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sábado, 3 de mayo de 2008

Pruébenlo o cállense

Si una persona se mete a estudiar filosofía, digamos que lo que pretende es poder contemplar la realidad con una nueva mirada. Una mirada más crítica, más desprejuiciada y, en general, más personal. Luego estudias filosofía y te das cuenta de que el asunto no es tanto ese como sí realizar una tarea conceptual con palabras. Así pues, acabas percatándote de que la filosofía no te va a mostrar una nueva manera de contemplar el mundo. La filosofía acaba convirtiéndose en una tarea de resolución de problemas surgidos a raíz de la concatenación, a veces contradictoriamente y otras con nula correspondencia con la realidad, de series de conceptos por medio de nuevas series de conceptos que a su vez deben ser sustituidas por otras nuevas series de conceptos por los problemas que las anteriores series de conceptos generaban. El proceso es indefinido. Por supuesto, siempre por medio de las palabras, las únicas herramientas del filósofo. No es que la filosofía te de una mirada con la que contemplar la realidad de una manera más desprejuiciada. La verdad es más sencilla y la verdad es que la filosofía sólo hace que sustituyas tus prejuicios por otros.

Es parte del juego de la filosofía cambiar de creencias si se tienen argumentos suficientes para hacerlo. No sé cuanto tiempo asumiré este tipo de discurso metafilosófico. De lo que estoy seguro es que ahora no pienso de la misma manera que cuando entré en la carrera.

Recuerdo perfectamente mis primeros días como estudiante de filosofía. La nueva ciudad, el ambiente universitario, el caos de horarios, las nuevas amistades. Mi mirada aún no había sido modificada y contaba con la misma clase de prejuicios con la que se manejan la mayor parte de los mortales. Mis pretensiones respecto a la filosofía aunaban curiosidad por cosechar un potencial de conocimientos insospechados solamente insinuados por lecturas previas, futuro y reconocimiento. Ingenuidad no es la palabra, pero es la primera que se me viene a la cabeza.

Creo que fue durante la primera semana de clase cuando vi un cartel ante mis ojos que rezaba lo siguiente "Congreso de odontología" y debajo en letras más pequeñas "Hilary Putnam". Bueno, mi primera reacción al leer el cartel fue quedarme con cara de mu, es decir, como en una especie de estado cataléptico caracterizado por la tensión en el rostro (en mi caso, y tomando como como referencia mi avatar, labios más prietos y ojos bastante más abiertos). Principalmente por la sorpresa ante lo que parecía un congreso de dentistas organizado en Chillida Leku por la facultad de filosofía y, secundariamente, por la admiración al ver el nombre de una mujer como el más importante de la reunión. Más tarde me di cuenta de que ponía ontología y no odontología y que Hilary Putnam no era una mujer sino un filósofo y matemático americano de origen judío. Y esto último me causó una profunda conmoción, hasta tal punto de que a día de hoy esa conmoción aún no me ha abandonado. Y si no lo ha hecho ya, no creo que eso suceda nunca. Tendré que aprender a vivir con ello, como los sidosos.¿Por qué? Muy sencillo, pero el tiempo para hablar de mis fobias ha concluido.

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Hoy he terminado de leer Representación y Realidad, mi primera lectura de un libro de Putnam (de ahora en adelante obviaremos su nombre de pila). En él establece una crítica bastante destructiva hacia cierto subconjunto de ese conglomerado de teorías que en filosofía de la mente o de la psicología se ha venido a denominar como funcionalismo, la tesis que defiende que la metáfora del hardware/software puede ser un buen método explicativo para dar cuenta de la dualidad cerebro/mente. Para ello desarrolla una gran cantidad de argumentos que abarcan puntos claves de la filosofía del lenguaje, de la lógica y de la ciencia de los últimos cincuenta años: el experimento mental de la tierra gemela, la tesis de la indeterminación de la traducción, el holismo semántico, etc.

Puede que en apariencia sea un libro para echarse a temblar, pero a mi me ha parecido interesante y, lo más importante, muy claro. Os voy a poner un fragmento en el que anticipa su no-prueba de la imposibilidad de correlacionar estados mentales con estados cerebrales. Puede decirse que incluso denota humor (humor filosófico claro, de risa entonada en do mayor, no de honesta carcajada. Pero humor al fin y al cabo).

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Si bien las condiciones que debe cumplir un enunciado empírico aceptable sobre identidad teórica (por ejemplo, "la luz es una radiación electromagnética de cierta longitud de onda") difieren por las condiciones impuestas por los filósofos (los llamados "fenomenalistas", como C.I. Lewis y -alguna vez- Carnap) que intentaban demostrar que el lenguaje de cosas materiales era traducible al lenguaje de datos sensibles, las anteriores consideraciones no son totalmente distintas de las que se plantearon en la discusión acerca del fenomenalismo. Al principio, los fenomenalistas sostenían que los enunciados sobre cosas materiales podían ser "traducidos" a enunciados de longitud infinita sobre datos sensibles; pero inmediatamente se les señaló que, a menos que la traducción fuera finita (o que la traducción de longitud infinita pudiera ser construida mediante una regla expresable en un número finito de palabras), carecía de sentido discutir cuestiones acerca de si existe o no una traducción, si es correcta, si es filosóficamente esclarecedora, etc. Los antifenomenalistas decían: "pruébenlo o cállense".

Con el mismo espíritu les digo a los funcionalistas (incluido mi antiguo "yo"): "pruébenlo o cállense". Sin embargo, los antifenomenalistas no dejaron que todo el peso de la prueba recayera sobre los fenomenalistas. Reichembach, Carnap, Hempel y Sellars demostraron, con poderosos argumentos, que es imposible una traducción finita del lenguaje de cosas materiales al lenguaje de datos sensibles. Si bien estos argumentos no constituyen una prueba estricta de imposibilidad matemática, son sumamente convincentes y, por esta razón, ya no quedan fenomenalistas en el mundo. Con el mismo espíritu, demostraré con fundados argumentos que es imposible una definición empírica finita de las relaciones y las propiedades intencionales en términos de relaciones y propiedades físico-computacionales; dichos argumentos no constituyen una prueba en sentido estricto pero son, no obstante, convincentes.

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Vale, no es precisamente el festival del humor, pero a mi me hace gracia. Las negritas son mías (siempre quise decir esa frase).

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