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viernes, 25 de septiembre de 2009

Esto es Póquer

La gente corriente cree que los juegos de cartas, y en particular el Póquer, son fundamentalmente azar con ciertas dosis de engaño. Y tienen razón, pero no toda la razón. En realidad, el póquer consiste en estadística, probabilidad y capacidad para representar lo que no tienes. Y eso en el póquer en vivo. En el póquer por internet la capacidad para representar lo que no tienes mengua considerablemente su utilidad. A la larga, lo que cuenta es la expectativa matemática que te ofrece tu mano según la ronda de apuestas.

El teorema del póquer de Sklansky es claro: Cada vez que jugamos de forma distinta de cómo hubiéramos jugado si pudiéramos ver las cartas de nuestros rivales, ganan ellos. Cada vez que nosotros jugamos de la misma forma que lo hubiéramos hecho si pudiéramos ver las cartas de nuestros rivales, pierden ellos. Obviamente, el póquer es un juego de información incompleta y no podemos ver las cartas de nuestros rivales. Sólo podemos conjeturarlas en función de su conducta y jugar las nuestras en función de su expectativa matemática.

Las probabilidades de que un póquer pueda tener expectativa negativa son fráncamente reducidas. Un póquer sólo puede perder ante una escalera de color. Y la probabilidad de que en una misma mesa se junte una escalera de color al as y un póqer de ases son del 0'00000004%. Si en una hora por internet se pueden jugar unas 40 manos en una mesa de tamaño medio, tenemos que si jugáramos ininterrumpidamente (sin hacer ninguna clase de descanso) tardaríamos unos 11415 años en ver una situación así, por promedio. ¿Mucho tiempo no?

Bien, para eso están las WSOP y youtube.



Pobre japonés, porque todos hubiéramos hecho lo que él en esa situación. Gracias al póquer, ahora entiendo el imperativo categórico de Kant.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Man Made God (11)

Dudar o no de la existencia de Dios es como dudar o no de la existencia de la mente: un mero acto ocioso. Allí donde hay ausencia de definiciones precisas, hay confusión conceptual. Y donde hay confusión conceptual, ni siquiera hay una cuestión abierta. Defíname qué es Dios o qué es la mente, y podremos empezar a discutir; podremos, por tanto, decir que hay una cuestión. Si no, sólo tendremos prolegómenos. Esto es, sólo tendremos filosofía. La ciencia no se distingue de la filosofía por su objetividad; es más bien que la primera opera con criterios de diferenciación en tanto que la segunda los fabrica. Pero los fabrica mediante otros criterios de diferenciación. La objetividad o ausencia de ella es una marca producto de nuestras distinciones, así como la objetividad o ausencia de ella presupone ella misma una marca para la propia diferenciación. Barreras para delimitar las barreras. Una pregunta filosófica es de la forma: "¿qué fue antes, el huevo o la gallina?" Y la respuesta filosófica más inteligente sería: "¿antes de qué?" (Lo cual, dicho sea de paso, no constituye respuesta alguna.)

Si un problema filosófico puede permanecer en el panteón de los problemas filosóficos, mejor así que en uno creado por el hombre, en el caso de que uno y otro sean cosas distintas. Que un enigma filosófico no tenga consecuencias prácticas es lo mejor que nos puede pasar a todos. Una boca menos a la que alimentar.

¿Dios es omnipotente?
¿Dios es bueno?
¿Dios es concupiscente?

A nadie debería importarle. El problema real no surge cuando alguno de esos predicados sirve para delimitar las propiedades del objeto, surge cuando el objeto, delimitado o no, sirve para poderes fácticos. Una religión que empiece y termine en una sinagoga, iglesia o mezquita no es un problema real. Pero lo problemático es constituido por el hecho de que en una sinagoga, iglesia o mezquita no sólo hay objetos inanimados, también hay creencias, deseos y temores, todos ellos portados por objetos animados. Estos son el verdadero foco de nuestras preocupaciones; el ojo del tornado.

A veces me desanima vivir en el siglo XXI. Siento que lo más importante ya ha sido hecho, tanto en materia intelectual o artística como material. Nuestras vidas como personas acomodadas del mundo industrializado carecen del acicate que en otras épocas podrían haber adquirido. Al final terminan reduciéndose a lo de siempre, a lo que en todas las épocas ha predominado, a nuestra constante biológica: exparcir la simiente. Lo duro es que a esa constante cada vez hay menos variables que añadirle, menos indeterminaciones, menos fluctuaciones. El camino cambia, en otras épocas era empedrado y ahora quizá sea adoquinado. Da igual, el horizonte es siempre el mismo.

Dios no creó al hombre, el hombre creó a Dios. Pero el hombre no es Dios, jamás lo será.