la creación de Deep Blue no supuso, ni mucho menos, un punto final en el desarrollo de IA con vistas a jugar una partida de ajedrez. Hoy en día, el principal motor que guía estas investigaciones es esencialmente pedagógico; enseñar al jugador a mejorar su juego. Es por ello que la relación máquina/hombre no tiene porque llegar a ser especialmente traumática. Ha llegado el momento de que el mentor aprenda del discípulo.

Sin embargo, hoy no os voy a hablar del estado de la cuestión, de cual es el estado de cosas existente a este respecto. Hoy os voy a hablar del oscuro y pedregoso camino; del trayecto, no de la meta. Os voy a contar cuáles fueron los inicios de la implantación de la máquina en ese mundo del jaque mate. Exacto, os voy a hablar de los primeros autómatas.

En este campo creativo tan apasionante, la tradición nos habla de un ensayo de un autómata ya en el siglo XIII, conocido como el portero perteneciente a San Alberto Magno. Desgraciadamente, no existe demasiada información al respecto. Fue en los siglos XVIII y XIX, al compás de los progresos de la relojería y del desarrollo de la revolución industrial, cuando tuvieron lugar realmente las primeras experiencias interesantes con autómatas. Así fueron creados el flautista de Vaucanon (1738), el escribiente de Knaus (1760), y el Psycho de Maskeline (1975) que resolvía operaciones aritméticas sencillas y podía jugar a las cartas. Con este ambiente no es de extrañar los intentos para construir un autómata que pudiera competir dignamente con el hombre en el juego del ajedrez.

Corría el año 1769 cuando la primera máquina, llamada el Turco por el vestido y el turbante que llevaba su figura, efectuaba su primer movimiento ante un asombrado público en el que figuraba la emperatriz María Teresa de Austria y la mayor parte de sus cortesanos. El autor de tan espectacular ingenio era el barón Wolfang von Kempelen, un ingeniero húngaro. Su fama se extendió por toda Europa en cuyas capitales hizo demostraciones con interés cada vez más creciente. Más tarde, el Turco fue comprado por Maelzel, un músico de Baviera que lo exhibió en las ciudades más importantes de América.

El Turco, y, en el interior, presumiblemente Kant...

El Turco aparecía sentado ante una caja de considerables dimensiones, en cuya parte superior estaba colocado el tablero de ajedrez. Antes de cada partida se abría la caja y se mostraba a los curiosos e incrédulos los engranajes, hilos, ruedas y manivelas que cuidaban su funcionamiento. Iniciado el juego, el Turco tomaba las piezas con su mano izquierda y las colocaba en la casilla adecuada, y si el contrario realizaba un movimiento irregular, el "autómata" se quedaba inmóvil negándose a continuar la partida. Mientras jugaba era claramente perceptible el ruido que producía su complicado mecanismo.

Se hicieron numerosas tentativas para descifrar su enigma; incluso fue sometido a investigación por distintos comités científicos, pero todo fue inútil. Algunos suponían que debía valerse, para efectuar las jugadas, de fuerzas magnéticas y estaría ayudado por algún espectador que se comunicaría con él por este medio. Sea como fuere, la mayoría terminaba por admirar el genio de su constructor.

El "autómata" ni siquiera respetó a las cabezas coronadas como el emperador José II o a la zarina Catalina II de Rusia. Ni Napoleón Bonaparte, con toda su astucia, pudo derrotar al famoso Turco. Se cuenta que durante la estancia del Emperador francés en Viena en 1809 la máquina se atrevió a ganarle tres veces. Entonces Napoleón perdió el dominio de sí mismo y con un gesto de rabia tras su tercer fracaso barrió todas las piezas del tablero que utilizaba el autómata, arrojándolas al suelo.

Edgar Allan Poe, el genial novelista norteamericano, interesado por el funcionamiento del autómata fue uno de los primeros en lanzar la idea de que el ingenio era una solemne superchería (por cierto, Poe se jactaba de afirmar, como buen ludópata, que la probabilidad de que saliera un seis tras cinco intentos saliendo seises con los dados, era menor que la primera vez. Y a la inversa) y hasta le dedicó una de sus narraciones: El jugador de ajedrez de Maelzel. Y no se equivocaba...

Durante una exhibición efectuada en Filadelfia, un periodista norteamericano observó ciertos rumores y agitaciones en el interior del armario, cuando un gracioso entre el público se le ocurrió gritar ¡fuego!, y vio claramente como un individuo salía del interior del autómata y trataba de escapar a toda prisa del supuesto peligro. El periodista fue más ligero y lo detuvo, confirmándose lo que se sospechaba: era un ajedrecista camuflado.

Descubierto el secreto, el Turco, al que no se le puede negar el ingenio de su constructor, pues desde el punto de vista de la ciencia moderna, fue un precursor de la acústica ya que llegaba a articular algunas palabras imitando la voz humana, fue adquirido como curiosidad histórica por el Chinese Museum de Filadelfia. Desgraciadamente, resultó destruido por un incendio el 5 de julio de 1854.

Al parecer, Napoleón había sido derrotado por el austriaco Johhann Allgaier, uno de los más célebres campeones del momento... camuflado entonces dentro del turco.

Ajeeb, otro supuesto autómata, fue construido en 1868 por el inglés Charles Arthur Hooper, que lo vistió a la usanza egipcia y fue exhibido también con gran éxito en Europa y América hasta que en 1929 también fue destruido por un incendio.

El tercero de la serie de pseudo-autómatas, Mefisto, fue creado en 1878 por Charles Godfried Gumpel, fabricante de miembros ortopédicos. Realizó exhibiciones públicas ante Bird, Blackburne y otros prestigiosos jugadores y estuvo manejado probablemente por el gran maestro Isidor Gunsberg.

La gloria de la fabricación de una máquina de ajedrez que funcionó en la realidad se la llevaría el genial ingeniero español Leonardo Torres Quevedo hacia el año 1890. Sin truco alguno de intervención humana, este autómata electromecánico da mate al rey negro adversario, con su rey y torres propios, en 63 jugadas. Según las vigentes reglas de la FIDE, el resultado de la partida quedaría en tablas. No obstante y teniendo en cuenta la época en la que vivió Torres Quevedo, no podemos regatearle nuestra admiración por su genialidad.

Máquina de Torres Quevedo

Esta máquina maravillosa todavía existe y funciona. Se halla en el departamento de construcción de máquinas de la Universidad Politécnica de Madrid. El "robot de sobremesa" anuncia jaque y mate por medio de un altavoz, basándose en un principio no muy diferente del primitivo gramófono.

Desde entonces, la creación de autómatas capaz de jugar al ajedrez ha perdido interés científico. Crear máquinas con apariencia humana dejó de revestir importancia a partir de mediados del siglo pasado, en favor de la creación y perfeccionamiento de la revolución tecnológica y científica del siglo XX: la cibernética y el mundo de la computación. Los primeros que desarrollaron protoprogramas informáticos capaces de poder jugar al ajedrez fueron el húngaro Nemes en 1949 y Shannon en 1950. Posteriormente les seguirían los estudios de Turing y Kister en 1951... pero todo esto ya es otra historia.

3 comentarios:

Silvia_D dijo...

Ingenio y técnica, de la utopía, a la realidad... grandes visionarios que quizás en aquellos tiempos se les considerara casi brujos.

Que post haces, creo que son de lo mejorcito que me he encontrado en este año que llevo de bloger, disfruto leyéndote, mola.

Saludos :))

David Baz dijo...

Me quedo con el Turco, que grande. Se quedó con todo el mundo, y Napoleón no le mandó fusilar ni nada por el estilo…toda una hazaña.

Unknown dijo...

Hola Ignatius

Vengo a dejarte mis saludos, mis besos mis bendiciones y mis rosas.

Te invito a visitar a mi amigo senovilla, que hoy en su post nos ha enlazado a todos, los que hacemos parte de la Red blogger contra la pederastia.

http://senovilla-pensamientos.blogspot.com/

besitos