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sábado, 7 de junio de 2008

La Ontología del Tractatus: Objeciones y conclusión

La principal objeción existente a esta teoría (la interpretación clásica, la del atomismo lógico) la formuló el propio Wittgenstein años después durante la elaboración de su segunda filosofía, de corte más pragmático. Probablemente su cambio filosófico nació de la consciencia de que toda la idea de la realidad compuesta a partir de unos átomos eternos e inmutables que diesen lugar por medio de su configuración a hechos y, recíprocamente, la imagen del lenguaje como medio universal, del cual es imposible escapar, es, esencialmente, metafísica injustificada. Y es que la segunda filosofía del filósofo austriaco, en cierto sentido, es la inversión de la contenida en el Tractatus Logico Philoshopicus. Hay paralelismos, puntos en común y, probablemente, un mismo talante, pero, si se me deja emplear el símil, su segunda filosofía es a la reflejada en el Tractatus lo que la filosofía de Nietzsche a la platónica: poner la mesa patas arriba (o patas abajo, según se mire).

En la filosofía contenida en las Investigaciones Filosóficas, la tesis central consiste en que los significados de una palabra y de una oración vienen dados por los usos de esa palabra y esa oración en el lenguaje. Existen múltiples usos que pueden darse a las palabras y que cabe clasificar bajo el término de juegos lingüísticos. Los juegos lingüísticos no son juegos en el sentido ordinario del término, pero si comparten con ellos el hecho de estar sujetos a reglas, de estar codificados bajo unas determinadas pautas. Ejemplos de juegos lingüísticos serían los de ordenar (dar una orden), obedecer, satirizar, describir, etc. Los juegos lingüísticos, lejos de surgir de una suerte de isomorfismo entre lenguaje y mundo, nacen de nuestras conductas sociales, prácticas comunicativas y, en general, de formas de vida. Toda la imagen del lenguaje contenida en el Tractatus, de ser correcta, sería la descripción de un solo juego del lenguaje (a saber, el de de la descripción del mundo de las ciencias físicas, tal vez). Pero según la filosofía del segundo Wittgenstein, los juegos del lenguaje son innumerables y potencialmente infinitos, del mismo modo que nuestras prácticas, pasadas y futuras, son innumerables y potencialmente infinitas.

Ilustremos esta idea con un ejemplo. Supongamos que alguien escribiese en una pared la siguiente sucesión de números: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13. Y a continuación preguntase a su interlocutor que continuase la serie o algo por el estilo. Ese contertulio, tentado por la filosofía del primer Wittgenstein (y probablemente por las novelas de Dan Brown) diría: ¡21, es la serie de Fibonacci! ¿Sería esa la respuesta correcta? En un mundo en el que las prácticas sociales no jugaran ningún papel relevante, necesariamente lo sería. En nuestro mundo sólo sería una posibilidad. Obviamente, no existe LA respuesta correcta con independencia del contexto. El contexto, las prácticas sociales en las que se insertan las palabras, muy por el contrario, determina cuál es la respuesta correcta. En una situación en la que los interlocutores, respectivamente, sean un profesor y un alumno de matemáticas en una clase de teoría de números, la respuesta, con casi total seguridad, será verdadera. Pero, ¿Y si fueran dos biólogos hablando del patrón del proceso reproductor de una nueva célula descubierta? ¿Dos amigos hablando del número de goles que un futbolista ha marcado durante sus ocho temporadas en un club? ¿Dos madres hablando del número de veces que ha sonado el teléfono en casa de una de ellas? ¿Un abuelo hablando a un amigo de las edades de sus nietos? No necesariamente la respuesta es 21. Imagínense más ejemplos como estos y a continuación se verá que las reglas implícitas en cada una de las conversaciones no coinciden, pertenecen a juegos lingüísticos distintos.

Si se asume la existencia de juegos lingüísticos distintos, resulta accesorio representarse el lenguaje como medio universal que abarca todo lo abarcable. Alguien podría hablar de un juego lingüístico, lo que sería un nuevo juego lingüístico y así Ad infinitud. La idea del significado como uso no es una idea original de Wittgenstein. Existen citas textuales de Newton y Spinoza en la que se asume esa divisa. La principal originalidad del planteamiento tomado por el filósofo austriaco consiste, más bien, en la disolución de esa idea tan general y confusa como es la de El lenguaje; la disolución del lenguaje en juegos de lenguaje y, consiguientemente, la disolución de La ontología en ontologías.

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Puede que la verdad que expresa el Tractatus no sea, después de todo, “intocable y definitiva”. A fin de cuentas, resulta difícil que algo así pueda existir. Sin embargo, si entendemos la empresa del conocimiento humano como una constante acumulación de nuevas ideas, con retrocesos y vaivenes en ocasiones, no cabe duda de que la obra de Wittgenstein ha sido un extraordinario acicate para la elaboración de nuevos conceptos o de nuevas presentaciones de viejos conceptos.

Suelo pensar que todo libro filosófico acaba aclarándote aún más las ideas, ya sea por acuerdo o por desacuerdo, por armonía o por fricción. En el caso del Tractatus no lo tengo tan claro. En él, se da la paradoja Escheriana de la mano que pretende dibujar a la otra mano que la dibuja en el dibujo. Planteamientos como éstos, quizá, no contribuyan a la clarificación de ideas. Sin embargo, lo que sí consiguen hacer es entretener como pocos libros lo hacen. A fin de cuentas, y después de todo, quizá el principal valor del Tractatus consista en su valor estético. ¿Herejía?

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