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sábado, 20 de octubre de 2007

Carlton Jones

Aquellos maravillosos años... en los que veías El Príncipe de Bel Air y te parecía una serie cojonuda... que grandes fueron. Si hoy somos lo que somos, es gracias a esa serie. Bueno, eso no significa que ahora seamos negros, así que me explicaré y, en la medida de lo posible, intentaré no hacer referencia al color de la piel de los protagonistas. Así que pido al lector que no se esfuerce en buscar tal relación. La conexión se hará explícita a su debido tiempo.

Will Smith representaba la clase de persona que nos gustaría ser: irónica, sarcástica, inteligente, pasota pero con un cierto sentido de la responsabilidad, etc. Un tipo al que las cosas le salían bien. El espejo en el que querías reflejarte en la preadolescencia. Por otro lado estaba Phillip Banks, que con su sóla presencia, te advertía de por vida de los riesgos que podía acarrearte vacilar a una persona con exceso de peso. Representaba el mandato moral inherente a toda relación social expresado, ¿cómo decirlo...? a martillazos. Por algo era juez. Su mujer, Vivian, encarnaba el papel protector y comprensivo en la relación de autoridad. Era el poli bueno de la pareja.

Por otro lado, teníamos a Jazz, prototipo de parásito social a los ojos de Phillip y Vivian y, sin embargo, fiel amigo. El típico individuo al que tus padres te aconserían no juntarte. Tú pasarías del consejo porque sabes que las apariencias engañan. La prima Hilary era un caso especial. Te recordaba lo mal que está repartida la inteligencia en el mundo y, por otro lado, hacía replantearte si el incesto es una acción realmente denostable. El mayordomo, Geoffrey, era el punto y a parte en la serie. Sus intervenciones se sazonaban con una pizca de fina ironía que encubría, las más de las veces, los hachazos más inmisericordes y la crítica (de)constructiva más mordaz. Simplemente genial. Pero tú sólo pensabas que acabar de mayordomo no era el proyecto que tenías en mente para tu vida.

Sí, había más personajes: Ashley, el repelente Nicky, el brillante juez Robertson, y muchos más que ocupaban un lugar secundario en los acontecimientos. Pero los principales eran los anteriores. Ellos partían la pana. Bueno, la verdad es que me dejo a uno: Carlton.

¿Qué decir de Carlton Banks? Pijo, chivato, pelota, postín, etc. Representaba la pérdida de valores y de la conciencia asumida generación tras generación por sus antepasados. A decir verdad, era el blanco de la familia, sólo que con disfraz de negro. Más genéricamente: traicionarse a sí mismo y a lo que representas. Era lo opuesto a aquello en lo que querías convertirte cuando fueras mayor. O tal vez ni eso. Tal vez si dibujaras un segmento y en cada extremo representases aquello en lo querrías convertirte y aquello en lo que no te gustaría acabar, el punto representado por Carlton no tendría espacio en la representación. Y lo peor de todo: consiguió que jamás volvieras a escuchar a Tom Jones con la misma predisposición.



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