Cuando a falta de dos semanas para que empezara el Azkena Rock Festival me compré la entrada para el primer día y no para el segundo, lo hacía por una sola razón. 35 euros era un precio que estaba dispuesto a pagar por ver a Tool en directo por primera vez. Bueno, hablando en términos precisos, por ver a Tool y a otras bandas. En cualquier caso, cuando tuve la entrada en mi poder, tenía la extraña sensación de que todo lo que hubiese más allá del grupo norteamericano en el Azkena sería un regalo. Porque, como diría el anuncio, ver a uno de tus tres o cuatro grupos preferidos, no tiene precio. Y yo añado: lo que no significa que sea gratis...
Nunca me han entusiasmado los carteles que la promotora del festival (Last Tour Festival) ha ofrecido a lo largo de la existencia de éste, pues o no conocía a los grupos que tocaban o no me gustaban o simplemente las pocas bandas que me atraían no eran suficiente reclamo para que yo hiciese el desembolso necesario para verlas. El caso es que, por unas razones u otras, no había estado aún en el festival de Rock que se celebra en mi ciudad. Y en función de lo visto en esta edición, no me arrepiento. Bien es cierto que la edición de este año, junto con la primera, ha sido de dos días, en contraposición a las más recientes que han contado con tres. No menos cierto es que solo he acudido a una fecha del cartel. Sin embargo, si la posibilidad de que pudiese hacer un cálculo para valorar la calidad del primer día en función de los grupos que no conocía, de los que no me gustaban y de los que sí tuviera sentido extrapolarla al festival entero y a otras ediciones, creo que la conclusión sería que hice bien en no acudir a pasadas entregas. Y es que, dejando a un lado especulaciones, la calidad del primer día no fue la esperada. Y esto significa que la única razón por la que acudí al festival no estuvo a la altura.
De todas formas, y completamente ajeno al desenlace de los acontecimientos, me disponía el viernes a vivir una jornada de buen rock cuyo punto culminante, esperaba, se diera a partir de las 00:15. Al recinto llegué a eso de las seis y media pasadas en compañía de un colega asiduo de este tipo de citas. En vez de entrar, decidimos privar fuera unas litronas.
¿Por qué fuera y no dentro? Sencillo. Dentro no dejaban introducir bebidas (alcohólicas o no) del exterior, y todo lo que fuese ingerido en la superficie del recinto debía ser pagado en los stands de Heineken que había. Para dicho cometido existía una moneda de dudoso valor al cambio internacional, pero de indudable vigencia económica en los territorios de villa Azkena. En ese sentido, los euroazkenas te hacían sentir como un visitante más en un parque de atracciones tipo Disneyland, solo que en vez de Mickies o Minnies lo que aquí había eran tipos con un chaleco naranja en los que intimidatoriamente podía leerse la palabra "Staff". Se trataba de la policía de villa Azkena. Vamos, los tipos malos de la fiesta con los que un vaquero no quisiera tener problemas. Pero ya hablaré de ellos más adelante.
Después de vaciar media botella de un litro de cerveza en apenas quince/veinte minutos, nos reunimos con un grupo de personas que, en conjunto, poca relación tenían en común. Es lo mítico en estos casos: los colegas de tus colegas. Sólo que en este caso esa descripción era valida para la práctica totalidad del grupo que conformábamos, de forma que en algunas personas la relación con otra persona del grupo llegaba a ser cuadriádica. El grupo lo formábamos una dependienta en un sex shop y su amiga, un punkie metalero y su novia, un informático con una camiseta bastante friki de Darth Vader, una punk-rockera habitual de citas festivaleras, un heavy pelirrojo que bien podía pasar por personaje de ficción en series consagradas y ampliamente recordadas como Viky el vikingo o Pumuky, una pedagoga con estudios musicales y guitarrista de Deja-Vu, un limpiador de váteres y un estudiante de filosofía melómano. Vernos juntos beber era como presenciar un cuadro de El Bosco, sólo que mirando una sola parcela, y aplicando mucho zoom.
A eso de las 19:35 empezaron Brant Bjork y su banda para ofrecernos una descarga de aceptable Stoner Rock. Era buen momento para entrar al recinto. De camino me encontré con unos colegas que habían ido a jugar al fútbol a unos campos al lado del recinto, y de paso a escuchar qué se cocía ahí dentro. Es lo bueno de que haya un festival de música en tu ciudad: todo el mundo viene a verte, hasta una de tus bandas preferidas, y todo sin la menor muestra de voluntad. Mientras andábamos hacia la entrada, nos acordamos de un inconveniente: la dichosa legislación de villa Azkena no aceptaba la entrada de forajidos con botellas de alcohol. Había que idear un plan por el cual pudiésemos crear un salvoconducto de entrada para el alcohol al abrigo de cualquier sospecha insidiosa de los Staffman, la policía local. Al final todo fue muy sencillo, al menos sobre el papel.
Nos dividimos en dos grupos. El primero entramos en el recinto y pillamos sitio al lado de la verja. La idea consistía en que el segundo grupo nos tirase por debajo de las vallas la bebida y asunto finiquitado. Pero no contábamos con el tipo del peto naranja. Por un momento me sentí como el boina verde del Commandos, dando órdenes de lanzar la botella o bien de disimular como el más torpe de los mimos. Los que hayáis jugado al mítico juego, recordaréis el gráfico verde que representaba el campo de visión de los nazis. Pues algo parecido sucedió con el Staffman. Miraba a un lado, miraba a otro, se daba un paseillo, hablaba con otro Staffman y volvía al punto de partida. Sólo le faltaba el uniforme y la metralleta. Lo cuál muestra la verosimilitud de la comparación. Ehh... una vez que nuestra aventurilla había concluido y el contenido de nuestros recipientes vidriosos había sido trasvasado a Katxis de plástico, nos dimos cuenta de que a Brant Bjork le quedaban los créditos del teleberri. Bien pensado, fue una buena banda sonora para la anécdota.
Rory Erickson and The Explosives fueron los siguientes en aparecer en escena, pero la verdad es que no les prestamos mucha atención. No sonaban mal, pero se estaba muy bien tirados en la hierba. Las horas pasaban y era el turno de los Diamond Dogs. No los conocía y su rock sesentero (en sentido estricto) no me llamaba mucho la atención en principio. Pero el paso de los minutos, la caida de la noche y un cierto enfriamiento en el clima propiciaron que nuestra atención se centrara en ellos. De modo que nos levantamos y fuimos hacia el escenario a verles. Su rock movidito nos acabó por entrar, pero la sombra incipiente de Tool era demasiado alargada, y unas ciertas ganas de que el expectáculo concluyese se notaban entre la gente, que en su mayoría estábamos deseosas de ver a Tool ya.
A eso de las 00:10 empezaron a montar el escenario para los de Maynard James Keenan. El decorado consistía en un gran cartel que cubría toda la pared frontal con un dibujo con motivos relacionados con la portada del 10000 Days. Parapetando dicho cartel colocaron cuatro pantallas afincadas en el suelo que reproducirían durante la actuación videos relacionados con cada canción. Mientras tanto, los técnicos de sonido de cada instrumento se encargaban de que todo estuviese en su sitio.
Eran las 00:35 y el concierto estaba anunciado para las 00:15. Puede que a Tool les guste sacarse fotografías promocionales como si se trataran de unos snobs ingleses, pero les guste o no, no tienen la puntualidad de los habitantes de las islas.
Set-List:
Jambi
Stinkfist
Schism
Forty Six & 2
Rosetta Stoned
Flood
Lateralus
Vicarious
00:45. Maynard, Danny, Justin y Adam hacían su aparición en el escenario principal ante el clamor del respetable. La hora de la herramienta comenzaba. La encargada de abrir el telón era Jambi, segunda composición de 10000 Days. El público, entregado desde el primer momento, escuchaba las progresiones de la canción mientras Adam a la izquierda, Justin a la derecha, Danny sobre la tarima y Maynard en un segundo plano se apoderaban del escenario con una oscura y misteriosa presencia. Pero entre los "entendidos" saltó la alarma. La voz de Keenan no se oía como se debería oir, es más, no se oía en absoluto. Al menos desde el lugar en el que me encontraba, el resto de instrumentos tapaban el sonido de la voz, y eso, tratándose de Tool, era un pecado mortal. Siempre he pensado que los dos pilares de la música de los americanos se sustentaban en la batería y en la voz, y en ese sentido, quitar una de esas dos piezas al conjunto es dejar el engranaje de la herramienta cojo. El problema no sería grave si se hubise solucionado a tiempo, pero lamentablemente no fue así, y todos los fans que nos reunimos en el festival gazteiztarra tuvimos que padecer la situación durante todo el concierto.
El primer plato fuerte del concierto fue Stinkfist. Los samplers que dan comienzo a la canción hicieron acto de presencia y a continuación los tres instrumentos irrumpieron con la característica cadencia del tema. A Maynard no se le oía, pero en cierto modo era un mal menor, pues la gente cantaba, chapurreaba o simplemente tarareaba la melodía en su lugar. O al menos eso hice yo indistintamente. La tercera en sonar fue Schism, una de las tres mejores composiciones que han parido Tool para mi gusto junto con Eulogy y The Grudge, y la única de las cuales que se dejó oir en el concierto. Escuchar esta canción en disco es una delicia, pero hacerlo ya en directo es llegar a una sensación de sobrecogimiento difícil de explicar. La estructura progresiva de la canción hace que te mantengas en tensión durante toda su duración y, aún a pesar de haberla escuchado mil veces, hace que te mantengas a la expectativa de todos los brakes, cambios de tempo y variaciones en los riffes. En esta canción pudimos escuchar la voz de Maynard gracias a las oscilaciones de volumen de la guitarra de Adam, lo cual demostraba que la presencia que contemplábamos al fondo del escenario moviéndose como un pelele, imitando los movimientos de los muñecos de sus videos, era efectivamente un pelele, el pelele con la jodida voz más maravillosa de toda la escena del rock mundial. Memorable el minuto y medio final in crescendo y el ya mítico "I know the pieces fit" gritado por todos.
El bajo de Justin Chancellor dio comienzo a Forty Six & 2. La quinta canción del Aenima sonó demoledora con una base rítmica perfectamente compenetrada. Adam, que lucía unas curiosas trenzas y que bien podría haber salido al escenario con un traje de tirolesa, estuvo correcto a las seis cuerdas, especialmente en todos los efectos que consigue implantar en la canción gracias a sus pedales. Pero sin duda había que quitarse el sombrero ante Danny Carey. Pocas veces he visto semejante demostración de poder a las baquetas. Y es que el solo que hay hacia la mitad de la canción lo extendió unos cuantos compases hasta llegar al minuto y medio aproximadamente. Ya no solo en este solo, sino en general durante todo el concierto, el baterista de Tool dio muestras constantes de una pegada y precisión en sus golpes verdaderamente excepcional. Probablemente el mejor músico de los que se pudieron ver en toda la primera jornada del festival.
Mientras tanto, Maynard seguía sin dar señales de vida. La verdad es que los técnicos de sonido se lucieron porque en las primeras filas no se oía un pimiento la voz, y eso hizo que el ambiente se calmara con el comienzo de Rosetta Stoned. Entre el hecho de que no es una de sus mejores composiciones y lo excesivo de su duración dejó a más de uno frío. Cosa muy diferente fue la sensación que dejó Flood, con una magistral introducción / improvisación a cargo del bajo de Justin Chancellor, demostrando que el muchacho no es manco para esto de la música. Sin duda fue una de las sorpresas del set-list la inclusión de la canción del Undertow, a ratos etérea y oscura, a ratos con una contundencia demoniaca, en la que la voz de Maynard James Keenan esta vez si se oyó como debiera oirse. Al menos a veces.
Rondando ya la hora de concierto, comenzó Lateralus, la canción homónima de su disco más cerebral y artistícamente más fecundo. Es la de la famosa, por otras circunstancias que no vienen al caso, sucesión de fibonacci, la cual adaptan en el compás de la canción y el propio cantante en el número de sílabas por verso de sus primeras frases: 1-1-3-5-8-5-3-13-8-5-3. Nuevamente aquí debemos quitarnos el sombrero ante Carey, que ejecuta cada uno de sus golpes con una precisión asombrosa. La labor de Adam Jones también es bastante buena, aunque algunos de sus efectos pedaleros no están todo lo bien adaptados al directo de lo que cabría esperar, y la sensación es agridulce. A Maynard se le escucha cuando los instrumentos bajan la intensidad. Cosa que no sucede cuando Justin aporrea su bajo hacia el final del tema, con ese característico groove que consigue imprimir en su sonido.
El punto y final al concierto es firmado con Vicarious. En mi opinión hierran al elegir como pieza última esta canción, pues bajo mi perspectiva considero que su puesta en escena ganaría al comenzar el show, pues es un tema bastante contundente y enrrabietado, perfecto para inaugurar una descarga en vivo con la adrenalina necesaria (aunque en ese sentido Jambi tampoco se queda corta). De todas formas se agradeció su inclusión en el set-list, aunque fuese al final. Y es que su presencia se antojaba imprescindible, con ese interludio polirrítmico hacia la segunda mitad del tema y ese crescendo en la intensidad para concluir en el estribillo desarrollado esta vez como un auténtico azote de contundencia.
Eran casi las dos de la mañana y Tool habían terminado. Se juntaron en medio del escenario, se abrazaron y regalaron púas y baquetas a diestro y siniestro. Apenas poco más de hora de concierto, por lo visto cifra natural en sus presentaciones en vivo, pero que a mi por lo menos me sabió a poco dadas mis expectativas de presenciar hora y media larga, y con ello, saciar mis pretensiones acerca de un hipotético set-list soñado. Y es que canciones que se quedaron en el tintero las hubo, caso de The Grudge, Eulogy, Sober, Part Of Me, Wings For Marie Pt 1 y 2 o Parabola. Pero en ese sentido, no creo que hubiera mucho que rascar. Por dos razones: por un lado los horarios de un festival pueden ser permeables solo hasta un cierto punto y, por otro, la propia idiosincrasia de la banda no hace que ese hecho sea precisamente factible de un modo sencillo.
La cuestión del set-list y la duración, sin embargo, se antoja trivial ante el hecho, bastante más grave, de la más que pobre ecualización de la voz de Maynard James Keenan por parte de la mesa de sonido. Sin duda este factor hizo que la actuación bajara múchisimos enteros. No fue de recibo ciertamente.
Como puntos positivos hay que resaltar la preciosista puesta en escena que no he comentado pero que todo aquel que haya visto los videoclips del grupo puede llegar a imaginarse. Vídeos hipnóticos de muñecos que representan el contenido alegórico de las letras de las canciones. En este punto, me llamo bastante la atención los vídeos de Schism que, siguiendo la línea estilística del videoclip, se alejaba por contra de su contenido para mostrarnos algo así como cadenas humanas con la forma de los eslabones del adn. Bueno, eso o algo así, porque vete tú a saber que demonios...
En el nivel meramente instrumental brillaron a gran altura Jones, Chancellor y Carey, sobresaliendo la base rítmica pero siendo ante todo Danney Carey quien en mayor estado de gracia estuvo. Sin duda, el mejor músico sobre el escenario.
Después del concierto de Tool, no me quedé a ver Heavy Trash, grupo que hacían una mezcla de rock acelerado con rockabilly y gotas de country. La verdad es que no me apetecía escucharlos. Tool me habían decepcionado respecto a mis pretensiones iniciales y, a pesar de que fue un show correcto, tuvo bastantes lagunas que más cabría no olvidar. Quizás el ambiente no fuera el adecuado porque el "estilo" del festival no casaba especialmente con las directrices musicales de la propuesta de los americanos. O quizás esa solo sea una excusa para tapar el hecho innegable de que Tool decepcionaron a muchos, entre los cuales, me encontraba yo.
Puntuación: 5.5 /10
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