Otro trabajito para Estética Literaria, que lo disfrutéis. Y si no, odiadme por haceros perder el tiempo. Ummm, dulce y delicioso odio...
Cuando pensamos en la figura del Escritor solemos representárnosla, consciente o inconscientemente, como la del artista creador que tiene que luchar consigo mismo para extraer de sí pequeños retazos de intemporalidad. A esta imagen va asociada la del Escritor como arquetipo del solitario o el taciturno, como si esas fueran las condiciones bajo las cuales la obra puede forjarse a sí misma (como si de un diamante en bruto se tratara), como si la sociabilidad y el contacto con los demás emborronaran el boceto de la obra que el Escritor tiene en su cabeza. Pero la intemporalidad en el contenido de una obra y el aislamiento para su consecución no tienen por qué ser las condiciones bajo las cuales el escritor se convierte en Escritor. Hay otras formas, otros caminos, y Walser nos lo enseña.
El fragmento de El Paseo que me toca comentar nos presenta a un escritor cansado, abatido. Un escritor que no logra dar forma a la obra que pretende realizar y para la cual se ha sometido a un estricto régimen de aislamiento del mundo exterior, como si ese fuera el único método posible. Un día, como otro cualquiera, decide romper con su rutina y dar un paseo. En su deambular verá el mundo más allá de las paredes de su escritorio, comprobará que hay otra realidad ahí fuera. En su itinerario percibirá los pequeños detalles, las minúsculas grietas que conforman su nuevo entorno. En su peregrinaje, como si se tratara de un Zaratustra venido de las altas y alejadas montañas, contemplará la realidad con nuevos ojos. Y esa visión nos la transmitirá a través de su escritura, su peculiar forma de contarnos las cosas.
Porque si algo choca en la escritura del autor suizo es su forma de hacer partícipe al lector de lo que está contando el personaje construido por él. Esto lo hace por mediación de dos recursos derivados de cierta concepción de la escritura en primera persona.
El primer elemento consiste en que su protagonista narra la serie de circunstancias con que se irá topando. Y lo hace no al modo habitual, con las descripciones estandarizadas con las que cualquiera de nosotros podría contar lo que ve. Lo hace fijándose en los pequeños detalles, las diminutas “anomalías” que el contacto con las otras personas le sugiere; a través del incesante remolino de sensaciones que se le echarán encima. Con ello construirá a las personas que se topen en su camino no al modo habitual, esto es, a partir de generalidades, sino más bien a partir de las particularidades que llamen la atención de éste. Por decirlo de algún modo: se da una inversión del esquema platónico y racionalista del conocimiento.
El segundo aspecto consiste en la forma de compatibilizar aquello que el personaje ve con aquello que el personaje piensa y siente. El Paseo no establece ninguna distinción entre esos dos aspectos y, consiguientemente, nos presenta la consciencia del protagonista más vivamente que otro recurso podría simular. Para explicarlo al modo humeano: nos presenta la consciencia del protagonista como un haz de percepciones en la que la distinción entre el fenómeno y la reflexión o pensamiento del fenómeno se diluye.
Estos dos aspectos (propedéuticamente distinguidos pero en la práctica formando un continuo indiferenciado) con los que Walser se sirve para narrar el periplo de su personaje (o con los que su personaje se sirve para narrarlo) hacen que el lector sea partícipe de lo narrado de un modo insospechado. Esto lo consigue Walser desgranando la subjetividad de su protagonista por medio de una escritura en primera persona llevada hasta sus últimas consecuencias: las de la escritura como haz indiferenciado de percepciones y reflexiones. Con ello el lector es, de tal modo, partícipe de lo que se le cuenta, que la diferencia entre autor y lector se borra, quedando únicamente lo narrado, la obra, como reflejo de la vivencia.
Ahora bien, ¿cuál es la vivencia? Como he dicho antes, la de alguien que no ha estado en contacto con la sociedad desde hace mucho tiempo. La sorpresa y el perplejo por las convenciones y gustos sociales será la norma en el fragmento del relato. La crítica, sazonada por el recurso a una fina y sutil ironía, será la ley. Lo descrito en el episodio de la librería es ejemplo de todo esto.
Puede decirse de Walser que, con su escritura, derrumba los clichés y tópicos acerca del gran escritor. La escritura, la narración, no tiene por qué tener por objeto la revelación de grandes verdades eternas e inconmovibles por la sencilla razón de que ese sólo es uno de sus objetivos posibles. Con Walser, el reconocimiento de la contingencia, de lo momentáneo y de lo pasajero se eleva a motivo de Escritura. Gran Escritura, por cierto.
El fragmento de El Paseo que me toca comentar nos presenta a un escritor cansado, abatido. Un escritor que no logra dar forma a la obra que pretende realizar y para la cual se ha sometido a un estricto régimen de aislamiento del mundo exterior, como si ese fuera el único método posible. Un día, como otro cualquiera, decide romper con su rutina y dar un paseo. En su deambular verá el mundo más allá de las paredes de su escritorio, comprobará que hay otra realidad ahí fuera. En su itinerario percibirá los pequeños detalles, las minúsculas grietas que conforman su nuevo entorno. En su peregrinaje, como si se tratara de un Zaratustra venido de las altas y alejadas montañas, contemplará la realidad con nuevos ojos. Y esa visión nos la transmitirá a través de su escritura, su peculiar forma de contarnos las cosas.
Porque si algo choca en la escritura del autor suizo es su forma de hacer partícipe al lector de lo que está contando el personaje construido por él. Esto lo hace por mediación de dos recursos derivados de cierta concepción de la escritura en primera persona.
El primer elemento consiste en que su protagonista narra la serie de circunstancias con que se irá topando. Y lo hace no al modo habitual, con las descripciones estandarizadas con las que cualquiera de nosotros podría contar lo que ve. Lo hace fijándose en los pequeños detalles, las diminutas “anomalías” que el contacto con las otras personas le sugiere; a través del incesante remolino de sensaciones que se le echarán encima. Con ello construirá a las personas que se topen en su camino no al modo habitual, esto es, a partir de generalidades, sino más bien a partir de las particularidades que llamen la atención de éste. Por decirlo de algún modo: se da una inversión del esquema platónico y racionalista del conocimiento.
El segundo aspecto consiste en la forma de compatibilizar aquello que el personaje ve con aquello que el personaje piensa y siente. El Paseo no establece ninguna distinción entre esos dos aspectos y, consiguientemente, nos presenta la consciencia del protagonista más vivamente que otro recurso podría simular. Para explicarlo al modo humeano: nos presenta la consciencia del protagonista como un haz de percepciones en la que la distinción entre el fenómeno y la reflexión o pensamiento del fenómeno se diluye.
Estos dos aspectos (propedéuticamente distinguidos pero en la práctica formando un continuo indiferenciado) con los que Walser se sirve para narrar el periplo de su personaje (o con los que su personaje se sirve para narrarlo) hacen que el lector sea partícipe de lo narrado de un modo insospechado. Esto lo consigue Walser desgranando la subjetividad de su protagonista por medio de una escritura en primera persona llevada hasta sus últimas consecuencias: las de la escritura como haz indiferenciado de percepciones y reflexiones. Con ello el lector es, de tal modo, partícipe de lo que se le cuenta, que la diferencia entre autor y lector se borra, quedando únicamente lo narrado, la obra, como reflejo de la vivencia.
Ahora bien, ¿cuál es la vivencia? Como he dicho antes, la de alguien que no ha estado en contacto con la sociedad desde hace mucho tiempo. La sorpresa y el perplejo por las convenciones y gustos sociales será la norma en el fragmento del relato. La crítica, sazonada por el recurso a una fina y sutil ironía, será la ley. Lo descrito en el episodio de la librería es ejemplo de todo esto.
Puede decirse de Walser que, con su escritura, derrumba los clichés y tópicos acerca del gran escritor. La escritura, la narración, no tiene por qué tener por objeto la revelación de grandes verdades eternas e inconmovibles por la sencilla razón de que ese sólo es uno de sus objetivos posibles. Con Walser, el reconocimiento de la contingencia, de lo momentáneo y de lo pasajero se eleva a motivo de Escritura. Gran Escritura, por cierto.
4 comentarios:
Qué difícil es ser un escritor definido filosóficamente .
Creo que intentaré hacerme con el libro de Walser, me has metido la curiosidad en el cuerpo.
No tienes pinta de psicópata, que decepción jajaajajja, si es que tienes cara de buena persona :D , no puedo odiarte por tus textos, no pillo la mitad pero me encantan.
Me encanta aprender cosas de los jóvenes, son aire fresco :)
Besos y feliz fin de semana :)
Estoy deseando saber cómo te fue el examen .
Besos GRANDES!!
Examen? Tengo seis para septiembre. Si las apruebo, termino la carrera. Pero son seis... Mañana acabo. Los resultados ya saldrán. De momento 2/2 (aprobadas)
Felicidades (ENORME SONRISA)!!!
Me alegro muchísimo y espero poder seguir leyendo tus trabajitos por aquí.
Besos!!!
Publicar un comentario