El Desmayo, una evasión
Tomemos como ejemplo el miedo pasivo. Veo llegar hacia mí una fiera. Mis piernas flaquean, mi corazón late más débilmente, me pongo pálido, me caigo y me desmayo. A primera vista nada menos adaptado que esa conducta que me entrega indefenso al peligro. Y sin embargo, se trata de una conducta de evasión. El desmayo es aquí un refugio. Pero no vayamos a creer que es un refugio para mí, que trato de salvarme a mí mismo, de dejar de ver a la fiera. No he salido del plano irreflexivo: pero al no poder evitar el peligro por los medios normales y los encadenamientos deterministas, lo he negado. He pretendido aniquilarlo. La urgencia del peligro ha servido de motivo para una intención aniquiladora que ha impuesto una conducta mágica. Y, de hecho, lo he aniquilado en la medida de mis posibilidades. Estos son los límites de mi acción mágica sobre el mundo: puedo suprimirlo en tanto que objeto de conciencia pero esto solo lo consigo suprimiendo la consciencia misma. No vayamos a creer que la conducta fisiológica del miedo pasivo es puro desorden: representa la brusca realización de las condiciones corporales que suele llevar consigo el paso del estado de vela al de sueño.
Fragmento extraído de
Bosquejo de una teoría de las emociones (1939), J.P. Sartre
Incluido en
Antimanual de Filosofía (2001), M. Onfray
Bosquejo de una teoría de las emociones (1939), J.P. Sartre
Incluido en
Antimanual de Filosofía (2001), M. Onfray
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El miedo pasivo se puede ejemplificar en mi respuesta ante la presencia de una fiera. Puedo realizar dos conductas: o bien huir y mantener una actitud consciente de supervivencia, o bien desmayarme y evadirme por otros medios, en este caso irreflexivos que son los del miedo pasivo, sin tener en cuenta al yo consciente.
La segunda vía aniquila el peligro mediante una conducta mágica: Suprimiendo la consciencia, suprimo sus objetos, entre los cuales, se encuentra mi percepción del mundo. A pesar de ser irreflexiva, no es una conducta totalmente desordenada, pues requiere de las mismas condiciones corporales que el paso de la vigilia al sueño.
Idea clave: La condición de posibilidad de la percepción de lo existente es la conciencia.
La segunda vía aniquila el peligro mediante una conducta mágica: Suprimiendo la consciencia, suprimo sus objetos, entre los cuales, se encuentra mi percepción del mundo. A pesar de ser irreflexiva, no es una conducta totalmente desordenada, pues requiere de las mismas condiciones corporales que el paso de la vigilia al sueño.
Idea clave: La condición de posibilidad de la percepción de lo existente es la conciencia.
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La idea clave de este texto, o al menos, la idea que yo he creído sonsacar, puede prestarse a confusión por no distinguirse dos planos dentro de la misma idea o por dar a dos ideas diferentes el mismo nombre. Si para que yo pueda percibir que el mundo existe es necesario que mi conciencia me cree una representación de él, entonces ¿la desaparición de la conciencia implica la desaparición del mundo? Sí y no. O más bien en un plano filosófico sí, pero en otro plano filosófico no. Hay que distinguir entre un plano epistemológico y otro ontológico.
Desde un punto de vista epistemológico, de cómo conocemos el mundo, de cómo son nuestras estructuras cognitivas, desde el punto de vista de la consciencia desde dentro en definitiva, la respuesta es sí. La consciencia debe ser consciencia de algo, nunca actúa sola, salvo en el desmayo, el sueño o la muerte. Aquí consciencia de o sobre algo se mueve en términos parecidos a conocimiento de o sobre algo. Si no hay ese algo, entonces no hay consciencia o conocimiento. Por tanto, cuando nos morimos, soñamos o nos desmayamos, todos los objetos de consciencia desaparecen. Esto significa que la influencia de su existencia sobre nosotros desaparece. Es lícito decir en este caso que ya no hay mundo. Creo que éste es el sentido que da Sartre a su argumentación.
Desde un punto de vista ontológico o de búsqueda de cosas existentes en el mundo, incluida la totalidad de ellas, es decir el mundo, la respuesta es no. No, por una sencilla razón: bajo este planteamiento contestar sí implica paradoja. La paradoja consiste en que si entendemos el mundo como la totalidad de cosas existentes, entonces mi consciencia es un objeto del mundo. Ahora bien, que la condición de posibilidad de que me represente el mundo como es sea la consciencia, no puede significar que desapareciendo ésta, desaparezca el mundo, pues de ser así consciencia y mundo han de ser lo mismo, pero la consciencia es una parte entre otras del mundo, y desapareciendo ésta sólo desaparece una parte del mundo. De otro modo tendríamos que admitir que en mi consciencia se incluyen objetos tales que desconozco que existan, como pueden ser, la especie de los #####. Ni mundo y consciencia pueden ser 1, ni el mundo tiene que ser parte de la conciencia porque entonces admitiríamos nuestro conocimiento sobre entidades existentes que desconocemos. Este sentido ontológico es, por decirlo así, desde fuera de la consciencia. No creo que sea el sentido que da Sartre a su argumentación, aunque desde este planteamiento ya no hay evasión, pues el mundo seguiría existiendo, y si finalmente la fiera me devora, mi familia sufrirá.
Ahora bien, nos encontramos con dos sentidos o puntos de vista diferentes para lo que parece ser un mismo problema. Es necesario un punto de vista pragmático.
El problema entre epistemología y ontología tiene cierta relación con el problema de intentar saber si existen otras mentes. Realmente no sabemos ni podemos conocer que otros seres humanos piensen; a fin de cuentas pueden ser simples robots que actúen en función de un conjunto de reglas dadas por un ingeniero maligno. No obstante la ontología del sentido común nos dice que sus mentes existen, y que son como la mía. El punto de vista pragmático consiste aquí en pensar que porque no podamos conocer que otras mentes existan no significa que no existan realmente. En cierto sentido aquí hay una ficción al modo nietzscheano; pero una ficción necesaria al fin y al cabo. Pensemos en las consecuencias prácticas de una persona que actuase en sociedad como si todos sus “iguales” fueran cyborgs. Y pensemos en las consecuencias que ello le traería. Muy perfectamente el hecho de que la encerraran en un manicomio no haría cambiar su opinión, sería totalmente coherente con ella. Pero lo cierto es que estaría en un manicomio y que, por cierto, sería un hecho que podría haberse evitado.
Del mismo modo, no podemos conocer que el mundo siga existiendo una vez perdida la consciencia, y de hecho no lo haría para mí. Pero lo cierto es que cada día mueren y mueren miles de personas en el mundo, y el mundo, con sus inquilinos dentro, no desaparece. Por tanto, desde un punto de vista pragmático, es más interesante pensar en el sentido ontológico, pues ciertamente es el más útil. Dos razones: La primera consiste en que una vez perdida la consciencia, de acuerdo, el mundo deja de existir para mí, pero es que ese pensamiento en un estado de inconsciencia no tiene sentido. Por tanto no podremos comprobarlo nunca (a la muerte en concreto, la auténtica desaparición del mundo para mí). La segunda es que si miles y miles de personas mueren cada día y el mundo no desaparece, entonces mejor concentrémonos en hacer de la vida de los que quedamos vivos sea mejor y más satisfactoria. Será éste el mejor medio para que el mundo siga existiendo durante mucho tiempo en todos los sentidos.
Desde un punto de vista epistemológico, de cómo conocemos el mundo, de cómo son nuestras estructuras cognitivas, desde el punto de vista de la consciencia desde dentro en definitiva, la respuesta es sí. La consciencia debe ser consciencia de algo, nunca actúa sola, salvo en el desmayo, el sueño o la muerte. Aquí consciencia de o sobre algo se mueve en términos parecidos a conocimiento de o sobre algo. Si no hay ese algo, entonces no hay consciencia o conocimiento. Por tanto, cuando nos morimos, soñamos o nos desmayamos, todos los objetos de consciencia desaparecen. Esto significa que la influencia de su existencia sobre nosotros desaparece. Es lícito decir en este caso que ya no hay mundo. Creo que éste es el sentido que da Sartre a su argumentación.
Desde un punto de vista ontológico o de búsqueda de cosas existentes en el mundo, incluida la totalidad de ellas, es decir el mundo, la respuesta es no. No, por una sencilla razón: bajo este planteamiento contestar sí implica paradoja. La paradoja consiste en que si entendemos el mundo como la totalidad de cosas existentes, entonces mi consciencia es un objeto del mundo. Ahora bien, que la condición de posibilidad de que me represente el mundo como es sea la consciencia, no puede significar que desapareciendo ésta, desaparezca el mundo, pues de ser así consciencia y mundo han de ser lo mismo, pero la consciencia es una parte entre otras del mundo, y desapareciendo ésta sólo desaparece una parte del mundo. De otro modo tendríamos que admitir que en mi consciencia se incluyen objetos tales que desconozco que existan, como pueden ser, la especie de los #####. Ni mundo y consciencia pueden ser 1, ni el mundo tiene que ser parte de la conciencia porque entonces admitiríamos nuestro conocimiento sobre entidades existentes que desconocemos. Este sentido ontológico es, por decirlo así, desde fuera de la consciencia. No creo que sea el sentido que da Sartre a su argumentación, aunque desde este planteamiento ya no hay evasión, pues el mundo seguiría existiendo, y si finalmente la fiera me devora, mi familia sufrirá.
Ahora bien, nos encontramos con dos sentidos o puntos de vista diferentes para lo que parece ser un mismo problema. Es necesario un punto de vista pragmático.
El problema entre epistemología y ontología tiene cierta relación con el problema de intentar saber si existen otras mentes. Realmente no sabemos ni podemos conocer que otros seres humanos piensen; a fin de cuentas pueden ser simples robots que actúen en función de un conjunto de reglas dadas por un ingeniero maligno. No obstante la ontología del sentido común nos dice que sus mentes existen, y que son como la mía. El punto de vista pragmático consiste aquí en pensar que porque no podamos conocer que otras mentes existan no significa que no existan realmente. En cierto sentido aquí hay una ficción al modo nietzscheano; pero una ficción necesaria al fin y al cabo. Pensemos en las consecuencias prácticas de una persona que actuase en sociedad como si todos sus “iguales” fueran cyborgs. Y pensemos en las consecuencias que ello le traería. Muy perfectamente el hecho de que la encerraran en un manicomio no haría cambiar su opinión, sería totalmente coherente con ella. Pero lo cierto es que estaría en un manicomio y que, por cierto, sería un hecho que podría haberse evitado.
Del mismo modo, no podemos conocer que el mundo siga existiendo una vez perdida la consciencia, y de hecho no lo haría para mí. Pero lo cierto es que cada día mueren y mueren miles de personas en el mundo, y el mundo, con sus inquilinos dentro, no desaparece. Por tanto, desde un punto de vista pragmático, es más interesante pensar en el sentido ontológico, pues ciertamente es el más útil. Dos razones: La primera consiste en que una vez perdida la consciencia, de acuerdo, el mundo deja de existir para mí, pero es que ese pensamiento en un estado de inconsciencia no tiene sentido. Por tanto no podremos comprobarlo nunca (a la muerte en concreto, la auténtica desaparición del mundo para mí). La segunda es que si miles y miles de personas mueren cada día y el mundo no desaparece, entonces mejor concentrémonos en hacer de la vida de los que quedamos vivos sea mejor y más satisfactoria. Será éste el mejor medio para que el mundo siga existiendo durante mucho tiempo en todos los sentidos.
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Todo esto es un trabajito optativo que hice para una asignatura hace poco más de dos años. Divertido, ¿eh?
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