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viernes, 30 de mayo de 2008

Definición de Eurovisión

Que Eurovisión se parece más a una compleja lucha de intereses geopolíticos (o a una partida de Risk) que a un concurso musical era algo que ya sabía. Que está lleno de putas, mafiosos y mierda, mucha mierda, eso ya se me escapaba. Vean vean. Y sobre todo escuchen.



Sin que sirva de precedente, es la primera vez que estoy de acuerdo con este tipo.

jueves, 29 de mayo de 2008

Aquí huele a caquita

Cada vez tengo más claro que jamás volveré a pasarlo mal con una película de ese género denominado cine de terror. Puedo afirmar y afirmo que sólo me he cagado en mi asiento con El Resplandor, de Dios alias Stanley Kubrick. Y no tenía más de seis o siete años entonces. Fue idea de mi padre, aunque eso ya es otra historia (también fue idea suya, y también es otra historia, ver cuando tenía esa misma edad, y durante unas navidades, 2001: Una odisea del espacio en Antena 3. Ahora ya sabéis quién tiene la culpa de todo). Si ahora volviera a verla, no me daría miedo, aunque eso no signifique que no la valoraría como una muy buena película. Del resto de películas que he visto en mi vida, la sensación más parecida al terror que he sentido con ellas ha sido el suspense y la intriga. Y sobra decir que de las presuntamente terroríficas, si me han parecido buenas, es porque me han hecho gracia.

Quiero pensar que esto es normal. Que nos hacemos mayores y distinguimos lo real de lo imaginario. Que a medida que la vida nos va enseñando lecciones aprendemos a no temer a las cosas que antes desconocíamos. Que una sociedad bombardeada constantemente por noticias de corrupción, guerras y asesinatos es una sociedad que ha perdido toda sensibilidad. Que un mundo en el que los Os y los 1s permiten la interconexión de mi ordenador con uno de Tegucigalpa es un mundo en el que toda pregunta puede ser contestada en un número finito de pasos por medio de un algoritmo. Bueno, quiero pensar todo esto y así autoconvencerme de que el hecho de que las películas de terror no me acojonen tiene su razón de ser en mi mayoría de edad, mi experiencia, mi insensibilidad y en el principio de bivalencia. Pero no amigos, eso es una absoluta gilipollez (innegable lo del principio de bivalencia). Si las películas de terror no me acojonan es porque las películas de terror son una puta mierda. Y tengo pruebas, pruebas de que soy sugestionable.


Cambiemos de tema y en vez de hablar de cine hablemos de videojuegos. La cosa cambia, pero no mucho. De todos los juegos que había jugado en mis 21 años y cinco meses de vida, ninguno me acojonó. Ni siquiera un pedo. Hasta que lo descubrí. Su nombre: Call Of Cthulhu Dark corners of the Earth. No voy a hablaros del videojuego, eso lo dejo para otro día. Lo que me interesa aquí es decir que con 21 años ha habido algo (más allá de una pistola encañonándome en la vida real o cosas por el estilo) que me haya acojonado. Una pequeña muestra, para que al menos os empapéis de lo que hablo.

Con todos ustedes, el mejor momento del juego.



Acojonados, ¿verdad? ¿Eh, eh? Pues claro que no, ¿qué os esperabais? El visionado del vídeo de un videojuego jamás será equiparable a la experiencia que se tiene al jugar el videojuego. Cuando se juega a un videojuego, especialmente si es en primera persona, la propia mecánica pide que te sumerjas en la acción, que te metas en la piel del personaje. Y todo esto favorece la sugestión. Mi sugestión en este caso; la ilusión del miedo.

Y con esto regreso al tema del cine. El hecho de que las películas de terror, en cuanto que pelis de terror, sean todas una puta mierda es debido a que el cine, tal y como lo entendemos actualmente, es una puta mierda de medio de representación para el terror. Cuando ves una película te mantienes como un voyeur, es decir, como un sujeto totalmente pasivo. Ves a los personajes y los podrás comprender mejor o peor psicológicamente, predecirás o no sus actos y, en general, ejercerás las clásicas tareas cognitivas que realizas al ver una película. Pero jamás serás uno de los personajes de la historia o, al menos, no en el sentido en el que lo puedes ser en un videojuego. En los juegos, no es que tengas que ser el personaje (no, aún no he perdido el juicio. El ordenador bien, gracias), pero sí tienes que actuar como si fueras el personaje para avanzar en la historia. Ahí está la magia. Básicamente el truco consiste en que te tienes que mantener como sujeto activo ante la historia. La sugestión ha comenzado.

Decía en el párrafo anterior: "tal y como lo entendemos actualmente". El cine. Lo decía porque alguien podría decir cosas como: ¿Y cuando las películas sean en 3D? ¿Y si se hiciera una película íntegramente en primera persona (algo que se ha hecho por cierto)? No niego que por medio de ciertos avances técnicos el género del terror pueda llegar a asustar medianamente más de lo que lo hace ahora. Pero lo cierto es que todo avance que sea aplicable al mundo del visionar una película es aplicable al mundo del jugar a un videojuego. ¿Es, sin embargo, posible extrapolar el actuar como si al mundo del cine? Me temo que no sin cambiar la idea que tenemos de cine; (e inversamente) no sin cambiar el sentido de la expresión Aquí huele a caquita.

lunes, 26 de mayo de 2008

The Birthday (2004)


The Birthday es una de esas películas que pasan desapercibidas y sin hacer mucho ruido por carteleras y videoclubs. De las que poca gente se acuerda al cabo de unos meses. De las que pasan a engrosar sin mayor dilación las polvorientas estanterías de la filmoteca nacional. Y es una pena.

Dicho sea de paso: sí, nacional, porque a pesar de que los nombres de Corey Feldman, Erica Prior o Jack Taylor figuren en el reparto y la acción de la película se desarrolle en un hotel de Baltimore, estamos hablando de un proyecto dirigido y producido por gente española.

Como decía, es una pena que esta película acabe alojándose en una suite en los pozos del olvido. Por frescura, imaginación y desparpajo no lo merece. Brevemente, The Birthday nos cuenta 117 minutos en la vida del personaje interpretado por Corey Feldman (Los Goonies, Papa Cadillac y otros hits ochenteros de similar pelaje), un vulgar don nadie que trabaja como pizzero en Brooklyn, Baltimore (sí, Baltimore). Es 1987 y este don nadie es invitado, o eso cree él, a la fiesta de cumpleaños del padre de su novia, un magnate de la industria hotelera, y, con ese motivo, aprovechará para pedirle la mano de ésta. Con estos andamios, Eugenio Mira, el director, construye una historia que aúna comedia, ciencia ficción y terror. Exacto, un cocktail que a priori bien podría parecer difícil de mezclar. Sin embargo, el bueno del director alicantino consigue elaborar, como buen maestre en oficios alcohólicos, un brebaje que sale del paso holgadamente. Y salir del paso aquí es colocar o, más bien, descolocar.

Porque no nos llevemos a engaño, The Birthday es una película rara, bastante rara. No es sólo la prestidigitadora arquitectura de la trama o los cambios de registro. En mi opinión, hay algo profundamente oscuro e impenetrable en la psicología de los personajes, que hace a veces incomprensible sus motivaciones y preocupaciones. Por tanto, la película está abierta a interpretación y lo hace, en el mismo sentido en el que, por ejemplo, puede estarlo Pulp Fiction de Quentin Tarantino.

Hablando de referencias, a parte de Tarantino, tenemos Barton Fink de los hermanos Coen, el híbrido de Four Rooms y más genéricamente el cine de terror más underground de los 80 (Carpenter, Franco, Romero, etc.). Con todo, la película tiene una personalidad propia. Por tanto, puede decirse, en cierto sentido, que esta película forma parte de ese cine posmoderno, entendiendo por esto el tipo de cine que coge las referencias e influencias de las que se parte y las extrapola y desubica de sus marcos de referencia originales (algo que, por otra parte, ha sido la tónica en el arte de casi todas las épocas). Así pues, la película no inventa nada, pero tampoco pretende hacerlo. Una primera parte de comedia y una segunda más de terror y ciencia ficción. Ni más ni menos.

De la película me ha encantado el uso de la música, muy apropiado en cada una de las situaciones y, en general, muy sensitivo. La dirección artística es correcta y otro tanto sucede con la fotografía. En cuanto a las interpretaciones, en general son irregulares. Corey Feldman se mueve toda la película por una especie de ataque de idiocia que al principio hace gracia y después cansa por su histrionismo. Sólo los minutos finales cambian esta apreciación. El amplio elenco de secundarios cumple sin sobresalir, en parte por exigencias del guión, en parte porque no había para más.

En cuanto al plano exegético, decir que a mi la película me ha sugerido una suerte de nihilismo respecto a las pretensiones respecto a la vida, ejemplificado en las aspiraciones del protagonista respecto a su novia. Todo ello se muestra en una escena que más vale que no desvele. Decir sólo que a algunos nos ha recordado al maletín de Pulp Fiction.

Puede que The Birthday no sea una película redonda, que tenga problemas al conciliar las dos vertientes en las que se maneja. Y puede que su mensaje sea confuso y descolocador. Pero con todo, creo que su guión tiene más consistencia de la que aparenta, que rebosa desparpajo (tan ausente en el cine patrio) y que gustará a todos aquellos que tiendan a disfrutar del cine que, si bien no pretende ser experimental, sí trasluce algo distinto a través de la concatenación de cosas ya vistas anteriormente, a través de su conjunto.

Valoración: 7.2

sábado, 24 de mayo de 2008

El meme del mal

Esto de los memes es cojonudo: te los mandan por correo y pasas de ellos como de la peste; te los proponen contactos bloggeros y te sientes en la obligación moral de hacerlos. Quizá moral no sea la palabra adecuada. (Dicho sea de paso, la palabra meme aplicada al contexto de los mails o posts en cadena no es más que una degeneración restringida del concepto acuñado por Richard Dawkins, el cual era una degeneración extrapolada del concepto de gen. Así pues, de degeneraciones va el ausnto.)

El siguiente meme me (parezco tartamudo) lo ha mandado Julián de In Nocturnis Surgebam: 6 cosas que no me importa hacer, 6 cosas que me gusta hacer y 6 bloggeros a los que se lo mando. Ahí va:

6 cosas que no me importa hacer:

Cumplimentar memes sabiendo que a nadie le interesará lo que se diga en ellos.
Salir de fiesta y sacrificar mis gustos musicales en pos de un bien mayor y más fecundo (a menudo ilusorio).
Llevar un cuatrimestre entero sin tener folios propios para coger apuntes en clase.
No sacarme el carné de conducir mientras las compañías de viajes no colapsen.
Respirar en aquellos instantes en los que soy consciente de que lo estoy haciendo.
No ir al baño si la película merece la pena.

6 cosas que me gusta hacer:

Tocar la guitarra destrozando con mis versiones canciones cojonudas y a veces (des)componer para (des)cargar tensión.
Jugar a videojuegos para descargar tensión.
Beber Guinness para descargar tensión.
Escuchar música para descargar tensión (descargar tensión no es un medio, es un fin en sí mismo).
Sacar muchas (demasiadas) fotos cuando voy de viaje.
Invocar a Satanás; sangre para el Dios de la sangre.

6 blogueros a los que infecto:

Gabico de Reflexiones Oscuras
Jon de Carácter Baskonia
Piluky
Silvia de Ric del que ha donat y en sa rüina ta pur
David de Artistas de lo bruto
Moi de Moi de Tiana

miércoles, 21 de mayo de 2008

El origen del Conflicto

Acaba de comenzar mi relación con esa máquina expendedora de vídeos que es Youtube. Sólo espero que no sea una relación tormentosa ni traumática. Con todos ustedes:

Blue Orchid de Los White Stripes versioneada por mi.

domingo, 18 de mayo de 2008

Te quiero follar y al otro cortarle las patillas

Que la televisión sea un espejo de la sociedad que la contempla no es un hecho, es el abc. Bien es cierto que es difícil dilucidar si la televisión condiciona a la sociedad o es la sociedad la que condiciona la televisión. Yo me quedo con la segunda opción, habida cuenta de que bajo una lógica económica, la televisión oferta un producto al espectador. Sea como fuere, pocos análisis sociológicos son mejores que echar un vistazo a los primeros puestos de los rankings de audiencia. Si lo hacemos, nos encontraremos excrementos del pelaje de realities, telenovelas baratas, bazofia cardiaca o concursos donde el más idiota es vitoreado como genio inventor de la pólvora.

La sociedad no está enferma; es un cáncer en si misma.

Si sois de la clase de gente que trasnocha (por amor al arte o por castigo), y contáis con una televisión en vuestras casas, os habréis percatado de la alarmante proliferación de concursos idiotas a altas horas de la madrugada. Estos concursos idiotas (a la espera de una denominación estandarizada y más precisa...) consisten, básicamente, en un presentador y/o presentadora tratando de persuadir a la audiencia para que llamen y puedan ganar alguno de los premios que se muestran en el expositor de atrás. Y las preguntas no son precisamente del estilo de las de Saber y Ganar, por ejemplo. Un nuevo insulto a la inteligencia del espectador.

Aunque no siempre es así...



sábado, 17 de mayo de 2008

Fútbol es...

(Clicad en la imagen)

Aquí tenéis los resultados de la encuesta sobre la definición de fútbol. Una de cada tres personas piensa que el fútbol es una droga, concretamente el opio y, además, del pueblo, que no de pueblo. Puede ser verdad que el fútbol distraiga de las cosas importantes al ignorante y maleable vulgo. Ahora bien: ¿el opio? No sé, si yo me tomara 30 mgs de diazepam lo último que me apetecería sería tirar bengalas a la grada de enfrente. Con alcohol quizá. No sé, casi mejor el alcohol del pueblo, porque yo al menos cuando me pongo borracho no distingo lo importante de lo no importante. Claro que también el alcohol del pueblo es el alcohol del pueblo.

Los más cáusticos (poco más del 20%) opinan que el fútbol es la muerte del hombre. Y yo apostillo: sí, y el fin de los días y la llegada del juicio final. Vamos, por favor, que sólo es un juego. No es para tanto. Además, mientras los de las bengalas tomen 30 mgs de diazepam no tiene por qué salir herido nadie.

Hay una retahíla de votos que caen bajo la categoría de "los otros". Son votos marginales, sin mucho fundamento, votos de pobres hombres que no saben a qué juegan en la vida. Seleccionaré uno: "?Iaaaaaa!" ¿Qué me decís? Lo que yo os decía. Venga, os pondré otro: "un espect?culo muy popular". Esta es la clase de respuesta que uno se dice: sí es sensata. Quizá demasiado sensata. Al plantear preguntas uno no sabe si, para escapar de la trivialidad, es necesario construir un enunciado de longitud infinita que recoja la totalidad de enunciados que se pretenden recoger con el enunciado principal. Es decir, algo como " fútbol es más allá de...(conjunto infinito de enunciados obvios)". Para esta gente tenía que haber puesto que fútbol es... "un enunciado sintético a priori".

Sólo el 17% ha votado que fútbol es fútbol.

***

En fin señores, la siguiente encuesta ya está en marcha. Si queréis saber de que trata mirad a la derecha y deslizad la barra de página hacia arriba. La opción que más votos reciba obtendrá como premio que se ponga un solo de guitarra suyo en el blog. Por cierto, no vale poner yo.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Traumas, Hey Jude y otras tonterías

La infancia, ese pequeño ojo de aguja. Infinito océano de posibilidades, cimiento y a la vez vórtice de la personalidad. Mucho se ha escrito sobre la infancia, sobre sus entresijos y sus efectos en la madurez, sobre su papel en la sociabilidad y en el desarrollo de las competencias cognitivas. Muchos autores han hecho hincapié en la infancia. Pero si hay un autor que más haya hecho por rescatar de la trivialidad a la infancia, sin duda ese es Freud.

Para el más mítico de los cocainómanos, la infancia es ese oscuro reducto donde los traumas tienen su origen. Su teoría "científica", el psicoanálisis, identifica al inconsciente con el producto de los deseos reprimidos durante la infancia. El adiestramiento en las convenciones sociales y culturales tendrían la "culpa" de esa represión. "Culpa" porque tal adiestramiento es inevitable si no queremos ser salvajes esclavos de nuestros más bajos instintos. La cuestión es que, una vez aceptado (a fortiori) el reto que la sociedad nos plantea, todos tenemos nuestro pequeño inconsciente, nuestro pequeño ojo de aguja. (Dicho sea de paso: La propiedad definitoria del ser humano deja de ser la consciencia, sea lo que sea eso; aquella descansa bajo las arenas movedizas del inconsciente. Ojo: esto no significa que ser humano es ser inconsciente). Cada inconsciente sería único y vendría determinado por la historia personal, la historia de represiones de cada uno. Así pues, los traumas serían las huellas de determinados deseos reprimidos que tendrían sus efectos de modo psicosomático. La tarea del psicoanalista...

Lo que me interesaba señalar era el papel que juegan los traumas en todo este cuento freudiano y, por tanto, en su visión de la infancia. Puede resultar desalentador bajo esta óptica psicoanalista percibirnos a nosotros mismos no como una consciencia que aglutina un cierto número de creencias y una voluntad que cree elegir libremente, sino como un profundo y oscuro agujero que es el inconsciente. que determina nuestros prejuicios y nuestros miedos. Y todo ello fruto de algún momento de nuestra más tierna infancia.

Ahora pensemos en un niño hipotético, lo llamaremos el niño de Reilly. Ese niño no tiene más de tres años y circunstancialmente, vive en Corea. Además, por condicionamientos externos le encantan Los Beatles. Le encanta coger una guitarra y hacer que toca mientras canta de oído por habilidad de captación fonética las melodías que más le gustan. Ese niño es feliz haciendo lo que hace, o más bien porque no sabe que es la felicidad. Simplemente hace lo que quiere hacer. Sin restricciones. Coger la guitarra y cantar. Cantar y coger la guitarra. Ahora pensemos, adicionalmente, que lo que en un principio se hace por instinto o de un modo pseudovolitivo, comienza a realizarse coercitivamente. El niño no entiende lo que es un mandato, pero encuentra elementos extraños a los ya vistos. Una cámara grabándole, una voz (la de su madre aunque el aún no sepa que significa ser hijo de) que dice "ahora". El hábito hace el monje y el niño canta sus canciones mecánicamente, como si de un experimento conductista se tratara. La diversión ya no existe porque ya no hay con que contrastarla. La pasión ha sido ahogada y el niño sale en televisión. No sabe que es eso, pero los elementos anteriormente extraños ahora se multiplican exponencialmente. Poco tiempo después todo el mundo le conoce. Hace giras mundiales. Metallica y U2 le telonean. Paris Hilton dice que quiere tener un hijo suyo. Bill Gates dice que es lo más grande desde la venida al mundo de Jesucristo. Es un ídolo mundial. Es el mesías. La reencarnación de John Lennon. Pero nuestro niño es ajeno a todo esto y a las consecuencias que tendrá en su futuro. O eso creemos...

Por cierto, este niño, a diferencia de la niña de Rajoy, sí existe.



Yo me pregunto: ¿Qué será de Kazukito (por llamarle de alguna manera) cuando toda esta efervescencia de la fama desaparezca? ¿Cómo asumirá su caída al pozo del olvido tras ser ídolo de enloquecidas adolescentes con desajustes hormonales? ¿Cómo afrontará su tratamiento para la desintoxicación del alcohol y otras sustancias? Y lo más importante de todo: ¿Cómo reaccionará Kazukito al visionar su opera prima, su obra magna o, dicho llanamente, el origen del conflicto?



Otro Maculay Culkin o Joselito. Señores, tenemos un trauma en potencia.

domingo, 11 de mayo de 2008

Estudiar periodismo en la UPV

Decidido: voy a tirar dos años de mi vida a la basura. O lo que es lo mismo, haré segundo ciclo de Periodismo en la UPV. Las razones son que no me veo preparando un largo y tedioso doctorado de filosofía y que, bueno, todavía tengo margen para estudiar otra cosa (a día de hoy tengo 21 años).

Dicho sea de paso: Si la pregunta "¿por qué estudiar Periodismo en la UPV es tirar dos años a la basura?" os viene a la cabeza, entonces será mejor que echéis un vistazo al siguiente vídeo.



Lo peor de todo es que, con todo, seguramente se quedan cortos.

domingo, 4 de mayo de 2008

Reamplificado

Eso que veis a la izquierda es mi ampli. También está mi guitarra, pero hoy la protagonista no es ella. Como veis es un amplificador Marshall y consta de un cabezal y una "caja". Como no veis, el cabezal es de 100 W mientras que la "caja" es de 300. El amplificador es de válvulas y bueno, digamos que como poco ruge.

Bien la cuestión es que ayer recuperé mi amplificador. ¿Recuperaste? Sí, recuperé. Se lo dejé a un amigo que iba a formar un grupo y, puesto que yo acababa de salir de otro y no tenía intención de enrrolarme en un nuevo proyecto, pues se lo dejé. Bueno, para ser sinceros, se lo intenté vender, pero como no quería comprarlo, pues se lo acabé dejando (no soy buen negociador). De esto hace casi cuatro años.

Ayer toqué la guitarra durante horas, sacando partido a los años perdidos. El ampli sigue siendo una pequeña bestia que hay que tener controlada, pues uno no vive sólo en el mundo. Ni en el mundo ni en la comunidad de vecinos.

El resultado de ayer lo podéis escuchar a continuación. Estrictamente no es una canción, pero tampoco es una genuina improvisación. Digamos que son futuribles partes de canciones. O futuros contingentes. Está grabado, como no, con mi mp3. Por ello el sonido es horrible. Avisados estáis.



sábado, 3 de mayo de 2008

La Ontología del Tractatus: La filosofía como análisis del lenguaje

El método correcto en filosofía sería en realidad el siguiente: no decir nada, excepto lo que pueda ser dicho, a saber, las proposiciones de la ciencia natural -es decir, algo que no tiene nada que ver con la filosofía- y entonces, cuando quiera que alguien quisiese decir algo metafísico, demostrarle que había dejado de dar significado a ciertos signos de sus proposiciones. Aunque esto no sería satisfactorio para la otra persona -que no tendría la impresión de que le estuviésemos enseñando filosofía-, sería el único método estrictamente correcto. (6.53)

De esta manera llegamos a la conclusión de que la filosofía no es un saber sustantivo, un cuerpo de conocimientos plasmados en proposiciones verdaderas. No hay proposiciones filosóficas. La totalidad de las proposiciones representa la totalidad del espacio lógico. La totalidad de las proposiciones verdaderas constituye la ciencia natural. La filosofía no se sitúa en una posición comparable a la de la ciencia natural, pues no es una de las ciencias naturales. Su función es muy otra que la de explorar esa posibilidad del espacio lógico que es el mundo. El cometido que, entonces, le concede el Tractatus a la filosofía es el del esclarecimiento lógico del pensamiento, es decir, el análisis lógico del lenguaje. Que la filosofía se convierta en análisis lógico del lenguaje significa tres cosas.

En un cierto sentido el lenguaje oculta o disfraza el pensamiento; los signos que empleamos no determinan unívocamente los símbolos que expresan. Para Wittgenstein (siguiendo a Frege), la filosofía está llena de este tipo de errores o confusiones a causa de esta equivocidad de los signos (uno de los más característicos es la confusión que provoca el vocablo ser). Frente a esto, la mejor solución consiste en habilitar un sistema de signos regido por una adecuada gramática (o sintaxis) lógica. Incorpora ésta la máxima de que para cada símbolo debe usarse únicamente un signo; y que cada signo debe ser el aspecto perceptible de un sólo símbolo. Desde un punto de vista filosófico, desarrollar un sistema así es uno de los objetivos del análisis lógico.

En otro sentido, ya no es sólo que el mismo ropaje cubra pensamientos distintos, sino también que no presente con nitidez qué puede ser pensado y qué no puede serlo. Afirmar que el lenguaje oculta los límites del pensamiento equivale a sostener que en el lenguaje no está bien trazada la delimitación entre las proposiciones con sentido (ciencia natural) y las meras combinaciones de signos. La filosofía pues, debe poner los límites de la muy discutida esfera de la ciencia natural.

En tercer lugar, a la filosofía solo le queda esta faceta de análisis lógico del lenguaje, puesto que sus tradicionales saberes sustantivos (ética, metafísica, etc.) pertenecen a la esfera de lo místico, es decir, no en cómo es el mundo sino más bien en que sea. Wittgenstein, al respecto, pone distintos ejemplos como el del sentido de la vida o la función de la ética. Así una determinada actitud ética no depende de que existan valores en el mundo. Más bien, esos valores éticos configuran una determinada actitud respecto al mundo. Es decir, son trascendentales, configuran los límites del mundo. Así, cada postura ética configurará una serie de hechos diferentes, y esto es en realidad lo que varía. El error consiste en situarse fuera del mundo y comparar los diferentes mundos posibles, o lo que es lo mismo, si nuestro lenguaje es isomórfico con la realidad, necesitaríamos de diferentes lenguajes, algo que no es posible. De esta manera las proposiciones de la ética son inexpresables, son imposibles, pero se muestran en los hechos. En esto consiste la solución a todos los problemas de la filosofía, en que no son tales, puesto que el sistema de representación de la realidad que es el lenguaje, impide la expresión de dichos pseudo-problemas. Por ello, esa solución, como dice Wittgenstein, sirve de tan poco, pero es la única conceptualmente posible. Por ello mismo, las proposiciones del Tractatus, como admite Wittgenstein, tienen la siguiente forma:

Mis proposiciones son elucidaciones de este modo: quien me entiende las reconoce al final como sinsentidos, cuando mediante ellas -a hombros de ellas- ha logrado auparse por encima de ellas. (Tiene, por así decirlo, que tirar la escalera una vez que se ha encaramado en ella.)
Tiene que superar estas proposiciones; entonces verá el mundo correctamente. (6.54)

Una vez hecha esta tarea de desenmascaramiento de los problemas filosóficos, entonces, y sólo entonces, la única alternativa es:

La Ontología del Tractatus: Lo que no puede decirse

Después de todo lo dicho, queda descartada la idea de considerar al lenguaje y al mundo términos distintos. El lenguaje, en cambio, pertenece al mundo. De aquí que deba haber algún error en esa imagen en la que lenguaje y mundo son cosas separadas y contrapuestas. El error radica en vernos a nosotros fuera del mundo y fuera del lenguaje. No existe ese tercer lugar al margen de ambos ni ese otro para el lenguaje fuera del mundo.

Las proposiciones pueden representar toda la realidad, pero no pueden representar lo que tienen que poseer en común con la realidad para poder representarla, la forma lógica.
Para poder representar la forma lógica deberíamos poder situarnos nosotros mismos con las proposiciones en algún lugar que esté fuera de la lógica, es decir, fuera del mundo. (4.12)

Sin embargo, ¿cuál es la razón para que Wittgenstein niegue la posibilidad de este tipo de meta-discurso? La respuesta parece consistir en presentar la lógica como la disciplina que traza los límites del pensamiento humano, haciendo que éste sea posible. En este sentido la lógica es trascendental. Esto significa que la lógica define los límites del ámbito del pensamiento, de los cuales es imposible escapar. Traspasar esos límites significaría poder pensar lo ilógico. Esto último es imposible. En efecto, pensar es hacerse figuras de la realidad, es representarse estados de cosas. En realidad, los pensamientos no son sino proposiciones con sentido. Si pudiésemos ir más allá de los límites del pensamiento, nos situaríamos fuera de los límites del lenguaje. Ya que éste es la totalidad de las proposiciones, el ámbito del lenguaje es el ámbito de todo lo que puede decirse con sentido. Salirse de la lógica equivale a salirse del propio lenguaje. Por ello:

Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo (5.6)

La teoría o el discurso sobre la lógica no tiene sentido porque a fin de cuentas, y por decirlo tajantemente, no es algo que tenga referente en el mundo, por tanto son sinsentidos las afirmaciones de tal índole. Sin embargo, aunque no pueda decirse cuál es la forma lógica de una proposición (su sentido o el significado de un nombre), el lenguaje lo muestra. El lenguaje no hace factible el decirla, pero se manifiesta en él, se muestra.

La consecuencia más relevante de esta circunstancia es que Wittgenstein en el Tractatus considera el lenguaje como medio universal. La tesis característica de esta idea es que no podemos tomar una posición de privilegio desde la cual proceder a examinarlo. Es más, puesto que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, el modo en que me represente éste dependerá de los medios que me ponga a disposición aquel.

***


Pruébenlo o cállense

Si una persona se mete a estudiar filosofía, digamos que lo que pretende es poder contemplar la realidad con una nueva mirada. Una mirada más crítica, más desprejuiciada y, en general, más personal. Luego estudias filosofía y te das cuenta de que el asunto no es tanto ese como sí realizar una tarea conceptual con palabras. Así pues, acabas percatándote de que la filosofía no te va a mostrar una nueva manera de contemplar el mundo. La filosofía acaba convirtiéndose en una tarea de resolución de problemas surgidos a raíz de la concatenación, a veces contradictoriamente y otras con nula correspondencia con la realidad, de series de conceptos por medio de nuevas series de conceptos que a su vez deben ser sustituidas por otras nuevas series de conceptos por los problemas que las anteriores series de conceptos generaban. El proceso es indefinido. Por supuesto, siempre por medio de las palabras, las únicas herramientas del filósofo. No es que la filosofía te de una mirada con la que contemplar la realidad de una manera más desprejuiciada. La verdad es más sencilla y la verdad es que la filosofía sólo hace que sustituyas tus prejuicios por otros.

Es parte del juego de la filosofía cambiar de creencias si se tienen argumentos suficientes para hacerlo. No sé cuanto tiempo asumiré este tipo de discurso metafilosófico. De lo que estoy seguro es que ahora no pienso de la misma manera que cuando entré en la carrera.

Recuerdo perfectamente mis primeros días como estudiante de filosofía. La nueva ciudad, el ambiente universitario, el caos de horarios, las nuevas amistades. Mi mirada aún no había sido modificada y contaba con la misma clase de prejuicios con la que se manejan la mayor parte de los mortales. Mis pretensiones respecto a la filosofía aunaban curiosidad por cosechar un potencial de conocimientos insospechados solamente insinuados por lecturas previas, futuro y reconocimiento. Ingenuidad no es la palabra, pero es la primera que se me viene a la cabeza.

Creo que fue durante la primera semana de clase cuando vi un cartel ante mis ojos que rezaba lo siguiente "Congreso de odontología" y debajo en letras más pequeñas "Hilary Putnam". Bueno, mi primera reacción al leer el cartel fue quedarme con cara de mu, es decir, como en una especie de estado cataléptico caracterizado por la tensión en el rostro (en mi caso, y tomando como como referencia mi avatar, labios más prietos y ojos bastante más abiertos). Principalmente por la sorpresa ante lo que parecía un congreso de dentistas organizado en Chillida Leku por la facultad de filosofía y, secundariamente, por la admiración al ver el nombre de una mujer como el más importante de la reunión. Más tarde me di cuenta de que ponía ontología y no odontología y que Hilary Putnam no era una mujer sino un filósofo y matemático americano de origen judío. Y esto último me causó una profunda conmoción, hasta tal punto de que a día de hoy esa conmoción aún no me ha abandonado. Y si no lo ha hecho ya, no creo que eso suceda nunca. Tendré que aprender a vivir con ello, como los sidosos.¿Por qué? Muy sencillo, pero el tiempo para hablar de mis fobias ha concluido.

***

Hoy he terminado de leer Representación y Realidad, mi primera lectura de un libro de Putnam (de ahora en adelante obviaremos su nombre de pila). En él establece una crítica bastante destructiva hacia cierto subconjunto de ese conglomerado de teorías que en filosofía de la mente o de la psicología se ha venido a denominar como funcionalismo, la tesis que defiende que la metáfora del hardware/software puede ser un buen método explicativo para dar cuenta de la dualidad cerebro/mente. Para ello desarrolla una gran cantidad de argumentos que abarcan puntos claves de la filosofía del lenguaje, de la lógica y de la ciencia de los últimos cincuenta años: el experimento mental de la tierra gemela, la tesis de la indeterminación de la traducción, el holismo semántico, etc.

Puede que en apariencia sea un libro para echarse a temblar, pero a mi me ha parecido interesante y, lo más importante, muy claro. Os voy a poner un fragmento en el que anticipa su no-prueba de la imposibilidad de correlacionar estados mentales con estados cerebrales. Puede decirse que incluso denota humor (humor filosófico claro, de risa entonada en do mayor, no de honesta carcajada. Pero humor al fin y al cabo).

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Si bien las condiciones que debe cumplir un enunciado empírico aceptable sobre identidad teórica (por ejemplo, "la luz es una radiación electromagnética de cierta longitud de onda") difieren por las condiciones impuestas por los filósofos (los llamados "fenomenalistas", como C.I. Lewis y -alguna vez- Carnap) que intentaban demostrar que el lenguaje de cosas materiales era traducible al lenguaje de datos sensibles, las anteriores consideraciones no son totalmente distintas de las que se plantearon en la discusión acerca del fenomenalismo. Al principio, los fenomenalistas sostenían que los enunciados sobre cosas materiales podían ser "traducidos" a enunciados de longitud infinita sobre datos sensibles; pero inmediatamente se les señaló que, a menos que la traducción fuera finita (o que la traducción de longitud infinita pudiera ser construida mediante una regla expresable en un número finito de palabras), carecía de sentido discutir cuestiones acerca de si existe o no una traducción, si es correcta, si es filosóficamente esclarecedora, etc. Los antifenomenalistas decían: "pruébenlo o cállense".

Con el mismo espíritu les digo a los funcionalistas (incluido mi antiguo "yo"): "pruébenlo o cállense". Sin embargo, los antifenomenalistas no dejaron que todo el peso de la prueba recayera sobre los fenomenalistas. Reichembach, Carnap, Hempel y Sellars demostraron, con poderosos argumentos, que es imposible una traducción finita del lenguaje de cosas materiales al lenguaje de datos sensibles. Si bien estos argumentos no constituyen una prueba estricta de imposibilidad matemática, son sumamente convincentes y, por esta razón, ya no quedan fenomenalistas en el mundo. Con el mismo espíritu, demostraré con fundados argumentos que es imposible una definición empírica finita de las relaciones y las propiedades intencionales en términos de relaciones y propiedades físico-computacionales; dichos argumentos no constituyen una prueba en sentido estricto pero son, no obstante, convincentes.

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Vale, no es precisamente el festival del humor, pero a mi me hace gracia. Las negritas son mías (siempre quise decir esa frase).

viernes, 2 de mayo de 2008

Teoría reduccionista pesimista del conocimiento en seis cómodos pasos.

Estudia psicología y estarás estudiando biología.

Estudia biología y estarás estudiando química.

Estudia química y estarás estudiando física.

Estudia física y estarás estudiando matemáticas.

Estudia matemáticas y estarás estudiando metafísica.

Estudia metafísica y estarás tirando tu tiempo a la basura.